“Estoy mejor”, dijo Riley. “Son más cortos y mucho menos comunes”.
“¿Y tu hija?”.
La pregunta fue como un golpe para Riley. Sentía el eco del horror que había experimentado cuando Peterson había capturado a April. Aún podía oír los gritos de April pidiendo ayuda.
“Creo que no he superado eso”, dijo. “Me despierto asustada pensando que la volvieron a raptar. Tengo que ir a su habitación y asegurarme de que está bien y que está durmiendo”.
“¿Esa es la razón por la cual no quieres tomar otro caso?”.
Riley se estremeció. “No quiero que pase por algo así de nuevo”.
“Eso no responde mi pregunta”.
“No, no supongo que lo hace”, dijo Riley.
Cayó otro silencio.
“Tengo la sensación de que hay algo más”, dijo Mike. “¿Qué más te da pesadillas? ¿Qué más te despierta por las noches?”.
Sintió una sacudida de terror en su mente en ese instante.
Sí, había algo más.
Incluso con sus ojos abiertos, podía ver el rostro grotescamente inocente de Eugene Fisk con sus ojos pequeños, redondos y brillantes. Riley lo había mirado profundamente a los ojos durante su enfrentamiento fatal.
El asesino había colocado una navaja recta en la garganta de Lucy Vargas. En ese momento, Riley había indagado en sus más grandes miedos. Había hablado de las cadenas, esas cadenas que él creía que le estaban hablando, obligándole a cometer asesinato tras asesinato, encadenando a las mujeres y rajando sus gargantas.
“Las cadenas no quieren que te lleves a esta mujer”, le había dicho Riley. “Ella no es lo que necesitan. Sabes lo que las cadenas quieren que hagas en vez”.
Eugene había asentido con la cabeza con los ojos llenos de lágrimas. Luego se hizo a sí mismo lo que le había hecho a sus víctimas—se pasó la cuchilla por su cuello.
Se rajó la garganta ante de los ojos de Riley.
Y ahora, sentada aquí en la oficina de Mike Nevins, su propio horror casi la ahoga.
“Maté a Eugente”, dijo jadeando.
“Te refieres al asesino de la cadenas. Bueno, no fue el primer hombre que mataste”.
Es cierto, no era la primera vez en la que había usado fuerza letal. Pero con Eugene había sido muy diferente. Pensaba en su muerte muy a menudo, pero nunca había hablado de eso con nadie.
“No usé una pistola ni una roca ni mis puños”, dijo. “Lo maté con comprensión, con empatía. Mi mente es un arma mortal. No sabía eso. Me aterra, Mike”.
Mike asintió con compasión. “Tú sabes lo que dijo Nietzsche sobre mirar un largo tiempo al abismo”, dijo.
“El abismo también mira dentro de ti”, dijo Riley, terminando el famoso dicho. “Pero he hecho mucho más que mirar al abismo. Prácticamente he vivido allí. Casi me siento cómoda allí. Es como un segundo hogar. Me asusta demasiado, Mike. Uno de estos días quizás entre a ese abismo y no salga más. Y quién sabe a quién podría herir, o matar”.
“Bueno”, dijo Mike, reclinándose en su silla. “Tal vez estamos progresando”.
Riley no estaba tan segura. Y no se sentía ni cerca a tomar una decisión.
*
Cuando Riley entró por su puerta principal más tarde, April bajó por las escaleras rápidamente para saludarla.
“Ay Mamá, ¡tienes que ayudarme! ¡Ven!”.
Riley siguió a April por las escaleras hasta su habitación. Tenía una maleta abierta sobre su cama con un montón de ropa a su alrededor.
“¡No sé qué empacar!”, dijo April. “¡Nunca he tenido que hacer esto antes!”.
Sonriendo por la mezcla de pánico y euforia de su hija, Riley comenzó a ayudarla a acomodar sus cosas. April se iría de excursión escolar mañana a las cercanías de Washington, DC. Iría con un grupo de estudiantes del curso de Historia Estadounidense Avanzada y sus maestras.
Riley sintió un poco de aprensión luego de haber firmado los permisos y pagado las tasas extras. April había sido prisionera de Peterson en Washington, y aunque habían estado lejos en el borde de la ciudad, a Riley le preocupaba que el viaje podría hacer que el trauma saliera a la superficie. Pero a April le parecía estar yendo muy bien, tanto académicamente como emocionalmente. Y el viaje era una oportunidad maravillosa.
Riley se dio cuenta que se estaba divirtiendo mientras ella y April bromeaban y terminaban de empacar su maleta. Ese abismo del que había hablado con Mike hace un tiempo parecía estar muy lejos. Todavía tenía una vida fuera de ese abismo. Era una buena vida, y estaba determinada a seguir teniéndola, sin importar la decisión que tomara.
Gabriela entró en la habitación mientras estaban arreglando las cosas.
“Señora Riley, mi taxi estará aquí pronto”, dijo con una sonrisa. “Ya empaqué mis cosas, están en la puerta”.
Casi había olvidado que Gabriela se iba. Gabriela había pedido tiempo libre para ir a visitar a sus familiares en Tennessee ya que April no iba a estar. Riley estaba más que contenta de darle el permiso.
Abrazó a Gabriela y le dijo: “Buen viaje”.
La sonrisa de Gabriela desapareció un poco y añadió: “Me preocupo”.
“¿Estás preocupada?”, le preguntó sorprendida. “¿Qué te preocupa, Gabriela?”.
“Tú”, respondió Gabriela. “Estarás sola en esta nueva casa”.
Riley se rio un poco. “No te preocupes, puedo cuidar de mí misma”.
“Pero no has estado sola desde que pasaron todas esas cosas terribles”, dijo Gabriela. “Me preocupa”.
Las palabras de Gabriela pusieron a Riley a pensar. Lo que ella decía era cierto. Desde el calvario que había vivido con Peterson, al menos April siempre había estado a su lado. ¿Podría abrirse un vacío oscuro y aterrador en su nuevo hogar? ¿El abismo podría estar acechándola en este mismo momento?
“Estaré bien”, dijo Riley. “Diviértete con tu familia”.
Gabriela sonrió y le entregó a Riley un sobre. “Esto estaba en el buzón”, dijo.
Gabriela abrazó a April, luego abrazó a Riley de nuevo y bajó las escaleras para esperar a su taxi.
“¿Qué pasa, Mamá?”, preguntó April.
“No lo sé”, dijo Riley. “No fue enviado por correo”.
Abrió el sobre y encontró una tarjeta plástica adentro. Las letras decorativas de la tarjeta leían “El Grill de Blaine”. Luego leyó lo que decía más abajo: “Cena para dos”.
“Creo que es una tarjeta de regalo de nuestro vecino”, dijo Riley. “Eso es muy amable de su parte. Podemos ir a cenar allí cuando vuelvas”.
“¡Mamá!”, exclamó April. “Esa tarjeta no es para las dos”.
“¿Cómo así?”.
“Te está invitando a cenar”.
“¡Ah! ¿En serio? No dice eso aquí”.
April negó con la cabeza. “No seas tonta. Quiere salir contigo. Crystal me dijo que le gustas a su papá. Y es muy lindo”.
Riley pudo sentir su rostro sonrojarse. No podía recordar la última vez que alguien la había invitado a salir. Pasó muchos años casada con Ryan. Desde su divorcio se había concentrado