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Riley se dispuso a terminar el papeleo que tenía pendiente en su oficina. Cada vez que no estaba trabajando en un caso, parecía que toneladas de trámites burocráticos y aburridos esperaban por ella.
Siempre era desagradable. Pero hoy le estaba costando más centrarse en lo que estaba haciendo. Le preocupada mucho que quizás acababa de cometer un error terriblemente estúpido.
¿Por qué le entregó ese archivo a Jennifer Roston, o “Jenn”, como ahora insistía en que Riley la llamara?
Era demasiado confuso.
¿Por qué se lo había entregado a esta agente en particular, cuando no se lo había mostrado a nadie? ¿Cómo podía una agente joven y ambiciosa no reportar esta transgresión de Riley a sus superiores, tal vez incluso al mismísimo Carl Walder?
Riley podría ser arrestada en cualquier momento.
¿Por qué no eliminó el archivo?
O también pudo haberlo botado, como lo hizo con la pulsera de oro que Hatcher le había dado. Había sido un símbolo de su vínculo con Hatcher. También contenía un código para comunicarse con él.
Riley lo había tirado a la basura en un esfuerzo frenético por liberarse de él.
Pero, por alguna razón, no había sido capaz de obligarse a hacer lo mismo con la unidad USB.
¿Por qué?
La información financiera que contenía era sin duda suficiente para al menos limitar los movimientos y actividades de Hatcher.
Tal vez hasta suficiente para detenerlo.
Era un acertijo, al igual que muchos de los aspectos de su relación con Hatcher.
Mientras que Riley estaba ordenando papeles sobre su escritorio, su teléfono celular sonó. Era un mensaje de texto de un número desconocido. Riley se quedó sin aliento cuando vio lo que decía.
¿Creías que eso me detendría? Ya moví todo. Para que después no digas que no te lo advertí.
A Riley le resultó difícil respirar.
“Shane Hatcher”, pensó.
CAPÍTULO TRES
Riley se quedó mirando el mensaje de texto, sintiendo pánico en su interior.
No era difícil adivinar lo que había sucedido. Jenn Roston abrió el archivo tan pronto como ella y Riley se separaron. Jenn se enteró de lo que había en él y se puso a trabajar inmediatamente para acabar con la operación de Hatcher.
Pero, en su mensaje, el propio Hatcher le anunció con una actitud desafiante que Jenn no había tenido éxito.
Ya moví todo.
Shane Hatcher todavía estaba prófugo y estaba enojado. Con sus recursos financieros intactos, podría ser más peligroso que nunca.
“Tengo que responderle”, pensó. “Tengo que razonar con él”.
Pero ¿cómo? ¿Qué podía decir para no enfurecerlo más?
Entonces se le ocurrió que Hatcher quizás no entendía lo que estaba pasando.
¿Cómo podía saber que Roston era la que estaba saboteando su red, y no Riley? Tal vez podría hacerlo comprender al menos eso.
Sus manos temblaron mientras tecleó la respuesta.
Déjame explicar.
Pero cuando trató de enviar el mensaje de texto, salió marcado: “no se puede entregar”.
Riley gimió con desesperación.
Exactamente lo mismo le había sucedido la última vez que intentó comunicarse con Hatcher. Él le había enviado un mensaje críptico y luego no le permitió responderle. Solía ser capaz de comunicarse con Hatcher por videollamada, mensajes de texto e incluso llamadas telefónicas. Pero esos días habían quedado atrás.
Ahora no tenía forma de comunicarse con él.
Pero él sí tenía formas de llegar a ella.
La segunda frase de su nuevo mensaje era la más aterradora.
Para que después no digas que no te lo advertí.
Riley recordó de nuevo la última vez que se comunicó con él.
Vivirás para lamentarlo. Tu familia quizás no.
Riley abrió la boca y dijo en voz alta...
“¡Mi familia!”.
Tomó su teléfono celular y marcó el número de su casa. Lo oyó sonar y sonar. Luego oyó su propia voz en el mensaje de la contestadora.
Riley estaba a punto de comenzar a gritar.
¿Por qué nadie contestaba el teléfono? Las escuelas estaban de vacaciones de primavera. Se suponía que las chicas estaban en casa. ¿Y dónde estaba el ama de llaves de Riley, Gabriela?
Antes de que terminara el mensaje de la contestadora, oyó la voz de Jilly, la chica de trece años de edad que Riley estaba en el proceso de tratar de adoptar. Jilly sonaba como si no tuviera aliento.
“Hola. Lo siento, mamá. Gabriela fue a la tienda. April, Liam y yo estábamos en el patio trasero pateando un balón de fútbol. Estamos esperando a Gabriela, debe estar por llegar”.
Riley se dio cuenta de que había estado conteniendo el aliento. Hizo un esfuerzo consciente para comenzar a respirar de nuevo.
“¿Todo bien?”, preguntó.
“Claro”, dijo Jilly. “¿Por qué no lo estaría?”.
Riley trató de calmarse.
“Jilly, ¿podrías hacerme el favor de mirar por la ventana del frente?”.
“Está bien”, dijo Jilly.
Riley oyó unos pasos.
“Estoy mirando”, dijo Jilly.
“¿Aún ves la furgoneta con los agentes del FBI afuera?”.
“Sí. Y también está la del callejón. Acabo de verla cuando estaba en el patio trasero. Si ese tipo Shane Hatcher viene, esos agentes de seguro lo atraparán. ¿Pasó algo? Me estás asustando”.
Riley forzó una risita.
“No, no pasa nada. Solo estoy comportándome como una mamá preocupada, supongo”.
“Está bien. Nos vemos”.
Riley finalizó la llamada. Aún se sentía preocupada.
Se fue por el pasillo y directamente a la oficina de Brent Meredith.
Ella balbuceó: “Señor, yo-yo tengo que tomarme el resto del día libre”.
Meredith levantó la mirada de su trabajo.
“¿Puedo saber por qué, agente Paige?”, preguntó.
Riley abrió la boca, pero no podía hablar. Si le explicaba que acababa de recibir una amenaza de Shane Hatcher, ¿no insistiría en ver el mensaje? ¿Cómo podría mostrárselo sin confesar que acababa de darle el archivo a Jenn Roston?
Meredith se veía preocupado. Parecía saber que algo andaba mal, y que Riley no podía hablar del asunto.
“Anda”, dijo. “Espero que todo esté bien”.
El corazón de Riley se llenó de agradecimiento ante la comprensión y discreción de Meredith.
“Gracias, señor”, dijo.
Luego se apresuró en salir del edificio y se