“¿Está volviendo a suceder?”.
Se dijo a sí misma que debía dejarse de tonterías.
Ella estaba sana y salva aquí con un hombre en el que confiaba.
Y ella estaba haciendo el ridículo, y eso era lo último que quería, sobre todo con él, cuando la había tratado tan bien y le había servido todos esos tragos y...
Y ahora todo estaba borroso y oscuro.
Y sentía náuseas.
“No me siento bien”, dijo.
Él no respondió, y ella no podía verlo.
No podía ver nada.
“Creo que... creo que debería irme a casa”, dijo.
El hombre siguió callado.
Subió las manos a ciegas, tanteando en el aire.
“Ayúdame... ayúdame a levantarme de las escaleras. Ayúdame a subir”.
Ella oyó sus pasos acercándose a ella.
“Él me va a ayudar”, pensó.
Entonces, ¿por qué esa sensación de malestar se estaba intensificando con cada segundo?
“Llévame a casa”, le dijo. “¿Podrías hacer eso por mí? ¿Por favor?”.
Sus pasos se detuvieron.
Podía sentir su presencia justo en frente de ella, aunque no podía verlo.
Pero ¿por qué no le decía nada?
¿Por qué no estaba haciendo nada para ayudarla?
Entonces entendió qué era esa sensación de náuseas.
Miedo.
Se armó de la última gota de valor que le quedaba, extendió la mano y agarró la barandilla, y se puso de pie.
“Tengo que irme”, pensó. Pero fue incapaz de decir las palabras en voz alta.
Entonces Katy sintió un fuerte golpe en la cabeza.
Y luego no sintió nada en absoluto.
CAPÍTULO UNO
Riley Paige se esforzó por contener las lágrimas. Estaba sentada en su oficina en Quántico, mirando una foto de una mujer joven con un yeso en su tobillo.
“¿Por qué me estoy castigando así?”, se preguntó a sí misma.
Después de todo, tenía otras cosas en qué pensar en este momento, especialmente en la reunión que tendría en la UAC en unos minutos. Riley temía esa reunión ya que podía poner en peligro su futuro profesional.
A pesar de ello, Riley no pudo obligarse a apartar la mirada de la imagen en su teléfono celular.
Había tomado esa foto de Lucy Vargas el pasado otoño, aquí en las oficinas de la Unidad de Análisis de Conducta. El tobillo de Lucy estaba enyesado, pero su sonrisa era simplemente radiante, un contraste deslumbrante a su piel marrón. Lucy acababa de resultar herida en el primer caso en el que trabajó con Riley y su compañero, Bill Jeffreys. Pero Lucy había hecho un gran trabajo, y ella lo sabía, y Riley y Bill también. Por eso estaba sonriendo.
La mano de Riley tembló un poco mientras sostenía el teléfono celular en su mano.
Lucy había sido abatida por un francotirador trastornado.
Había muerto en los brazos de Riley. Pero ella sabía que la muerte de Lucy no había sido su culpa.
Ella deseaba que Bill se sintiera igual. Su compañero estaba de permiso obligatorio y no estaba nada bien.
Riley se estremeció al recordar cómo las cosas se habían desarrollado.
La situación había sido caótica y, en lugar de dispararle al francotirador, Bill le disparó a un hombre inocente que estaba tratando de ayudar a Lucy. Afortunadamente, el hombre no resultó gravemente herido, y nadie culpó a Bill por sus acciones, y menos aún Riley. Nunca lo había visto tan debilitado por culpa y trauma. Riley se preguntó qué tan pronto podría volver a trabajar, o si es que podría volver en absoluto.
La garganta de Riley se tensó al recordar tener a Lucy en sus brazos.
“Tienes una gran carrera por delante”, le había dicho Riley. “No te nos vayas, Lucy. Quédate con nosotros”.
Pero fue inútil. Lucy había perdido demasiada sangre. Riley sintió la vida de Lucy desvaneciéndose en sus brazos.
Y ahora Riley tenía lágrimas corriendo por sus mejillas.
Sus recuerdos fueron interrumpidos por una voz familiar.
“Agente Paige...”.
Riley levantó la mirada y vio a Sam Flores, el técnico de laboratorio con anteojos de montura negra. Estaba de pie en la puerta de su oficina.
Riley contuvo un jadeo. Se secó las lágrimas apresuradamente y colocó su teléfono celular boca abajo sobre el escritorio.
Pero sabía por la expresión afligida de Sam que él había vislumbrado lo que ella había estado mirando. Y eso era lo último que quería.
Sam y Lucy tuvieron un pequeño romance, y él había tomado muy mal la noticia de su muerte. Todavía se veía muy desolado.
Flores miró a Riley con tristeza, pero no le preguntó lo que acababa de interrumpir.
En cambio, dijo: “Estoy en camino a la reunión. ¿Asistirás?”.
Riley asintió, y Sam también asintió con la cabeza en respuesta.
“Bueno, buena suerte, agente Paige”, dijo, y luego siguió su camino.
Riley murmuró en voz baja a sí misma...
“Sí, buena suerte”.
Sam parecía saber que la necesitaría para esta reunión.
Era el momento de recomponerse y enfrentar lo que venía.
*
Un poco más tarde, Riley se encontraba sentada en la gran sala de conferencias rodeada de más personal de la UAC de los que había esperado, incluyendo técnicos e investigadores en una amplia gama de capacidades. No todas las caras eran conocidas, y no todas ellas eran amigables.
“Me vendría bien un aliado en este momento”, pensó.
Extrañaba mucho la presencia de Bill. Sam Flores estaba sentado cerca de ella, pero se veía demasiado desolado como para ser de ayuda en este momento.
La cara menos agradable de todas era la del agente especial encargado Carl Walder, quien estaba sentado justo enfrente de ella. El hombre con la cara infantil llena de pecas miró a Riley, y luego a un informe escrito que tenía enfrente.
Dijo con malhumor: “Agente Paige, estoy tratando de entender lo que está pasando aquí. Hemos aceptado una petición para que agentes vigilen tu casa las veinticuatro horas. Esto parece tener algo que ver con las actividades recientes de Shane Hatcher, pero no estoy seguro exactamente cómo o por qué. Por favor explícame”.
Riley tragó grueso.
Había sabido que esta reunión trataría de su relación con Shane Hatcher, un convicto fugado brillante y peligroso.
También sabía que una explicación completa y honesta podría significar el fin de su carrera.
Incluso podría significar tiempo en prisión.
Ella dijo: “Agente Walder, como ya sabes, Shane Hatcher fue visto por última vez en mi cabaña en los montes Apalaches”.
Walder asintió y esperó a que Riley continuara.
Riley sabía