“Espere un momento”, dijo el hombre alegremente. “¿No quiere probar su arma?”,
El hombre llevó a Riley y Blaine a través de una puerta en la parte trasera de la tienda que daba a un gran campo de tiro bajo techo. Luego dejó a Riley y Blaine por su cuenta. A Blaine le alegraba estar solo con Riley en este momento.
Riley señaló la lista de reglas en la pared, y Blaine las leyó cuidadosamente. Luego negó con la cabeza con inquietud.
“Riley, no me avergüenza decirte que...”.
Riley soltó una risa.
“Ya sé. Estás un poco intimidado. Yo te explico todo paso a paso”.
Lo condujo a una de las cabinas vacías, donde le colocó los equipos de protección para sus ojos y oídos. Abrió la caja de la pistola, con cuidado de mantenerla apuntada hacia el suelo.
“¿La cargo?”, le preguntó a Riley.
“Todavía no. Primero practicaremos disparar sin balas”.
Blaine tomó la pistola en sus manos, y Riley lo ayudó a encontrar la posición adecuada: ambas manos sobre el mango de la pistola, pero con los dedos alejados del cilindro, sus codos y rodillas ligeramente dobladas, inclinado un poco hacia adelante. En unos momentos, Blaine se encontró apuntando su pistola a una forma vagamente humana sobre un blanco de papel a unos veintidós metros de distancia.
“Vamos a practicar la doble acción primero”, dijo Riley. “Eso es cuando no tienes que montar el martillo con cada disparo, haces todo el trabajo con el gatillo. Eso te dará una buena idea de cómo se siente el gatillo. Aprieta el gatillo suavemente, y luego suéltalo de la misma forma”.
Blaine practicó con la pistola vacía un par de veces. Luego Riley le enseñó cómo abrir el cilindro y llenarlo de proyectiles.
Blaine se posicionó como antes. Se preparó, sabiendo que sentiría el retroceso, y apuntó a la diana con cuidado.
Apretó el gatillo y disparó.
La fuerza del retroceso repentino lo sobresaltó, y la pistola saltó en su mano. Bajó el arma y miró el blanco. No vio ningún agujero en ella. Se preguntó fugazmente cómo alguien podía apuntar un arma que saltaba tan bruscamente.
“Vamos a trabajar en tu respiración”, dijo Riley. “Inhala lentamente mientras apuntas, luego exhala lentamente, retrocediendo el gatillo para que dispares exactamente cuando hayas terminado de exhalar. Ese es el momento en el que tu cuerpo está más inmóvil”.
Blaine volvió a disparar. Le sorprendió que ahora sentía mucho más control.
Miró y vio que al menos había dado en el blanco de papel en esta ocasión.
Pero cuando se preparó para volver a disparar, un recuerdo pasó por su mente, un recuerdo del momento más aterrador de su vida. Un día, cuando todavía vivía al lado de Riley, había oído un ruido terrible al lado. Había corrido a la casa adosada de Riley y encontrado la puerta parcialmente abierta.
Un hombre había tirado a la hija de Riley al suelo y la estaba atacando.
Blaine había corrido hacia ellos y quitado al atacante de encima de April. Pero el hombre era demasiado fuerte, y Blaine fue golpeado fuertemente y había perdido el conocimiento.
Era un recuerdo amargo, y trajo consigo una sensación de impotencia repugnante.
Pero esa sensación se evaporó de repente cuando sintió el peso de la pistola en sus manos.
Respiró y disparó, respiró y disparó, cuatro veces más hasta que el cilindro quedó vacío.
Riley presionó un botón que acercó el blanco de papel hasta la cabina.
“Nada mal para tu primer intento”, dijo Riley.
De hecho, Blaine vio que los últimos cuatro tiros al menos habían alcanzado dentro de la forma humana.
Pero se dio cuenta de que su corazón latía con fuerza, y que estaba abrumado por una mezcla extraña de sensaciones.
Uno de esas sensaciones era miedo.
Pero ¿miedo de qué?
“Poder”, cayó en cuenta Blaine.
La sensación de poder en sus manos era asombrosa, como nada que jamás había sentido antes.
Se sentía tan bien que le daba miedo.
Riley le enseñó a abrir el cilindro y sacar los cartuchos vacíos.
“¿Suficiente por hoy?”, preguntó.
“Para nada”, dijo Blaine sin aliento. “Quiero que me enseñes todo lo que tenga que saber de esta cosa”.
Riley le sonrió mientras él volvía a cargar el arma.
Todavía sentía su sonrisa mientras apuntaba a un nuevo blanco.
Pero en ese momento oyó el teléfono celular de Riley sonar.
CAPÍTULO SIETE
Cuando el teléfono celular de Riley comenzó a sonar, los últimos disparos de Blaine seguían resonando en sus oídos. Sacó su teléfono a regañadientes. Quería una mañana ininterrumpida con Blaine. Cuando miró el teléfono, supo que estaba a punto de sentirse decepcionada. La llamada era de Brent Meredith.
Le sorprendía lo mucho que estaba disfrutando de enseñarle a Blaine cómo disparar su nueva pistola. Riley estaba segura de que esta llamada interrumpiría el mejor día que había tenido en mucho tiempo.
Pero no tenía otra opción que contestar la llamada.
Como de costumbre, Meredith fue brusco y directo al grano.
“Tenemos un nuevo caso. Necesitamos que trabajes en él. ¿En cuánto tiempo puedes llegar a Quántico?”.
Riley contuvo un suspiro. Con Bill de licencia, Riley tenía la esperanza de tener algo de tiempo libre hasta que el dolor de la muerte de Lucy menguara un poco.
“Tristemente ese no sería el caso”, pensó.
No cabía duda de que viajaría fuera de la ciudad en breve. ¿Tendría el tiempo suficiente para correr a casa, ver a todos y cambiarse de ropa?
“En una hora”, respondió Riley.
“Te necesito aquí antes. Nos vemos en mi oficina. Y trae tu maleta”.
Meredith finalizó la llamada sin esperar una respuesta.
Blaine estaba parado allí esperándola. Se quitó los equipos de protección ocular y auditiva y le preguntó: “¿Te llamaron del trabajo?”.
Riley suspiró en voz alta.
“Sí, tengo que irme a Quántico de inmediato”.
Blaine asintió sin quejarse y descargó el arma.
“Yo te llevo”, dijo
“No, necesito mi maleta. Y está en mi auto en casa. Me temo que necesito que me lleves a mi casa. También me temo que tengo prisa”.
“No te preocupes”, dijo Blaine, poniendo el arma en su caja cuidadosamente.
Riley le dio un beso en la mejilla.
“Parece que tendré que viajar”, dijo ella. “Odio eso. La he pasado de lo mejor contigo”.
Blaine sonrió y le devolvió el beso.
“Yo también la he pasado muy bien”, dijo. “No te preocupes. Continuaremos donde lo dejamos tan pronto como regreses”.
A lo que salieron del campo de tiro