—¿Crees que tu deseo de volver se trata de recuperar lo que alguna vez fue tu vida o crees que progresarías si lo haces?
—Ese es el detalle. No lo sé. Pero estoy llegando al punto en el que creo que tengo que averiguarlo. Creo que tengo que volver.
La Dra. Higdon asintió y anotó algo antes de decir: —¿Crees que tu hija reaccionará negativamente si regresas a tu trabajo?
—Indudablemente.
—Está bien, entonces digamos que ella no estuviera en la ecuación; digamos que a Rose no le importaría si regresaras o no. ¿Aún tendrías estas dudas?
Avery cayó en cuenta en ese momento, y hacerlo fue como un balde de agua fría.
—Probablemente no.
—Creo que ahí tienes tu respuesta. Creo que en este punto del proceso de duelo, tú y tu hija no pueden permitir que una dicte como la otra hace el duelo. Rose necesita culpar a alguien en este momento. Esa es su forma de lidiar con lo que está sucediendo… y la relación tensa que tienen hace que sea fácil hacerlo. Y tú… Honestamente quiero decirte que volver al trabajo sería lo que te ayudaría a seguir adelante.
—¿Quieres decirme? —preguntó Avery, confundida.
—Sí, creo que tiene más sentido, dado tu historial y trayectoria. Sin embargo, durante todo este tiempo que has pasado sola, aislada de todo, ¿has tenido pensamientos suicidas?
—No —mintió Avery.
Se le hizo muy fácil mentir, y tampoco se arrepentía de haberlo hecho, así que continuó con la farsa:
—Sí, me he sentido muy mal. Pero tampoco tanto como para llegar a ese punto.
Sí, había omitido su casi-suicidio. Tampoco había mencionado el paquete que había recibido de Howard Randall. No sabía por qué. Por ahora, todo eso simplemente se sentía muy privado.
—Siendo ese el caso, creo que volver no tiene nada de malo. Sin embargo, creo que deberías tener un compañero. Y sé que eso podría ser delicado dado quién fue tu último compañero. Sin embargo, no deberías sumergirte a situaciones estresantes por tu cuenta. Incluso recomendaría que hicieras un poco de trabajo ligero primero. Tal vez hasta trabajar desde tu escritorio.
—Voy a ser sincera… eso no va a suceder.
Higdon esbozó una sonrisa y le dijo: —Entonces, ¿crees que eso es lo que vas a hacer? ¿Vas a ver si volver al trabajo te ayuda a superar estas dudas y la culpabilidad que sientes?
—Pronto —dijo Avery, pensando en la llamada de Connelly hace dos días—. Sí, creo que tal vez sí.
—Bueno, te deseo la mejor de las suertes —respondió Higdon, alcanzando para darle la mano—. Entre tanto, no dudes en llamarme si necesitas discutir algo.
Avery le dio la mano a Higdon y salió de la oficina. Odiaba admitirlo, pero se sentía mejor que como se había sentido estas últimas semanas, desde que había establecido una rutina de ejercicio y ejercitado su mente. Supuso que podría ser capaz de pensar con más claridad, y no porque Higdon había descubierto una verdad oculta. Simplemente había necesitado que alguien le señalara que, aunque Rose era la única persona que le quedaba en su vida fuera del trabajo, eso no significaba que el temor a lo que Rose pensara de ella debería dictar qué hacía con el resto de su vida.
Condujo hacia la salida más cercana para regresar a la cabaña. Vio los edificios altos de Boston a su izquierda. La comisaría quedaba a unos veinte minutos de allí. Podía ir para allá, visitar a todos y disfrutar de una cálida bienvenida. Podía arrancarse la curita y hacerlo.
Pero una cálida bienvenida no era lo que se merecía. De hecho, no estaba segura de qué era lo que se merecía.
Y tal vez por eso seguía vacilando.
***
La pesadilla de esa noche no fue nueva, pero sí tuvo un giro inesperado.
En ella, estaba sentada en una sala de visitas en un centro penitenciario. No era el mismo en donde había visitado a Howard Randall, sino uno mucho más grande con un aspecto griego. Rose y Jack estaban sentados en la mesa con un tablero de ajedrez entre ellos. Todas las piezas seguían en el tablero, pero los reyes se habían caído.
—No está aquí —dijo Rose, su voz resonando en la sala inmensa—. Tu pequeña arma secreta no está aquí.
—Quizá sea lo mejor —dijo Jack—. Ya es hora de que aprendas a resolver casos grandes por tu cuenta.
Jack entonces se pasó una mano por la cara y, en un abrir y cerrar de ojos, se veía como lo hizo la noche en que descubrió su cuerpo. El lado derecho de su cara estaba ensangrentado y se veía hundido. Cuando abrió la boca para hablar, vio que no tenía lengua. Solo había oscuridad más allá de sus dientes, un abismo.
—No pudiste salvarme —le dijo Jack—. No pudiste salvarme y ahora tengo que confiar en que cuidarás a mi hija.
Rose se puso de pie en ese momento y comenzó a alejarse de la mesa. Avery también se puso de pie, segura de que algo muy malo sucedería si perdía a Rose de vista. Trató de seguirla, pero no pudo moverse. Miró hacia abajo y vio que sus dos pies habían sido clavados al suelo con enormes traviesas. Sus pies estaban destrozados, lo único que quedaba era sangre, huesos y trozos de carne.
—¡Rose!
Su hija solo miró hacia atrás, sonrió y saludó con la mano. Y, entre más se alejaba, más grande parecía la sala. Llegaron sombras desde todas las direcciones y descendieron sobre su hija.
—¡Rose!
—Está bien —dijo una voz detrás de ella—. Yo la cuidaré.
Se dio la vuelta y vio a Ramírez, sosteniendo su arma lateral y mirando hacia las sombras. Y mientras se fue tras Rose tan valientemente, las sombras empezaron a perseguirlo.
—¡No! ¡Quédate!
Avery trató de moverse, pero fue en vano. No pudo hacer nada mientras las dos personas que más había amado en el mundo fueron tragadas por la oscuridad.
Y allí fue cuando empezaron los gritos. Rose y Ramírez llenaron la sala con gritos de agonía.
Aún en la mesa, Jack le rogó: —Por el amor de Dios, ¡haz algo!
Y fue entonces cuando Avery se despertó, con un grito en la garganta. Encendió su lámpara de mesa con una mano temblorosa. Por un momento, vio una enorme sala frente a ella, pero poco a poco se desvaneció en la luz. Miró su dormitorio y, por primera vez, se preguntó si alguna vez se sentiría en casa aquí.
Se encontró pensando en la llamada de Connelly. Y después en el paquete de Howard Randall.
Su antigua vida estaba atormentado sus sueños y también estaba invadiendo esta nueva vida aislada que había tratado de crear para sí misma.
No parecía tener ningún escape.
Así que tal vez, solo tal vez, era el momento de dejar de tratar de escapar.
CAPÍTULO CINCO
Dejó de beber excesivamente, aunque este era uno de los peores momentos de su proceso de duelo, y reemplazó lentamente el alcohol por la cafeína. Sus sesiones de lectura a menudo consistían en dos tazas de café y una Coca-Cola light. Debido a esto, había comenzado a desarrollar dolores de cabeza leves si pasaba más de un día sin tomar café. No era la forma más sana de vivir, pero sin duda era mejor que beber como una borracha.
Es por eso que se encontró en una cafetería después del almuerzo el día siguiente. Había salido a comprar comida principalmente porque se le había acabado el café y, ya que solo se había tomado una taza esa mañana, necesitaba su dosis de cafeína antes de volver a la cabaña y terminar el día. Estaba terminando de leer