Rebuscó en su bolsillo y sacó el anillo que Ramírez había tenido la intención de darle.
—Te extraño —dijo—. Te extraño y estoy tan… tan perdida. Y no tengo porque mentirte… no es solo porque ya no estás. No sé qué hacer conmigo misma. Mi vida se está desmoronando y lo único que sé que podría estabilizarme un poco, el trabajo, es a lo que menos debería recurrir.
Trató de imaginárselo allí con ella. ¿Qué le diría si pudiera? Sonrió al imaginárselo dándole uno de sus ceños sarcásticos. —Deja de ser tan cobarde y hazlo —le diría Ramírez—. Regresa al trabajo y arregla tu vida—.
—No me estás ayudando —dijo ella con su propia expresión sarcástica.
Le asustaba un poco que hablar con él a través de esta tumba se sentía casi natural.
—Me dirías que regresara al trabajo y que arreglara las cosas poco a poco, ¿cierto?
Se quedó mirando la lápida, como si estuviera esperando que le respondiera. De su ojo derecho brotó una lágrima. Se la secó mientras se alejó y se dirigió en la dirección de la tumba de Jack. Había sido enterrado al otro lado del cementerio, que apenas podía ver desde donde se encontraba. Se acercó a la pequeña senda que discurría por el terreno, disfrutando del silencio. No les prestó atención a los otros que estaban allí para rendir homenaje y llorar, permitiéndoles su privacidad.
Sin embargo, a lo que se acercó a la tumba de Jack, vio que alguien estaba allí. Era una mujer bajita, con la cabeza inclinada hacia abajo. A lo que dio unos pasos más, Avery vio que era Rose. Tenía las manos metidas en los bolsillos y llevaba un abrigo con una capucha que le cubría la cabeza.
Avery no quería decir su nombre, esperando poder acercarse lo suficiente para entablar una conversación. Pero, a lo que dio unos pasos más, Rose aparentemente se percató de que alguien se estaba acercando. Se dio la vuelta, vio a Avery y comenzó a alejarse al instante.
—Rose, no seas así —dijo Avery—. ¿No podemos hablar?
—No, mamá. Dios mío, no puedo creer que también hayas arruinado esto para mí.
—¡Rose!
Pero Rose no tenía nada más que decir. Ella aceleró el paso y Avery hizo todo lo posible para no perseguirla. Los ojos de Avery se llenaron de más lágrimas cuando volvió su atención a la tumba de Jack.
—¿Eso lo heredó de ti o de mí? —le preguntó Avery a la lápida.
Al igual que la de Ramírez, la lápida de Jack tampoco respondió. Se volvió hacia su derecha y vio a Rose hacerse más pequeña en la distancia, alejándose de ella hasta que desapareció por completo.
CAPÍTULO CUATRO
Cuando Avery entró en la oficina de la Dra. Higdon, se sintió como un cliché. La Dra. Higdon era muy tranquila y educada. Parecía siempre tener la cabeza un poco inclinada hacia arriba, mostrando la punta perfecta de su nariz y el ángulo de su barbilla. Era una mujer guapa, pero un poco exagerada.
Avery había luchado contra el impulso de verse con un terapeuta, pero sabía lo suficiente sobre cómo trabajaba la mente traumatizada como para saber que lo necesitaba. Y fue insoportable admitirse eso a sí misma. Odiaba la idea de visitar a un psiquiatra y tampoco quería recurrir a la psiquiatra de la policía de Boston que había visitado unas cuantas veces durante los años después de casos particularmente difíciles.
Así que se comunicó con la Dra. Higdon, una terapeuta de la que había oído hablar el año pasado durante un caso que involucró a un sospechoso que la había utilizado para superar una serie de miedos irracionales.
—Te agradezco que hayas podido reunirte conmigo tan pronto —dijo Avery—. Sinceramente creí que tendría que esperar unas semanas.
Higdon se encogió de hombros mientras se sentó en su silla. Cuando Avery se sentó en el sofá de al lado, la sensación de convertirse en un cliché viviente se intensificó.
—Bueno, he oído de ti unas cuantas veces en las noticias —dijo Higdon—. Y tu nombre ha salido a relucir con nuevos pacientes, personas que conociste en el cumplimiento de tu deber. Tenía una hora libre hoy, así que supuse que sería bien verte.
Dándose cuenta que era inaudito conseguir una cita con una terapeuta respetada solo dos días después de haber llamado, Avery supo que no debía tomar este tiempo por sentado. Y, como estaba acostumbrada a nunca andar con rodeos, no tuvo problema en ir directo al grano.
—Quería verme con un terapeuta porque, sinceramente, mi cabeza está hecha un desastre en este momento. Una parte de mí me dice que sanaré si me tomo tiempo libre. Otra parte de mí me dice que sanaré solo siendo productiva, y eso significa volver al trabajo.
—¿Cuál es la sanación que buscas? —preguntó Higdon—. ¿Podrías explicarme?
Avery pasó diez minutos haciendo precisamente eso. Empezó con los detalles de su último caso, incluyendo que el mismo había terminado con las muertes de su ex esposo y casi prometido. Explicó su mudanza de la ciudad y sus peleas recientes con Rose, tanto en su apartamento como en la tumba de Jack.
La Dra. Higdon empezó a hacerle preguntas, después de haber tomado notas todo el tiempo que Avery había hablado.
—¿Qué te hizo mudarte a la cabaña por el estanque Walden?
—Quería estar sola. Ese lugar es más aislado. Muy silencioso.
—¿Sientes que sanas mejor, tanto emocional como físicamente, cuando estás sola? —preguntó Higdon.
—No sé. Yo solo… no quería estar en un lugar donde la gente pudiera pasar por mi casa para ver cómo estaba cien veces al día.
—¿Nunca te ha gustado que las personas se preocupen por tu bienestar?
Avery se encogió de hombros y dijo: —En realidad, no. Se trata de vulnerabilidad, supongo. En mi profesión, la vulnerabilidad conduce a la debilidad.
—Dudo que eso sea cierto. En términos de percepción, probablemente, pero no es la realidad.
Higdon se detuvo un momento y luego se inclinó hacia delante y dijo: —Te llevaré directamente a los puntos clave. Estoy segura de que verás todo por lo que es. Además, el hecho de que se puedes admitir que temes ser vulnerable me dice mucho. Así que creo que podemos ir directamente al grano.
—Eso es lo que preferiría —respondió Avery.
—El tiempo que has pasado sola en la cabaña… ¿Crees que ha ayudado u obstaculizado tu proceso de sanación?
—Creo que es una exageración decir que me ha ayudado, pero sí lo ha hecho más fácil. Yo sabía que no tendría que lidiar con que todo el mundo estuviera preguntándome cómo estaba.
—¿Has intentado comunicarte con alguien durante ese tiempo?
—Solo con mi hija.
—¿Pero te rechazó?
—Así es. Estoy bastante segura de que me culpa por la muerte de su padre.
—Si estamos siendo honestas, creo que eso es cierto —dijo Higdon—. Y llegará a entender la verdad en su tiempo. Las personas hacen el luto de formas distintas. En lugar de escapar de todo en una cabaña en el bosque, tu hija ha optado por echarte la culpa. Ahora, ¿por qué renunciaste a tu trabajo?
—Porque sentía que lo había perdido todo —dijo Avery, sin siquiera haberse tenido que detener para pensarlo—. Porque sentía que lo había perdido todo y que había fracasado en mi trabajo. No podía quedarme porque era un recordatorio de que no era lo suficientemente buena.
—¿Todavía sientes que no eres lo suficientemente buena?
—Bueno…