“¿Cómo va todo?” le preguntó.
“Bueno… pues va sin más. Estar atascada detrás de un escritorio, atrapada en un cubículo, y leyendo un sinfín de hojas de papel no era precisamente lo que tenía en mente.”
“Si eso proviniera de cualquier otro nuevo agente, podría sonar como alguien consentido,” dijo Bryers. “Pero la verdad es que estoy de acuerdo. Te están desperdiciando. Por eso estoy aquí: he venido a rescatarte.”
Ella le miró de frente, tratando de adivinar de qué se trataba.
“¿Qué tipo de rescate?”
“Otro caso,” respondió Bryers. “Claro que si quieres seguir con tu actual grupo de tareas y seguir estudiando el fraude en inmigración, lo entenderé. Pero creo que tengo algo que será de mayor interés para ti.”
El corazón de Mackenzie se empezó a acelerar.
“¿Y puedes sacarme de esto así sin más?” preguntó ella con un aire de desconfianza.
“Sin duda que puedo. A diferencia de la última vez, tienes el apoyo total de todos. Recibí la llamada de McGrath hace media hora. No es que a él le encante la idea de que pases directamente a la acción, pero le retorcí el brazo un poquito.”
“¿De veras?” preguntó ella, sintiéndose aliviada y, como Bryers había indicado, un tanto consentida.
“Te puedo mostrar mi historial de llamadas si quieres. Te iba a llamar para decírtelo él mismo pero le pedí el favor de ser yo el que te lo comunicara. Creo que sabía desde ayer que acabarías en esto pero queríamos asegurarnos de tener un caso sólido.”
“¿Y es así?” preguntó ella. Una pequeña bola de emoción comenzó a crecer en la boca de su estómago.
“Sí, así es. Encontramos un cadáver en un parque en Strasburg, Virginia. Se parece muchísimo a otro cadáver que encontramos en la misma zona hace cerca de dos años.”
“¿Crees que están conectados?”
Él pasó la pregunta por alto y le dio un bocado a su sándwich.
“Te lo contaré por el camino. Por ahora, comamos. Disfruta del silencio mientras puedas.”
Ella asintió y picoteó su sándwich, aunque de repente se le había pasado todo el hambre que tenía.
Sentía emoción, pero también miedo, y tristeza. Alguien había sido asesinado.
Y de ella iba a depender que todo fuera aclarado.
CAPÍTULO CUATRO
Salieron de Quantico en cuanto terminaron de comer. A medida que Bryers conducía, en dirección al suroeste, a Mackenzie le dio la impresión de que la estaban rescatando del aburrimiento, solo para ponerla en peligro certero.
“¿Qué puedes decirme de este caso?” preguntó por fin.
“Encontraron un cadáver en Strasburg, Virginia. El cadáver fue hallado en un parque estatal, en unas condiciones que son muy similares a las de un cadáver que se descubrió muy cerca de la misma zona hace dos años.”
“¿Crees que están conectados?”
“Lo tienen que estar, si quieres saber mi opinión. El mismo lugar, el mismo estilo brutal de asesinato. Tengo los archivos en mi bolsa en el asiento de atrás por si quieres echar un vistazo.”
Extendió la mano al asiento de atrás y cogió el maletín que Bryers solía llevar consigo cuando iba a tener lugar cierta investigación. Sacó una sola carpeta del maletín, sin dejar de hacer preguntas mientras lo hacía.
“¿Cuándo descubrieron el segundo cadáver?” preguntó ella.
“El domingo. Hasta el momento, no tenemos ni rastro de algo que nos ponga en marcha. Aquí no hay un camino claro, como la última vez. Te necesitamos.”
“¿Por qué a mí?” preguntó, curiosa.
Él miró hacia atrás, también con curiosidad.
“Ahora ya eres una agente—y una muy buena además,” dijo él. “La gente ya ha empezado a murmurar sobre ti, gente que no sabía quién eras cuando llegaste a Quantico por primera vez. Aunque no es habitual darle un caso como este a un nuevo agente, tampoco es que tú seas la agente habitual, ¿cierto o no?”
“¿Es eso algo bueno o algo malo?” preguntó Mackenzie.
“Eso depende de tu rendimiento, supongo,” dijo él.
Ella dejó reposar la conversación en ese punto, devolviendo su atención a la carpeta. Bryers le echó unas cuantas ojeadas mientras ella repasaba los contenidos—para calibrar su reacción o para ver qué estaba mirando en ese momento. A medida que ella repasaba la carpeta, él le narró el caso.
“Nos tomó solo unas cuantas horas antes de que estuviéramos bastante convencidos de que el asesinato está conectado a otro cadáver que se halló a unas treinta y cinco millas de distancia hace dos años. Las fotografías que ves en la carpeta son de ese cadáver.”
“Hace dos años,” dijo Mackenzie con voz de desconfianza. En la fotografía, vio un cuerpo que había sido horriblemente mutilado. Era tan horrible, que tuvo que desviar la mirada por un instante. “¿Cómo conectaríais tan fácilmente los dos cadáveres con una distancia temporal tan grande entre ambos?”
“Porque ambos cuerpos fueron hallados en el mismo parque estatal y en las mismas condiciones de mutilación. ¿Y ya sabes lo que decimos sobre las coincidencias en el Bureau, verdad?”
“¿Qué no existen?”
“Exacto.”
“Strasburg,” dijo Mackenzie. “No me suena de nada. Es un pueblo pequeño, ¿no es cierto?”
“Eh, cerca del tamaño medio. Con una población de unos seis mil. Una de esas localidades sureñas que sigue aferrada a la guerra Civil.”
“¿Y hay un parque estatal allí?”
“Eso parece,” dijo Bryers. “También fue algo nuevo para mí. Bastante grande, además. Parque Estatal Little Hill. Unas setenta millas de terrenos en total. Casi llega hasta Kentucky. Es popular para ir de pesca, de camping, y a hacer senderismo. Un montón de bosque sin explorar. Ese tipo de parque estatal.”
“¿Cómo se descubrieron los cadáveres?” preguntó Mackenzie.
“Un campista encontró el último el sábado por la noche,” dijo Bryers. “El cuerpo que encontraron hace dos años era una escena espantosa. Se descubrió el cuerpo semanas después del asesinato. Había factor de descomposición y algunas fieras le habían dado unos bocados, como puedes ver en las fotografías.”
“¿Alguna indicación clara sobre cómo fueron asesinados?”
“Ninguna que podamos identificar. Los cuerpos fueron mutilados de manera bastante salvaje. El primero, hace dos años, había sido decapitado casi por completo, los diez dedos de las manos habían sido cortados y no se encontraron jamás, y faltaba la pierna derecha de la rodilla hacia abajo. El más reciente estaba como esparcido por toda la zona. Se encontró la pierna izquierda a setenta metros del resto del cuerpo. Le habían cortado la mano derecha y todavía tienen que encontrarla.”
Mackenzie suspiró, abrumada por un instante por toda la maldad en el mundo.
“Eso es brutal,” dijo ella en voz baja.
Él asintió.
“Lo es.”
“Tienes razón,” dijo ella. “Las similitudes son demasiado escalofriantes como