Esa extraña sensación de felicidad invadió de nuevo a Mackenzie. Este era su grupo de amigos—un grupo de amigos al que había acabado por conocer bien desde que había regresado a una vida más o menos normal después del pequeño experimento que McGrath había hecho con ella hacia nueve semanas.
Mañana, todos se graduarían de la academia y, si todo salía de la manera que se suponía, todos ellos serían agentes la próxima semana. Mientras que Harry, Cousins y Shawn no se hacían ilusiones de comenzar sus carreras con casos ilustres, Mackenzie tenía más expectativas de… en concreto, unirse al grupo de agentes especiales que McGrath le había mencionado en los días posteriores a su último e inesperado caso. Ella todavía no tenía ni idea de lo que eso implicaba, pero estaba emocionada al respecto de todos modos.
Mientras su pequeño grupo se separaba y todos se iban por su camino, Mackenzie sintió otra cosa que no había sentido en algún tiempo. Era la sensación de que el futuro estaba todavía por delante, todavía en crecimiento y a su alcance. Y por primera vez en mucho tiempo, se sintió a los mandos respecto a la dirección por la que se encarrilaba.
***
Mackenzie miró el moratón en el pecho de Harry y, aunque sabía que su primera emoción debería haber sido la compasión, no pudo evitar reírse. El punto en el que le había acertado estaba al rojo vivo, la irritación se extendía como unos cinco centímetros en todas las direcciones. Tenía el aspecto de una picadura de abeja y, sabía muy bien que dolía aun más.
Estaban parados en su cocina mientras ella envolvía una bolsa de hielo en un trapo de cocina para él. Se la entregó y él la sostuvo sobre su moratón, de manera cómica. Era obvio que estaba avergonzado pero también halagado de que le hubiera invitado a volver a casa con ella para asegurarse de que se encontraba bien.
“Lo siento,” dijo ella con sinceridad. “En fin, quizá te pueda invitar a un café con las ganancias.”
“Ese debe ser un café increíble,” dijo Harry. Alejó la bolsa de hielo de su pecho y arrugó la nariz al tiempo que miraba la zona.
Mientras Mackenzie le observaba, se dio cuenta de que a pesar de que él había estado en su apartamento más de diez veces y de que se habían besado en algunas ocasiones, esta era la primera vez que se quitaba la camisa en su casa. También era la primera vez desde Zack que había visto a un hombre parcialmente desnudo tan de cerca. Quizá fuera la adrenalina de ganar la competición o la graduación de mañana, pero lo cierto es que le gustaba.
Ella dio un paso adelante y colocó su mano en el lateral sano de su pecho, sobre el corazón. “¿Todavía te duele?” preguntó ella, acercándose todavía más.
“Ahora mismo no,” dijo él, sonriendo con nerviosismo.
Lentamente, deslizó su mano hasta la marca y la tocó con cuidado. Entonces, operando solo con los instintos femeninos que hacía tiempo que había suprimido para sustituirlos por obligaciones y aburrimiento, se inclinó hacia delante y le dio un beso en la marca. Sintió como él se ponía tenso de inmediato. Entonces su mano se apoyó en su lateral, acercándole hacia ella. Ella le besó en la clavícula, después la base del hombro, y después el cuello. Él suspiró y la acercó todavía más hacia sí.
Como solía ser el caso con ellos, ya se estaban besando antes de que ninguno de los dos supiera cómo había ocurrido. Solo había sucedido en cuatro ocasiones previas pero cada vez, había ocurrido como si fuera una fuerza de la naturaleza, algo que no estaba planeado y sin ninguna expectativa.
En menos de diez segundos, él ya la tenía presionada ligeramente contra el mostrador de la cocina. Las manos de ella exploraban su tórax mientras que la mano izquierda de él comenzó a trepar por la camisa de ella. A Mackenzie le tamborileaba el corazón en el pecho y cada músculo de su cuerpo le comunicaba el deseo que sentía por él, y que ella estaba lista para esto.
Ya habían estado cerca antes—dos veces, de hecho. Sin embargo, en ambas ocasiones, lo habían interrumpido. De hecho, ella lo había detenido. La primera vez, ella lo había terminado justo cuando él empezaba a juguetear torpemente con el botón de sus pantalones. La segunda vez, él estaba bastante borracho y ella demasiado sobria. Ninguno de los dos lo había afirmado claramente, pero las dudas sobre acostarse provenían del mutuo respeto que se tenían y de una incertidumbre sobre el futuro.
Además, ella tenía en demasiada estima a Harry como para utilizarle simplemente para el sexo por deporte. A ella le estaba atrayendo cada vez más, pero el sexo siempre había sido un asunto íntimo. Antes de Zack, solo había habido dos hombres, y uno de ellos había sido básicamente un caso de agresión más que de consentimiento mutuo.
Mientras le pasaba todo esto por la mente mientras besaba a Harry, se dio cuenta de que ahora sus manos se habían alejado de su pecho. Parecía que él también se había dado cuenta de eso; se tensó de nuevo y tomó una aspiración profunda.
Ella alejó sus manos de repente e interrumpió el beso. Entonces se quedó mirando al suelo, temiéndose la mirada de decepción que vería en sus ojos.
“Espera,” dijo ella. “Harry… Lo siento… No puedo—”
“Lo sé,” dijo él, claramente un tanto frustrado y confundido. “Ya sé que es—”
Mackenzie tomó una respiración honda para recomponerse y se alejó de su lado. Se dio la vuelta, incapaz de lidiar con la confusión y el dolor en la mirada de él. “No podemos. Yo no puedo. Lo siento.”
“Está bien,” dijo él, todavía claramente frustrado. “Mañana es un gran día y ya es tarde. Así que me voy a largar antes de que me de tiempo a preocuparme de que me han derribado de un tiro otra vez.”
Ella se volvió para mirarle de frente y asintió. No le importaban los comentarios afilados. En cierto modo, se los merecía.
“Puede que eso sea lo mejor,” dijo ella.
Harry se puso la camisa de nuevo, incluida la pintura que la cubría, y se dirigió lentamente hacia la puerta. “Buen trabajo esta noche,” dijo mientras salía. ”No había ninguna duda de que ibas a salir ganando.”
“Gracias,” dijo Mackenzie, sin mucha expresividad. “Y Harry… de veras, lo siento. No sé qué es lo que me detiene.”
Él se encogió de hombros mientras abría la puerta. “Está bien,” dijo él. “Es que… no puedo seguir haciendo esto mucho más tiempo.”
“Lo sé,” dijo ella con tristeza.
“Buenas noches, Mac.”
Él cerró la puerta y Mackenzie se quedó a solas. Se quedó parada en la cocina, mirando al reloj. Era la 1:15 y no estaba ni remotamente cansada. Quizá el pequeño ejercicio en el Callejón de Hogan había bombeado demasiada adrenalina dentro su flujo sanguíneo.
Aún así, intentó irse a dormir pero se pasó la mayor parte de la noche dando vueltas. En un estado semi-consciente, tuvo sueños que apenas recordaba, pero lo único consistente en todos ellos era el rostro de su padre, sonriendo, orgulloso de ella y de que hubiera llegado tan lejos—de que se estuviera graduando de la academia mañana.
No obstante, a pesar de esa sonrisa, había otra cosa consistente en los sueños, algo a lo que se había acabado acostumbrando hacía mucho tiempo como un frecuente desasosiego que sobrevenía al apagar las luces y antes de quedarse dormida: la mirada de muerte en sus ojos y toda la sangre.
CAPÍTULO DOS
A pesar de que Mackenzie había programado su alarma para las ocho de la mañana, la vibración de su teléfono móvil a las 6:45 le sacó de su sueño de manera abrupta. Gruñó al despertarse. Si es Harry, disculpándose por algo que ni siquiera ha hecho, le voy a matar, pensó. Todavía adormilada, cogió su teléfono