—No, para nada. Soy de los Giants.
—Igual de malo —dijo Wayne con una carcajada.
Y así no más, la inquietud de la noche se esfumó. Chloe siempre había valorado la audacia de Wayne en ser capaz de ignorar las groserías de su esposa y sacar otro tema a relucir para apaciguar la situación. Era algo que Chloe deseaba que Steven aprendiera de su padre.
Aun así, a medida que avanzaba la noche, Chloe no pudo evitar preguntarse si Sally tenía razón. A Danielle no le gustaba vestirse elegante, permanecer en silencio y estar en frente de la gente. Danielle no estaría en su zona de confort en la boda y Chloe se había preguntado más de una vez cómo saldrían las cosas.
Mientras esas preocupaciones flotaban por su cabeza, pensó en las niñas sentadas en los escalones mientras la bolsa de plástico era sacada de su apartamento. Recordaba la mirada en blanco en la cara de Danielle. Supo que algo se había quebrantado dentro de ella en ese momento. Que había perdido a su hermana en un abrir y cerrar de ojos.
Y en ese mismo momento supo que Danielle nunca volvería a ser la misma.
CAPÍTULO CUATRO
Estaba lloviendo cuando Chloe y su instructor de campo llegaron a la escena. Chloe se sintió muy novata cuando salió del auto a la llovizna. Como era una pasante que tenía que acompañar a su instructor, no le daban casos importantes. Este, por ejemplo, parecía un caso típico de violencia doméstica. Y aunque el caso no parecía ni muy gráfico ni muy brutal, las palabras violencia doméstica la estremecían.
Después de todo, ella había oído esas palabras mucho después de la muerte de su madre. Su instructor debía estar consciente de su pasado, de lo que le había pasado a sus padres, pero no había mencionado nada del caso durante el camino.
Estaban en el pueblo de Willow Creek en ese primer día, un pueblito que quedaba a unos veinticinco kilómetros de Baltimore. Chloe estaba de pasante en el Equipo de Evidencias del FBI. Mientras caminaban hacia la casa sencilla de dos pisos, el instructor hasta la dejó tomar la delantera. Su instructor era Kyle Greene, un agente de cuarenta y cinco años de edad que había sido retirado del trabajo de campo luego de desgarrarse el ligamento cruzado anterior mientras perseguía a un sospechoso. Como no sanó bien de la lesión, el FBI le dio la opción de ser mentor e instructor de pasantes. Él y Chloe solo habían hablado dos veces antes de esta mañana. Se conocieron por FaceTime hace una semana y luego se volvieron a ver hace dos días, durante su viaje desde Filadelfia a Pinecrest.
—Quiero decirte algo antes de que entremos —dijo Greene—. No te lo quise decir hasta ahora porque no quería que pasaras toda la noche pensando en eso.
—De acuerdo…
—Si bien este es un caso de violencia doméstica, también es un caso de homicidio. Hay un cadáver adentro. Uno relativamente fresco.
—Ah… —dijo Chloe, incapaz de contener su shock.
—Sé que es más de lo que esperabas. Pero cuando llegaste de pasante, hubo unas cuantas discusiones. Queríamos que vieras más desde el principio. Hemos estado jugando con la idea de dejar que los pasantes tengan más responsabilidades, dejar que se involucren un poco más. Y basándonos en tu expediente, decidimos que serías la candidata ideal para eso. Espero que te parezca bien.
Todavía estaba desconcertada, incapaz de responder. Sí, era más responsabilidad. Sí, eso significaba que la escudriñarían más de cerca. Pero ella nunca rechazaba un desafío y no tenía la intención de empezar ahora.
—Agradezco la oportunidad.
—Excelente —dijo Greene, con un tono que indicaba que nunca había dudado de ella.
El agente le indicó que lo siguiera mientras caminaban hacia el porche y por las escaleras. Adentro había dos agentes conversando con el forense. Chloe respiró profundo y, aunque creía que estaba preparada para la escena, igual se conmovió cuando vio las piernas de una mujer sobresaliendo por detrás de la isla de la cocina.
—Necesito que te acerques al cuerpo —dijo Greene—. Dime qué ves, tanto en términos del cuerpo como los alrededores. Háblame mientras procesas todo.
Chloe había visto un par de cadáveres durante sus pasantías. En Filadelfia, no eran muy difíciles de encontrar. Pero esto era diferente. Este cadáver se sentía demasiado personal. Dio un paso detrás del mostrador de la cocina y bajó la mirada hacia la escena.
La víctima era una mujer que parecía treintañera. Había sido golpeada en la cabeza con un objeto muy sólido, probablemente la tostadora que yacía destrozada en pedazos a unos metros de ella. El lado izquierdo de su frente se había llevado la peor parte del impacto. El golpe había sido lo suficientemente fuerte como para romper su cavidad ocular, por lo que parecía muy probable que su ojo rodaría al piso en cualquier momento. Un charco de sangre rodeaba su cabeza como un halo.
Tal vez lo más curioso de ella era que tenía los pantalones de chándal en los tobillos y su ropa interior en las rodillas. Chloe se puso en cuclillas cerca del cuerpo para ver si notaba algo más. Ella vio lo que parecía ser dos pequeños arañazos en un lado del cuello. Se veían frescos y como si hubiesen sido hechos por uñas.
—¿Dónde está el marido? —preguntó.
—Bajo custodia —dijo Greene—. Confesó el crimen y le contó a la policía lo que hizo.
—Pero si se trata de una disputa doméstica, ¿por qué llamaron al FBI? —preguntó.
—Porque este tipo fue arrestado hace tres años por golpear tan fuerte a su primera esposa que ella tuvo que ir a la sala de emergencias. Pero ella no presentó cargos. Y la policía recibió una alerta de que había videos de asesinatos en su computadora personal.
Chloe analizó toda esa información y la aplicó a lo que estaba viendo. Todo comenzó a tomar forma como un rompecabezas. Empezó a decir todas sus teorías en voz alta.
—Dado el historial de este hombre, es propenso a la violencia. Violencia extrema, por lo que pasó aquí. Sus pantalones de chándal y ropa interior indican que estaba tratando de tener sexo con ella aquí en la cocina. O quizás estaban teniendo sexo pero ella quería parar. Los arañazos en su cuello indican que el sexo fue violento y que fue o bien consensual solo al principio o nunca lo fue. —Ella pausó para estudiar la sangre—. La sangre se ve relativamente fresca. Yo estimaría que el asesinato ocurrió en las últimas seis horas.
—¿Y cuáles serían tus siguientes pasos? —preguntó Greene—. Si no tuviéramos a este tipo en custodia en este momento y lo estuviéramos buscando, ¿qué harías?
—Buscaría pruebas que indicaran que tuvieron relaciones. De esta forma, obtendríamos su ADN. Mientras esperáramos los resultados, buscaría cosas como como carteras arriba en el dormitorio, con la esperanza de encontrar su licencia de conducir. Bueno, si es que ya no sospecháramos que el culpable fue el esposo. Si ese fuera el caso, pudiéramos obtener su nombre de la dirección.
Greene le sonrió, asintiendo con la cabeza. —Perfecto. Te sorprendería la gran cantidad de novatos que pasan eso por alto. Estás en la casa del tipo, por lo que ya sabrías su nombre. Pero si no se sospechara que fue el marido, tienes razón. ¿Estás bien, Fine?
La pregunta la tomó por sorpresa, sobre todo porque ella no estaba bien. Se había distraído, y ahora estaba mirando la sangre en los azulejos de la cocina. Todo eso la regresó de golpe a su pasado, mirando un charco de sangre en la alfombra al final de las escaleras.
Sin previo aviso, comenzó a marearse. Se apoyó contra de la isla de la cocina, creyendo que iba a vomitar. Fue alarmante y vergonzoso.
«¿Esto es lo que me pasará en todas las escenas de crimen horripilantes? ¿En cualquier escena que remotamente se asemeje a lo que le pasó