Mientras que Thor estaba ahí parado, sintió un calor repentino por dentro, un poder que surgía a través de él; levantó una mano involuntariamente, y dirigió su energía hacia ellos.
Thor se sorprendió cuando todos se detuvieron a mitad de un paso, a unos centímetros de distancia, como si estuvieran congelados. Su poder, cualquiera que fuera, que brotaba de él, los mantuvo a raya.
“¿Cómo te atreves a entrar aquí y usar tu magia, muchacho?”. Brom—el mejor general del rey—gritó, desenvainando su espada. “¿Tratar de matar a nuestro rey una vez no fue suficiente?”.
Brom se acercó a Thor con su espada desenvainada; al hacerlo, Thor sintió algo que era más fuerte que él, un sentimiento muy fuerte que nunca había tenido. Él solamente cerró sus ojos y se concentró. Sintió la energía dentro de la espada de Brom, su forma, su metal y de alguna manera, se hizo uno junto con ella. Deseó detenerse en el ojo de su mente.
Brom se detuvo en seco, con los ojos bien abiertos.
“¡Argon!”, Brom giró y gritó. “Detén esta magia de inmediato! ¡Detén a este muchacho!”
Argon salió de entre la multitud y lentamente bajó su capucha. Miró fijamente a Thor, con ojos intensos y ardientes.
“No veo motivo para detenerlo”, dijo Argon. “No ha venido aquí a hacer daño”.
“¿Estás loco? ¡Casi mata a nuestro rey!”
“Eso es lo que tú supones”, dijo Argon. “Eso no es lo que yo veo”.
“Déjenlo en paz”, dijo una voz áspera y grave.
Todos voltearon cuando MacGil se sentó. Miró alrededor, muy débil. Era obvio que le costaba trabajo hablar.
“Quiero ver al muchacho. Él no es el que me apuñaló. Vi el rostro del hombre, y no era él. Thor es inocente”.
Lentamente, los demás bajaron su guardia y Thor se sintió relajado mentalmente, dejándolos marcharse. Los guardias retrocedieron, miraron a Thor con cautela, como si fuera de otro reino, y lentamente pusieron sus espadas en sus vainas.
“Quiero verlo”, dijo MacGil. “A solas. Todos ustedes. Déjennos”.
“Mi rey”, dijo Brom. “¿Realmente cree que es seguro? Que estén usted y este muchacho a solas?”.
“No deben tocar a Thor”, dijo MacGil. Déjennos”. Todos ustedes. Incluyendo mi familia”.
Hubo un gran silencio en la habitación, mientras todos se miraban entre ellos, claramente sin saber qué hacer. Thor se quedó ahí parado, sin moverse, apenas asimilando todo eso.
Los demás, uno a uno, incluyendo la familia del rey, salieron de la habitación, mientras Krohn salía con Reece. La habitación, tan llena de gente unos minutos antes, de repente se quedó vacía.
La puerta se cerró. Solamente estaban Thor y rel rey, solos, en silencio. Apenas podía creerlo. Ver a MacGil ahí acostado, tan pálido, con tanto dolor, hirió a Thor más de lo que podía decir. No sabía por qué, pero era como si parte de él estuviera muriendo ahí, también, en esa cama. Quería, por sobre todas las cosas, que el rey estuviera bien.
“Ven aquí, muchacho”, dijo MacGil débilmente, con la voz ronca, apenas como un susurro.
Thor bajó su cabeza y corrió al lado del rey, arrodillándose ante él. El rey tendió una muñeca inerte; Thor tomó su mano y la besó.
Thor miró hacia arriba y vio a MacGil sonriendo débilmente. Thor se sorprendió al sentir las lágrimas calientes inundando sus mejillas.
“Mi señor, empezó a decir Thor, apresuradamente, sin poder contenerse, “créame, por favor. Yo no lo envenené. Supe la trama solamente por mi sueño. De un poder que no conozco. Solamente quise advertirle. Créame, por favor—”.
MacGil levantó una mano, y Thor guardó silencio.
“Me equivoqué contigo”, dijo MacGil. “Se necesitó que otro hombre me apuñalara para saber que no eras tú. Solamente intentabas salvarme. Perdóname. Fuiste leal. Tal vez eres el único miembro leal de mi corte”.
“Cómo quisiera haberme equivocado”, dijo Thor. “Cómo quisiera que estuviera a salvo. Que mis sueños fueran solo ilusiones, que nunca hubiera sido asesinado. Tal vez me equivoqué. Tal vez sobreviva”.
MacGil negó con la cabeza.
“Mi tiempo ha llegado”, le dijo a Thor.
Thor tragó saliva, esperando que no fuera cierto, pero presintiendo que sí lo era.
“¿Sabe quién cometió este acto atroz, mi señor?” Thor hizo la pregunta que le había estado carcomiendo en la mente desde que había tenido el sueño. No podía imaginar quién querría matar al rey, o por qué.
MacGil miró al techo, parpadeando con esfuerzo.
“Vi su cara. Es una cara que conozco bien. Pero por alguna razón, no puedo ubicarlo”.
Volteó a ver a Thor.
“Ahora ya no importa. Mi tiempo ha llegado. Ya sea que fuera por su mano o la de otro, el final sigue siendo el mismo. “Lo que importa ahora”, dijo él, y extendió la mano y agarró la muñeca de Thor con una fuerza que lo sorprendió, “es lo que pasará después de que me vaya. Nuestro reino no tendrá rey”.
MacGil miró a Thor con una intensidad que Thor no entendía. Thor no sabía precisamente lo que él decía—qué, si había algo, era lo que exigía. Thor quería preguntar, pero veía la dificultad que tenía MacGil para respirar, y no quería arriesgarse a interrumpirlo.
“Argon tenía razón acerca de ti”, dijo él, soltándolo lentamente de la muñeca. “Tu destino es más grande que el mío”.
Thor sintió un choque eléctrico en su cuerpo al escuchar las palabras del rey. ¿Su destino? ¿Más grande que el del rey? La sola idea de que el rey se molestara en hablar de Thor con Argon era más de lo que Thor podía comprender. Y el hecho de que dijera que el destino de Thor sería más grande que el de rey—¿qué significado podría tener? ¿Estaría delirando MacGil en sus últimos momentos?
“Yo te elijo...te traje a mi familia por un motivo. ¿Sabes cuál es el motivo?”.
Thor negó con la cabeza, queriendo saber, desesperadamente.
“¿No sabes por qué quise que estuvieras solamente tú, en mis últimos momentos?”
“O siento, mi señor”, dijo él, negando con la cabeza. “No lo sé”.
MacGil sonrió débilmente, mientras sus ojos se empezaban a cerrar.
“Hay una gran tierra, lejos de aquí. Más allá de las tierras salvajes. Más allá de la tierra de los dragones. Es la tierra de los druidas. De donde es tu madre. Tienes que ir allá, a buscar las respuestas”.
Los ojos de MacGil se abrieron de par en par al mirar a Thor con una intensidad que éste no podía entender.
“Nuestro reino depende de eso”, añadió. “Tú no eres como los demás. Tú eres especial. Hasta que entiendas quién eres, nuestro reino nunca tendrá descanso”.
Los ojos de MacGil se cerraron y su respiración se hizo más superficial, cada una venía con un jadeo. Su sujeción en la muñeca de Thor se volvió más débil y Thor sintió cómo brotaban sus propias lágrimas. Su mente giraba con cada cosa que el rey había dicho, mientras trataba de entenderlo.