Antes de que Thor pudiera reaccionar, el muchacho le dio un codazo en la cara.
Thor se tambaleó hacia atrás, aturdido por el golpe. Era como haber sido golpeado por un martillo y sus oídos zumbaron.
Mientras Thor tambaleaba, intentando recuperar el aliento, el muchacho fue al ataque y lo pateó con fuerza en el pecho. Thor salió volando hacia atrás y cayó al suelo, aterrizando sobre su espalda. Los otros chicos ovacionaron.
Thor, mareado, empezó a incorporarse, pero el muchacho fue al ataque una vez más, volvió y lo golpeó de nuevo con fuerza en la cara, derribándolo de espaldas nuevamente—y para siempre.
Thor se quedó ahí, escuchando los aplausos apagados de los demás, sintiendo el sabor salado de la sangre que corría por la nariz, y el verdugón de su rostro. Él gimió de dolor. Levantó la vista y pudo ver cómo se alejaba el muchacho grande y caminaba de regreso hacia sus amigos, que ya celebraban su victoria.
Thor quería darse por vencido. Ese muchacho era enorme, luchar contra él era inútil, y no podía aceptar más castigo. Pero algo dentro de él lo empujó. No podía perder. No delante de toda esa gente.
No te des por vencido. Levántate. ¡Levántate!
Thor de alguna manera convocó a la fuerza. Gimiendo, se dio la vuelta y se colocó sobre sus manos y rodillas, y luego, lentamente se levantó. Enfrentó al muchacho, sangrando, con los ojos hinchados, no podía ver, respiraba con dificultad y levantó los puños.
El muchacho enorme volvió y miró a Thor. Él sacudió la cabeza con incredulidad.
“Deberías haberte quedado acostado, muchacho”, dijo amenazante, mientras comenzaba a caminar hacia Thor.
“¡BASTA!”, gritó una voz. “Elden, ¡retírate!”.
De repente se acercó un caballero, colocándose entre ellos, extendiendo la palma de la mano y evitando que Elden se acercara a Thor. La multitud se calmó, y miraron al caballero; claramente, se trataba de un hombre que exigía respeto.
Thor levantó la vista, ante el temor de la presencia del caballero. Tenía veintitantos años, era alto, de hombros anchos, de mandíbula cuadrada y cabello marrón, bien cuidado. A Thor le agradó de inmediato. Su armadura de primer nivel, cota de malla de plata pulida, estaba cubierta con las marcas reales: el emblema halcón de la familia MacGil. A Thor se le secó la garganta; estaba de pie ante un miembro de la familia real. Casi no podía creerlo.
“Explícate, muchacho”, le dijo a Thor”. ¿Por qué has venido a atacar a nuestra arena, sin invitación?”.
Antes de que Thor pudiera responder, de repente, los tres miembros de la guardia del rey rompieron el círculo. El escolta líder se quedó ahí, respirando con dificultad, señalando con el dedo a Thor.
“¡Desafió nuestro orden!”, gritó el guardia”. ¡Voy a encadenarlo y llevarlo a la prisión del rey!”.
“¡Yo no hice nada malo!”, protestó Thor.
“¿En verdad?”, gritó el guardia”. ¿Y qué hay de introducirse en la propiedad del rey sin ser invitado?”.
“¡Todo lo que quería era una oportunidad!”, gritó Thor, volteando, suplicando al caballero ante él, al miembro de la familia real. “¡Todo lo que quería era una oportunidad de unirme a la Legión!”.
“Este campo de entrenamiento es solamente para los invitados, muchacho”, dijo una voz ronca.
Se acercó un guerrero al círculo, de cincuenta y tantos años, ancho y robusto, calvo, de barba corta y una cicatriz que atravesaba su nariz. Parecía que había sido soldado profesional toda su vida—y por las marcas en su armadura y el broche de oro en su pecho, parecía ser su comandante. El corazón de Thor se aceleró al verlo: un general.
“No fui invitado, señor”, dijo Thor. “Eso es verdad. Pero ha sido el sueño de mi vida estar aquí. Lo único que quiero es una oportunidad para mostrar lo que puedo hacer. Soy tan bueno como cualquiera de esos reclutas. Sólo deme una oportunidad de demostrarlo. Por favor. Unirme a la Legión es todo lo que siempre he soñado”.
“Este campo de batalla no es para soñadores, muchacho”, fue su respuesta áspera. “Es para los combatientes. No hay excepciones a nuestras reglas: los reclutas se seleccionan”.
El general asintió con la cabeza, y el guardia del rey se acercó a Thor, con los grilletes.
Pero de repente el caballero, miembro de la familia real, se adelantó y extendió la palma de la mano, bloqueando al guardia.
“Tal vez, en ocasiones, se puede hacer una excepción”, dijo él.
El guardia lo miró consternado, con ganas de hablar, pero tuvo que morderse la lengua, en deferencia a un miembro de la familia real.
“Admiro tu espíritu, muchacho”, continuó diciendo el caballero. “Antes de que te echemos, me gustaría ver lo que puedes hacer”.
“Pero Kendrick, tenemos nuestras reglas…”, dijo el general, claramente disgustado.
“La familia real hace las reglas”, respondió Kendrick con severidad, “y la Legión responde a la familia real”.
“Respondemos a su padre, el rey—no a usted”, respondió el general, igualmente desafiante.
Hubo un enfrentamiento, el aire estaba lleno de tensión. Thor no podía creer lo que había ocasionado.
“Conozco a mi padre y sé lo que él querría. Querría dar una oportunidad a este muchacho. Y eso es lo que haremos”.
El general, tras varios minutos de tensión, finalmente se hizo a un lado.
Kendrick se volvió hacia Thor, y sus ojos miraron fijamente a sus ojos marrones e intensos, con la cara de príncipe, pero también de un guerrero.
“Te daré una oportunidad”, dijo él a Thor. “A ver si puedes atinar a esa marca”.
Hizo un gesto a una pila de heno al otro lado del campo, con una pequeña mancha roja en el centro. Varias lanzas fueron alojadas en el heno, pero ninguna dentro de la red.
“Si puedes hacer lo que ninguno de esos muchachos pudo hacer—si puedes atinar a esa marca desde aquí—entonces puedes unirte a nosotros”.
El caballero se hizo a un lado y Thor podía sentir los ojos fijos en él.
Vio un estante de arpones y los examinó con cuidado. Eran de la mejor calidad que jamás había visto, hechos de madera maciza de roble, envueltos en el más fino cuero. Su corazón latía con fuerza, mientras daba un paso hacia adelante, limpiándose la sangre de la nariz con el dorso de su mano, sintiéndose más nervioso que nunca en su vida. Claramente, le estaba dando una tarea casi imposible. Pero tenía que intentarlo.
Thor se acercó y tomó una lanza, ni muy larga ni muy corta. La sopesó en la mano—era pesada, valiosa. No como las que usaba en casa. Pero también se sentía bien. Él sintió que tal vez, solo tal vez, podría atinar a la marca. Después de todo, lanzar un arpón era la mejor habilidad que tenía, así como lanzar piedras, y tras muchos días de recorrer el páramo, le había dado muchos objetivos. Él siempre había sido capaz de dar en el blanco, aunque sus hermanos no pudieran.
Thor cerró sus ojos y respiró profundamente. Si fallaba, los guardias se abalanzarían sobre él y lo arrastrarían a prisión—y su oportunidad de unirse a la Legión se arruinaría para siempre. Este momento era lo que él siempre había soñado.
Le pidió a Dios con todas sus fuerzas.
Sin dudarlo, Thor abrió sus ojos, dio dos pasos hacia adelante, estiró la mano hacia atrás y lanzó