MacGil se sentó ahí, respirando, con la cara roja, tratando de calmarse. Por milésima vez, se preguntaba qué había hecho para tener un hijo así.
Miró a sus hijos restantes. Los cuatro lo miraron, esperando en el sofocante silencio. MacGil respiró profundo, tratando de concentrarse.
“Solamente quedan dos de ustedes”, continuó diciendo. “Y entre esos dos, he elegido a un sucesor”.
MacGil miró a su hija.
“Gwendolyn, esa eres tú”.
Hubo un grito ahogado en la habitación; todos sus hijos parecían sorprendidos, sobre todo Gwendolyn.
“¿Has hablado con precisión, padre?”, preguntó Gareth. “¿Dijiste Gwendolyn?”.
“Padre, me siento honrada”, dijo Gwendolyn. “Pero no puedo aceptar. Soy mujer”.
“Es cierto, una mujer nunca se ha sentado en el trono de los MacGil. Pero he decidido que es tiempo de cambiar la tradición. Gwendolyn, eres la mujer joven con más inteligencia y espíritu que he conocido. Eres joven, pero si Dios quiere, no moriré pronto, y llegado el momento, tendrás la suficiente sabiduría para gobernar. El reino será tuyo”.
“¡Pero, padre…!”, gritó Gareth, con la cara lívida. “¡Soy el hijo legítimo mayor! ¡Siempre, en toda la historia de los MacGil, la monarquía ha pasado al hijo mayor!”.
“Yo soy el rey”, contestó MacGil de manera amenazante, “y yo dicto la tradición”.
“¡Pero no es justo!”, dijo Gareth, con voz quejumbrosa. “Se supone que yo voy a ser el rey. No mi hermana. ¡No una mujer!”.
“¡Cierra la boca, muchacho!”, gritó MacGil, temblando de rabia. “¿Te atreves a cuestionar mi juicio?”.
“¿Una mujer va a pasar por encima de mí? ¿Eso es lo que piensas de mí?”.
“He tomado mi decisión”, dijo MacGil. “Vas a respetarla y seguirla obedientemente, como todos los súbditos de mi reino. Ahora ya pueden irse todos”.
Sus hijos reverenciaron sus cabezas rápidamente y salieron de la habitación.
Pero Gareth se detuvo en la puerta, incapaz de salir.
Se dio la vuelta y solo, encaró a su padre.
MacGil podía ver la decepción en su rostro. Obviamente, él esperaba ser nombrado heredero el día de hoy. Aún más: él lo había deseado. Con desesperación. Lo cual no sorprendió a MacGil en absoluto—y fue el mismo motivo por lo que no se lo dio a él.
“¿Por qué me odias, padre?”, preguntó él.
“No te odio. Pero no creo que estés preparado para gobernar mi reino”.
“¿Por qué no?”, dijo Gareth presionando.
“Porque eso es precisamente lo que buscas”.
La cara de Gareth se volvió de un tono carmesí oscuro. MacGil le había dado una muestra de su verdadera naturaleza. MacGil miró sus ojos, los vio arder con un odio hacia él que nunca imaginó posible.
Sin otra palabra, Gareth salió furioso de la habitación y cerró la puerta de un portazo detrás de él.
Con el eco que reverberaba, MacGil se estremeció. Recordó la mirada de su hijo y percibió un odio profundo, más profundo que incluso el de sus enemigos. En ese momento, pensó en Argon, en su pronunciamiento, en el peligro tan cerca.
¿Podría estar así de cerca?
CAPÍTULO SEIS
Thor corrió por el vasto campo de arena, a toda velocidad. Detrás de él, podía escuchar los pasos de los guardias del rey, muy cerca. Lo persiguieron a través del paisaje caluroso y polvoriento, maldiciendo a su paso. Ante él estaban los miembros—y nuevos reclutas—de la Legión, docenas de muchachos, iguales que él, pero mayores y con más fuerza. Ellos estaban entrenando y poniéndose a prueba en varias formaciones, algunos lanzando arpones, otros lanzando jabalinas, algunos practicando sus agarres en las lanzas. Apuntaban a objetivos distantes y rara vez fallaban. Esa era su competencia, y parecían estupendos.
Entre ellos se encontraban docenas de caballeros reales, miembros de Los Plateados, de pie, en un amplio semicírculo, viendo la acción. Juzgando. Decidiendo quién se quedaría y quién sería enviado a casa.
Thor sabía que tenía que probarse a sí mismo, tenía que impresionar a esos hombres. En cuestión de minutos, los guardias estarían sobre él, y si tuviera alguna oportunidad de hacer una buena impresión, éste era el momento. ¿Pero cómo? Su mente se aceleró mientras corría por el patio, decidido a no ser rechazado.
Mientras Thor corría a través del campo, otros comenzaron a notarlo. Algunos de los reclutas dejaron lo que estaban haciendo y se volvieron, al igual que algunos de los caballeros. En cuestión de minutos, Thor sintió que toda la atención se centraba en él. Ellos parecían perplejos y se dio cuenta de que se estarían preguntando quién era él; corrió a través del campo, con tres de los guardias del rey persiguiéndolo. Esta no era la forma en que él había querido llamar la atención. Toda su vida, después de haber soñado con unirse a la Legión, esta no era la forma en que había imaginado que sucediera.
Cuando Thor corrió, debatiendo qué hacer, su curso de acción se hizo claro para él. Un muchacho grande, un recluta, decidió encargarse de impresionar a los demás deteniendo a Thor. Alto, musculoso y casi dos veces el tamaño de Thor, alzó su espada de madera para bloquear su camino. Thor podía ver que estaba decidido a derribarlo, de hacerlo quedar en ridículo delante de todos, y por lo tanto obtener para sí mismo una ventaja sobre los otros reclutas.
Esto hizo enfurecer a Thor. Él no tenía problemas con ese muchacho, y no tenía que ver en el asunto. Pero lo estaba tomando como personal, solamente para ganar una ventaja sobre los otros.
Conforme se fue acercando, Thor apenas podía creer el tamaño del muchacho: era mucho más alto que él, fruncía el ceño, con mechones de cabello negro y grueso que cubría su frente y tenía la mandíbula más grande y cuadrada que Thor había visto en la vida. Él no vio cómo podía hacer mella en contra de ese chico.
El muchacho fue al ataque con su espada de madera, y Thor sabía que si no actuaba con rapidez, sería eliminado.
Entraron en acción los reflejos de Thor. Él instintivamente sacó su honda, estiró la mano hacia atrás y lanzó una piedra en la mano del chico. Encontró su objetivo y tiró la espada de su mano, al mismo tiempo que el muchacho la llevaba hacia abajo. Salió volando y el muchacho, gritando, agarró su mano.
Thor no perdió tiempo. Fue al ataque, aprovechando el momento, saltó en el aire y pateó al chico, plantando sus dos pies delanteros en el pecho del chico. Pero el chico era tan grueso, que era como patear un roble. El chico simplemente se tambaleó hacia atrás unos centímetros, mientras Thor se detuvo completamente en seco, y cayó a los pies del muchacho.
Esto no augura nada bueno, pensó Thor, mientras golpeaba el suelo con un ruido sordo, y le zumbaban los oídos.
Thor trató de levantarse, pero el muchacho iba un paso delante de él. Se agachó, agarró a Thor por la espalda y lo lanzó, mandándolo a volar, boca abajo, en el suelo.
Un grupo de muchachos se reunió rápidamente en un círculo alrededor de ellos y ovacionaron. Thor enrojeció, humillado.
Thor volteó para levantarse, pero el muchacho era muy rápido. Ya estaba sobre él, sujetándolo. Antes de que Thor se diera cuenta, se había convertido en una lucha y el peso del muchacho era inmenso.
Thor podía oír los gritos apagados de los otros reclutas, ya que formaban un círculo, gritando, ansiosos de ver sangre. El muchacho frunció el ceño; el muchacho estiró los pulgares y los bajó en los ojos de Thor. Thor no podía creerlo—parecía que el muchacho realmente quería lastimarlo.