Caitlin tuvo un flashback a Roma, al Coliseo, a la lucha en la pista del estadio cuando varios combatientes se lanzaron sobre ella. Era tan vívido que por un momento se olvidó dónde estaba.
Regresó al tiempo presente justo a tiempo. El hombre borracho se levantó, tropezó, y se lanzó sobre ella de nuevo. Caitlin esperó hasta el último segundo, luego lo esquivó, y él salió volando, cayendo sobre su rostro.
Estaba aturdido y, antes de que pudiera levantarse de nuevo, Caitlin se apresuró a alejarse. Se alegró de que había logrado librarse de él pero el incidente la había sacudido. Le preocupó que todavía tuviera flashbacks de Roma. Tampoco había sentido su fuerza sobrenatural. Todavía se sentía tan frágil como un ser humano. Esa idea, más que cualquier otra cosa, la asustaba. Realmente, tenía que arreglárselas por su cuenta.
Caitlin miró a su alrededor y empezó a sentirse desesperada por no saber dónde ir ni qué hacer. Sus piernas le quemaban por la caminata, y estaba cansada.
Fue entonces cuando la vio. Al levantar la vista, vio ante ella una enorme colina. Además, había una gran abadía medieval. Por alguna razón que no podía explicar, se sintió atraída hacia allí. La colina era desalentadora, pero no tenía otra opción.
Caitlin subió hasta la cima de la colina, más cansada de lo que nunca había estado en su vida y deseó poder volar.
Finalmente, llegó a las puertas de entrada de la abadía, y miró sus enormes puertas de roble. Este lugar tenía un aspecto antiguo. Se maravilló ante el hecho de que, aunque era 1789, esta iglesia había sido construida miles de años antes.
No sabía por qué, pero ese lugar la atraía. Al no tener otro lugar a donde ir, se llenó de coraje, y llamó suavemente.
No hubo ninguna respuesta.
Caitlin probó el picaporte y se sorprendió cuando la puerta se abrió. Y entró.
La antigua puerta se abrió lentamente, y los ojos de Caitlin tardaron un momento en acostumbrarse a la iglesia que estaba oscura como una caverna. Mientras la examinaba, le impresionó la magnitud y la solemnidad del lugar. Todavía era de noche, y esta sencilla y austera iglesia, hecha enteramente de piedra, adornada con vitrales, estaba iluminada por velas grandes con pequeñas flamas que estaban en todas partes. En su extremo más alejado había un altar sencillo, a su alrededor había decenas de más velas.
Sin embargo, parecía no haber nadie.
Caitlin se preguntó qué estaba haciendo allí. ¿Había alguna razón especial? ¿O su mente solo le estado jugando una mala pasada?
De repente, una puerta lateral se abrió y Caitlin es dio vuelta.
Caitlin se sorprendió al ver a una monja -bajita y frágil, vestida con túnicas blancas y una capucha blanca, caminando hacia ella. Se acercó lentamente hasta Caitlin.
La monja se echó la capucha hacia atrás, la miró y sonrió. Tenía grandes y brillantes ojos azules, se veía demasiado joven para ser una monja. Cuando sonrió, Caitlin pudo sentir su calor. También notó que era de las suyas: era un vampiro.
"Hermana Paine," la monja dijo en voz baja. "Es un honor tenerla aquí."
CAPÍTULO DOS
Todo se volvió surrealista para Caitlin mientras la monja la conducía por la abadía, por un largo pasillo. Era un lugar hermoso, y era evidente que allí había gran actividad; las monjas en túnicas blancas caminaban alrededor, preparándose, al parecer, para los servicios de la mañana. Una de ellas balanceaba un decantador que difuminaba un delicado perfume, mientras otras cantaban suavemente oraciones para la mañana.
Después de varios minutos de caminar en silencio, Caitlin empezó a preguntarse a donde la estaba conduciendo la monja. Finalmente, se detuvieron ante una puerta. La monja la abrió, revelando una pequeña y humilde habitación, con una vista de París. A Caitlin le recordó la habitación donde se había quedado en el claustro en Siena.
"En la cama, encontrarás una muda de ropa", le dijo la monja. "En nuestro patio, hay un pozo donde podrás bañarte, ", dijo. Y señaló, "y eso es para ti."
Caitlin siguió su dedo y vio un pequeño pedestal de piedra en la esquina de la habitación, sobre el que había una copa de plata llena de un líquido blanco. La monja le devolvió la sonrisa.
"Tienes todo lo que necesitas para dormir durante la noche. Después, la decisión es tuya."
"¿La decisión?" preguntó Caitlin.
"Me han dicho que ya tienes una llave. Tendrás que encontrar las otras tres. Sin embargo, la decisión para cumplir tu misión y continuar tu viaje es siempre tuya."
"Esto es para ti."
Alargó la mano y le entregó un casco cilíndrico de plata, estaba cubierto de joyas.
"Es una carta de tu padre. Sólo para ti. La hemos estado custodiando desde hace siglos. Nunca la hemos abierto."
Caitlin la tomó con asombro, sintiendo su peso en la mano.
"Espero que continúes tu misión", dijo en voz baja. "Te necesitamos, Caitlin."
De repente, la monja se volvió para irse.
"¡Espera!" Caitlin gritó.
Ella se detuvo.
"Estoy en París, ¿correcto? ¿En 1789?"
La mujer le devolvió la sonrisa. "Eso es correcto."
"Pero ¿por qué? ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué ahora? ¿Por qué en este lugar?"
"Me temo que eso es algo que necesitas descubrir por ti misma. Yo no soy más que un simple servidor."
"Pero ¿por qué me atrajo esta iglesia?"
"Estás en la abadía de San Pedro. En Montmartre" dijo la mujer. "La abadía ha estado aquí desde hace miles de años. Es un lugar muy sagrado."
"¿Por qué?" Caitlin la presionó.
"Este fue el lugar donde todo el mundo se reunió para tomar sus votos y fundar la Compañía de Jesús. En este lugar nació el cristianismo."
Sin decir palabras, Caitlin le devolvió la mirada y la monja finalmente sonrió y dijo: "Bienvenida."
Y con eso, se inclinó un poco y se marchó, cerrando la puerta suavemente detrás de ella.
Caitlin se volvió y examinó la habitación. Estaba agradecida por la hospitalidad, el cambio de ropa, la oportunidad de bañarse, la cómoda cama en una esquina de la habitación. No podía dar un paso más. De hecho, estaba tan cansada que sentía que podía dormir para siempre.
Sosteniendo el casco enjoyado, caminó hasta la esquina de la habitación y lo dejó allí. La carta podía esperar. Pero su hambre no.
Levantó la copa rebosante y la examinó. Pudo sentir lo que contenía: glóbulos blancos.
Se la llevó a los labios y bebió. Era más dulce que la sangre roja y bajaba más fácilmente- y corría por sus venas más rápidamente. En un momento, se sintió renacer y con más fuerza que nunca. Podría haber bebido para siempre.
Caitlin finalmente dejó la copa vacía y llevó la caja de plata a la cama. Se acostó y se dio cuenta cuánto le dolían sus piernas. Se sentía tan bien que simplemente se quedó allí.
Se echó hacia atrás y apoyó la cabeza contra la simple almohada pequeña y cerró los ojos, sólo por un segundo. Estaba decidida a abrirlos en un momento y leer la carta de su padre.
Pero no bien cerró sus ojos, un agotamiento increíble se apoderó de ella. No pudo abrirlos de nuevo aunque lo intentó varias veces. En cuestión de segundos, estaba profundamente dormida.
Caitlin estaba parada en la pista del Coliseo romano, vestida con equipo de batalla y sosteniendo una espada. Se veía dispuesta a desafiar a todo quien la atacara