Tal vez soy la única, pensó. Tal vez estoy por mi cuenta otra vez.
Esta idea le perforó su estómago como un cuchillo. Quería agacharse, arrastrarse y esconderse en la iglesia, para que la enviaran a algún otro tiempo, a otro lugar -cualquier lugar en el que pudiera despertar y ver que conocía a alguien.
Pero se hizo fuerte. Sabía que no había marcha atrás ni ninguna otra opción más que seguir adelante. Sólo tendría que ser valiente y encontrar su camino en este tiempo y lugar. Simplemente, no tenía otra opción.
Caitlin tenía que alejarse de la multitud. Necesitaba estar sola, para descansar y alimentarse, para pensar. Tenía que averiguar dónde ir, dónde buscar a Caleb, y saber si estaba aquí. Igualmente importante, tenía que averiguar por qué estaba en esa ciudad, y en ese tiempo. Ni siquiera sabía qué año era.
Una persona pasó a su lado y, abrumada por el repentino deseo de saber, Caitlin se acercó y la agarró del brazo.
Él se volvió y la miró, sorprendido por haber sido detenido de manera tan abrupta.
"Lo siento," dijo ella, dándose cuenta de lo seca que tenía su garganta y de lo terrible que debía verse, al pronunciar sus primeras palabras, "¿pero qué año es?"
Le dio vergüenza preguntar, dándose cuenta de que debía parecer una loca.
"¿El año?" El hombre confundido le preguntó.
"Um … Lo siento, pero no puede recordar …"
El hombre la miró de arriba abajo, y luego sacudió lentamente la cabeza, como si estuviera imaginando cuál era su problema.
"Es 1789, por supuesto. Y no estamos ni siquiera cerca de Año Nuevo, así que realmente no tienes ninguna excusa ", dijo, sacudiendo la cabeza con sorna mientras se marchaba.
1789. Esos números corrieron por la mente de Caitlin. Recordó que la última vez había estado en 1791. Dos años. No tan atrás en el tiempo.
Sin embargo, ahora estaba en París, un mundo completamente diferente al de Venecia. ¿Por qué aquí? ¿Por qué ahora?
Se devanó los sesos, tratando desesperadamente de recordar sus clases de historia, de recordar lo que había sucedido en Francia en 1789 Se sintió avergonzada de que no podía. Se enojó consigo misma una vez más por no prestar más atención en clase. Si hubiera sabido en la escuela secundaria que algún día iba a viajar hacia atrás en el tiempo, habría estudiado historia toda la noche, y habría hecho un esfuerzo para memorizar todo.
Eso ya no importaba. Ahora, ella era parte de la historia. Ahora, tenía la oportunidad de cambiarla, y cambiarse a sí misma. El pasado, se dio cuenta, podría cambiar. El hecho de que ciertos acontecimientos habían sucedido en los libros de historia, no significaba que ella, viajando hacia atrás, no podría cambiarlos. En cierto sentido, ya lo había hecho: aparecer allí, en este momento, afectaría todo. Eso, a su vez, podría, en una pequeña escala, cambiar el curso de la historia.
Aún más, tomó conciencia de la importancia de sus acciones . El pasado era suyo y podía crearlo de nuevo.
Mientras se sumergía en el paisaje tan elegante, Caitlin empezó a relajarse un poco, e incluso a sentirse un poco animada. Al menos había aterrizado en un lugar hermoso, en una hermosa ciudad, y en una época también hermosa. No era la edad de piedra, después de todo, y no era como si hubiera aparecido en medio de la nada. Todo a su alrededor lucía inmaculado, y la gente se vestía muy bien, y las calles empedradas brillaban bajo la luz de las antorchas. Y lo único que se acordaba de París en el siglo 18 era que se trataba de una época de lujo para Francia, una época de gran riqueza, cuando aún gobernaban reyes y reinas.
Caitlin se dio cuenta de que Notre Dame estaba en una pequeña isla, y sintió la necesidad de irse. Estaba demasiado lleno de gente allí, y necesitaba un poco de paz. Vio varios puentes peatonales, y se dirigió a uno. Tenía la esperanza de que la presencia de Caleb la estuviera dirigiendo en una dirección en particular.
Mientras caminaba sobre el río, notó lo hermosa que era la noche en París, iluminada por la luz de las antorchas a lo largo del río y la luna llena. Pensó en Caleb y deseó que estuviera a su lado para disfrutar de la vista.
Cuando miró hacia el agua, se llenó de recuerdos. Pensó en Pollepel, en el río Hudson por la noche, cómo la luna lo iluminaba. Tuvo un repentino impulso de saltar del puente para probar sus alas y ver si podía volar y elevarse.
Pero, se sentía débil, y con hambre, y cuando se hizo hacia atrás, ni siquiera pudo sentir la presencia de sus alas. Le preocupó que el viaje en el tiempo hubiera afectado sus habilidades, sus poderes. No se sentía tan fuerte como antes. De hecho, se sentía casi humana. Fragil. Vulnerable. No le gustaba esa sensación.
Después de cruzar el río, caminó por las calles laterales, vagando durante horas, irremediablemente perdida. Caminó por calles que daban muchas vueltas y se alejaban más y más del río, hacia el norte. Le sorprendió la ciudad. En algunos aspectos, parecía similar a Venecia y Florencia en 1791. Al igual que esas ciudades, París seguía siendo la misma, incluso se veía igual que en el siglo 21. Nunca había estado allí, pero había visto fotos, y se sorprendió al reconocer muchos edificios y monumentos.
Las calles aquí también, en su mayoría, eran de adoquines, estaban llenas de caballos y carruajes, o de vez en cuando se veían caballos con un jinete. La gente, vistiendo trajes elaborados, paseaba tranquilamente, con todo el tiempo del mundo. No había cañerías aquí tampoco, y Caitlin no pudo evitar notar la basura en las calles y retrocedió ante el horrible hedor aumentado por el calor del verano. Deseó tener una de esas pequeñas bolsas de popurrí que Polly le había dado en Venecia.
Pero a diferencia de esas otras ciudades, París era un mundo en sí mismo. Las calles eran más anchas, los edificios eran más bajos y estaban más bellamente diseñados. La ciudad se sentía más vieja, más preciosa, más hermosa. También había menos gente: cuanto más se alejaba de la catedral de Notre Dame, menos personas veía. Tal vez era porque era tarde en la noche, las calles estaban casi vacías.
Caminó y caminó, hasta que se le cansaron las piernas y los pies, buscando en cada esquina alguna señal de Caleb, alguna pista que la condujera en una dirección especial. No vio nada.
Cada veinte cuadras, más o menos, el barrio cambiaba, y la sensación cambiaba, también. Yendo más y más hacia el norte, subió una colina, allí encontró un barrio nuevo, esta vez con callejones estrechos, y varios bares. Al pasar por un bar en una esquina, vio a un hombre tirado contra la pared, estaba borracho e inconsciente. La calle estaba completamente vacía y, por un momento, Caitlin sintió la peor punzada de hambre. Sentía como si su estómago se le estuviera desgarrando por la mitad.
El hombre yacía inconsciente, ella acercó su mirada a su cuello y vio la sangre latir en su interior. En ese momento, más que cualquier otra cosa, quiso descender sobre él para alimentarse. La sensación era más que un deseo – era una orden. Su cuerpo le gritaba que tenía que hacerlo.
Le tomó hasta la última gota de su voluntad obligarse a mirar hacia otro lado. Prefería morir de hambre a herir a un ser humano.
Miró a su alrededor y se preguntó si habría un bosque cerca de allí, un lugar donde pudiera cazar. Había visto algunos caminos de tierra y parques de la ciudad, pero no había visto nada como un bosque.
Justo en ese momento, la puerta del bar se abrió y un hombre salió tropezándose – lo estaban echando, en realidad- empujado por uno de los camareros. Él los maldijo y les gritó, estaba claramente borracho.
Luego se volvió y miró a Caitlin.
Tenía un cuerpo grande y miró a Caitlin con malas intenciones.
Se puso nerviosa. Se preguntó de nuevo, desesperadamente, dónde habían ido sus poderes.
Se dio la vuelta y se alejó, caminando rápidamente; el hombre la seguía.
Antes de que pudiera girar, él la agarró por detrás, en un abrazo de oso. Él era más rápido y más fuerte de lo que había imaginado,