“White,” le dijo. “¿Ya estás en casa?”
“Sí señor.”
“Necesito que vuelvas a salir. Necesito hablar contigo en privado. Estaré en el aparcamiento. Nivel Dos, Fila D.”
“Señor, ¿se trata de Ellington?”
“Solo ven a reunirte conmigo, White. Llega tan rápido como te sea posible.”
Dicho esto, terminó la llamada, dejando a Mackenzie con una línea apagada en la mano. Se metió el teléfono al bolsillo con lentitud, y volvió a mirar a Ellington. Estaba retirando la sartén del fuego, dirigiéndose a la mesa que había en el pequeño comedor.
“Tengo que llevarme algo conmigo,” dijo.
“Maldita sea. ¿Es sobre mí?”
“No me dijo nada,” dijo Mackenzie. “Pero creo que no. Se trata de algo diferente. Está siendo de lo más discreto.”
No sabía muy bien a qué se debía, pero se guardó las instrucciones de encontrarse con él en el aparcamiento. Si era honesta consigo misma, algo al respecto no le encajaba del todo. Aun así, agarró un cuenco de los armarios, se echó algo de la cena de Ellington dentro de él, y le dio un beso en la mejilla. Ambos podían ver que resultaba mecánico y forzado.
“Mantenme informado,” dijo Ellington. “Y dime si necesitas algo.”
“Por supuesto,” dijo ella.
Cayendo en la cuenta de que ni siquiera se había quitado de encima la pistolera y el Glock, se dirigió derecha hacia la puerta. Y no fue hasta que estuvo de vuelta en el pasillo y en dirección a su coche que se dio cuenta de que la verdad es que se sentía bastante aliviada de que le hubieran sacado de casa.
Debía de admitir que eso de subir lentamente por el nivel 2 del aparcamiento subterráneo enfrente de la central parecía un tanto estereotipado. Las reuniones en aparcamientos subterráneos eran cosas que pasaban en los dramas policiales de televisión de poca calidad. Y en esos dramas, las reuniones oscuras en esos aparcamientos solían desembocar en algún tipo de drama.
Divisó el coche de McGrath y aparcó su propio coche a unos pocos espacios de distancia. Lo cerró y se acercó paseando hasta donde estaba McGrath esperándola. Sin ninguna invitación formal a que lo hiciera, caminó hasta la puerta del copiloto, la abrió, y se montó en el coche.
“Muy bien,” dijo ella. “Tanto secreto me está matando. ¿Qué es lo que anda mal?”
“Nada anda mal en concreto,” dijo McGrath. “Pero tenemos un caso como a una hora de distancia en un pueblecito llamado Kingsville. ¿Lo conoces?”
“Me suena de algo, pero nunca he estado allí.”
“Es tan rural como te puedas imaginar, apostado en medio de la nada antes del movimiento de las interestatales de DC,” dijo McGrath. “Lo cierto es que puede que no sea un caso en absoluto. Eso es lo que necesito que averigües.”
“Está bien,” dijo ella. “¿Pero por qué no podíamos tener esta reunión en tu despacho?”
“Porque la víctima es el sobrino del vicedirector. Veintidós años. Parece que alguien le tiró por un puente. El departamento de la policía local de Kingsville dice que probablemente no se trate más que de un suicidio, pero el vicedirector Wilmoth quiere asegurarse.”
“¿Tiene alguna razón para pensar que ha sido un asesinato?” preguntó ella.
“Bueno, es el segundo cadáver que se ha hallado al fondo de ese puente en los últimos cuatro días. Seguramente sea un suicidio, si quieres saber mi opinión, pero me han hecho llegar la orden hace una hora, directamente del director Wilmoth. Quiere saberlo con certeza. También quiere que le informemos en cuanto sea posible y que se mantenga en secreto. De ahí la petición de reunirnos aquí en vez de en mi oficina. Si nos viera alguien a ti y a mí fuera de horas de trabajo, asumirían que se trata de lo que está pasando con Ellington o de que tengo alguna tarea especial para ti.”
“Así que… ¿voy a Kingsville, averiguo si esto fue un suicidio o un asesinato, y te pongo al día?”
“Sí. Y debido a los últimos acontecimientos respecto a Ellington, irás tú sola. Lo que no debería ser ningún problema porque espero que estés de vuelta esta misma noche diciéndome que fue un suicidio.”
“Entendido. ¿Cuándo salgo para allí?”
“Ahora mismo,” dijo él. “No hay momento como el presente, ¿verdad?”
CAPÍTULO CUATRO
Mackenzie descubrió que McGrath no había exagerado en lo más mínimo al describir Kingsville, Virginia, como un lugar en medio de la nada. Era un pueblecito que, en cuestión de identidad, se encontraba atrapado en alguna parte entre Deliverance y Amityville. Tenía un tenebroso ambiente rural, pero con ese encanto rústico de pueblecito que la mayoría de las personas se esperaba de los pueblos sureños.
La noche ya había caído por completo para cuando llegó a la escena del crimen. EL puente apareció en lontananza lentamente mientras conducía su coche por una pista estrecha de gravilla. La carretera en sí misma no era una de las que mantenía el estado, aunque tampoco estuviera completamente cerrada al público. Sin embargo, cuando se acercó a menos de cincuenta metros del puente, vio que el departamento de policía de Kingsville había colocado una hilera de caballetes para evitar que nadie fuera más allá. Aparcó junto a unos cuantos coches de la policía local y después hizo pie dentro de la noche. Habían preparado unos cuantos focos, que alumbraban la empinada ribera que había a la derecha del puente.
A medida que se acercaba al punto de la acción, un policía de aspecto juvenil salió de uno de los coches.
“¿Eres la agente White?” preguntó el hombre, dejando que su acento sureño le atravesara el cuerpo como una cuchilla.
“Lo soy,” respondió ella.
“Muy bien. Puede que te resulte más fácil caminar al otro lado del puente y bajar por el otro lado de la ribera. Este lado está muy empinado.”
Agradecida por el consejo, Mackenzie cruzó el puente. Tomó su pequeña linterna Maglite e inspeccionó la zona mientras la cruzaba. El puente era bastante antiguo, probablemente clausurado hacía ya tiempo para cualquier clase de finalidad práctica. Sabía que había gran número de puentes esparcidos por Virginia y Virginia Occidental que eran muy similares a este. Este puente, llamado Puente de Miller Moon según la rápida investigación que se había arreglado para realizar en las paradas de semáforos por el camino, había sido erigido en 1910 y se había cerrado al público en 1969. Y aunque esa fuera la única información que había sido capaz de obtener sobre el lugar, su investigación actual estaba revelando más detalles.
No había mucho grafiti a lo largo del puente, pero sí que había una considerable cantidad de basura. Tirados por los extremos del puente había botes de cerveza, latas de refrescos, y bolsas vacías de patatas fritas, todas apiladas contra el borde metálico que sostenía los raíles de hierro. El puente no era muy largo tampoco; tenía unos veinticinco metros de largo, lo justo como para conectar las riberas empinadas y sobrepasar el río que había debajo. Resultaba robusto bajo los pies, pero su misma estructura era casi endeble de alguna manera. Era muy consciente de que estaba caminando sobre unos tableros de madera y unas vigas de soporte que se elevaban casi setenta metros en el aire.
Caminó hasta el final del puente, donde comprobó que el oficial de policía tenía razón. El terreno era mucho más manejable a este otro lado. Con ayuda de su Maglite, vio un sendero pateado que se adentraba a través de hierbajos altos. La ribera descendía en un ángulo cercano a los noventa grados, pero había claros de tierra y rocas esparcidas por aquí y por allá que hacían bastante más fácil el descenso.
“Espera un momento,” dijo una voz masculina por detrás suyo. Mackenzie miró hacia delante, hacia el brillo