Hay que señalar que, a lo largo del tiempo, una sociedad dominante siempre se ha hecho con el prestigioso estatus de "excepcionalÃsimo". AplaudirÃa esta intuición y valentÃa si sus economistas asumieran las responsabilidades de liderazgo de diseccionar el mundo que nos rodea con precisión y, en consecuencia, prescribirán intervenciones eficaces que nos elevaran a todos. ¿Qué tenemos ahora mismo? Un total y humeante desorden global donde la rentabilidad y el Producto Interno Bruto (una forma insensata de medir la mejora de la vida de los ciudadanos) están en el centro de las principales iniciativas. Tengo que subrayar la excusa excesivamente utilizada, la "globalización", ya que ha añadido elementos de alcance y velocidad a la mezcla. ¿Qué decir de la humanidad cuando, una y otra vez, las naciones lÃderes hacen la vista gorda ante la imposición de prácticas inhumanas, que fueron esclavitud en siglos pasados y ahora el auto desprecio se añade a la carga, siempre y cuando les beneficie?
Me enojo cuando los occidentales se sorprenden de que los programas de desarrollo, que son empujados por las gargantas de los paÃses problemáticos, no conducen a resultados profetizados. Me enojo más cuando las soluciones para las necesidades de los habitantes se pueden abordar de manera integrada. En cambio, desde sus escritorios en Washington, DC, los druidas económicos limpian los datos y desarrollan modelos simplificados, que se abstraen de la complejidad de la realidad observable.
Una y otra vez, estudios crÃticos llevados a cabo por expertos del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial han arrojado evidencias de la efectividad de los programas de las principales instituciones financieras internacionales. Estas conciencias culpables lamentan cómo un paÃs económicamente débil es tratado como un coma, llevado a la sala de emergencias de una organización internacional, encerrado en incubadoras financieras desenchufadas y noqueado por una sobredosis adictiva de ayuda, es entonces abusado y golpeado por frenéticos necrófilos y es usado como campo de pruebas para programas experimentales irracionales de reforma. Dios no lo quiera, una nación vegetada muestra cualquier signo de vida después de estas innecesarias cirugÃas a corazón abierto como lo hizo Argentina; estará a merced de feroces buitres que tratarán de sacar sus ojos e intestinos.
¿Cuál es el antÃdoto estándar inyectado en una nación que una vez fue considerada como un "estado fallido"? Miremos a Haità después de que el huracán Sandy azotara esta nación vudú que ya se tambaleaba socio-polÃtico-económicamente durante un siglo. En primer lugar, fue puesto en cuarentena y bajo la supervisión de los ojos espeluznantes de la administración fiduciaria internacional. Después de lo que las naciones poderosas impusieron vÃa douceur (elecciones democráticas) a millones de analfabetos, un bufón carismático cuya idea más brillante fue organizar celebraciones de carnaval en toda la pequeña porción de la isla de La Española, mientras que las decisiones serias fueron tomadas únicamente por los emisarios del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. El crimen social, polÃtico y económico cometido en Haità está lejos de ser un caso aislado; los fondos de asistencia internacional han sido utilizados por naciones depredadoras para extraer ese tipo de concesiones de las naciones lisiadas, que a menudo no están dispuestas a ofrecer en tiempos de buena salud.
Lo que hemos visto en Haità y en otros agujeros negros donde se adoptaron esos mismos enfoques es que los remedios produjeron un resultado neto peor que el problema en sà mismo. Principalmente porque los cleptómanos y los "socios" técnicos de estas naciones a menudo implementan dogmas contradictorios y reformas que hacen que los paÃses pobres se queden más rezagados. No deberÃa ser el primero en decirles que los hijos de John Maynard Keynes y Harry Dexter White y otras instituciones financieras internacionales actúan a capricho de los intereses de sus patrocinadores y de los patrocinadores. Esto, a su vez, conduce a otra ronda de despreciables derroches de recursos y mala gestión. Si desea hacerse una idea de la magnitud de este desastre, por favor haga un recorrido por Cite' Jalousie, Puerto PrÃncipe, HaitÃ, y compárelo con las villas alquiladas por los "pacificadores" de las Naciones Unidas a unas pocas millas de distancia.
"Predicaba como nunca más volveré a predicar, y como un moribundo a un moribundo."- Richard Baxter
Hoy en dÃa, los economistas afirman que sólo se puede desarrollar una teorÃa de una manera puramente entumecida; cualquier fenómeno que no se pueda reconstruir en un modelo matemático se considera ilógico y destruido. Si en cierto sentido, nada se explica a menos que todo se establezca en un marco de ecuación alucinante, este libro se lee como una carta suicida. No estoy lo suficientemente deprimido como para saltar delante de un tren subterráneo o para hacer un viaje a un templo de monje budista. Tengo que dar las gracias a los economistas clásicos y pródigos que no se inclinaron por esta limitación y que, desde el punto de vista estético, dieron a luz principios esenciales y, desgraciadamente, en la mayorÃa de los casos, tratados diabólicos robustos.
En los paÃses del tercer mundo, el contraste entre la miseria y la desesperación de muchos y el nivel de opulencia y despilfarro de unos pocos no es un abstracto complejo, sino más bien una realidad observable en una escala demencial que equivale a una abominación moral. Los reverenciados revisionistas occidentales bajo el paraguas de organizaciones internacionales como el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) sugieren que las pesadillas de los paÃses del tercer mundo no tienen nada que ver con la colonización. La patética excusa se sostiene como la verdad incluso cuando vemos capas sociales postcoloniales que reflejan el sistema de castas heredado del despiadado método explotador de la colonización. Poco se ha hecho, aparte de imponer a un manÃaco jefe de Estado, para ayudar a los marginados a evadir un futuro sombrÃo. La antropofagia social, polÃtica y económica (capitalismo) es un concepto exógeno que no se ajusta a las realidades y potenciales de los paÃses en desarrollo.
En la arena del capitalismo global, la capacidad de una nación de competir contra otros de por lo menos el mismo tamaño predetermina su perspectiva de crecimiento y desarrollo. La República de Burundi y el Reino de Bélgica, dos paÃses de aproximadamente el mismo tamaño y población, no pueden estar más separados económicamente. El PIB de Burundi es doscientas veces menor que el de Bélgica. Aparte de acumular una deuda superior al pequeño PIB del Reino, ¿de qué otra manera logró Bélgica esta proeza? Bueno, tenemos que recurrir a hechos históricos para explicar la ventaja comparativa de Bélgica sobre Burundi. El rey Leopoldo II de Bélgica habÃa ideado un plan diabólico para acumular riqueza personal y nacional. Mientras los alemanes diezmaban las estructuras socioculturales de Burundi, entre 1887 y 1965, el rey Leopoldo II de Bélgica, y posteriormente Bélgica como nación, saqueaba sádicamente la riqueza de un territorio ochenta veces mayor, conocido hoy como la República "Democrática" del Congo. Después de la Segunda Guerra Mundial, Burundi fue arrancado de las garras de Alemania y entregado a Bélgica por la Sociedad de Naciones por soportar una forma lúcida de colonización por su gran vecino.
Los paÃses en desarrollo no son mi única fuente de pruebas del desastre mundial. Por un lado, las economÃas centralizadas han fracasado al imponer una canasta uniforme de necesidades a las personas, que representan el noventa y nueve por ciento en el fondo. La extinta Unión Soviética implementó el comunismo correctamente hasta que chocó contra un muro, literalmente. Mientras que, por otro lado, el libre mercado nos está fallando con una regla poco ética de la supervivencia del más apto, que atiende a un pequeño grupo del uno por ciento en la cima. La única vez que, en los recuerdos recientes, el Congreso de Estados Unidos se reunió de manera bipartidista fue para rescatar a numerosos bancos y compañÃas