«Todavía no se habían acostado cuando todos los hombres de la ciudad de Sodoma rodearon la casa y, desde el más joven hasta el más viejo, empezaron a gritarle a Lot: “¿Dónde están los hombres que vinieron a tu casa esta noche? ¡Sácalos! ¡Queremos acostarnos con ellos!”.
«Entonces Lot salió a hablarles y, cerrando bien la puerta detrás de él, les dijo: “Por favor, amigos míos, no vayáis a hacer una cosa tan perversa. Escuchad: tengo dos hijas que todavía no han estado con ningún hombre; voy a sacarlas para que hagáis con ellas lo que queráis, pero no les hagáis nada a estos hombres, porque son mis invitados”. Pero ellos le contestaron: “¡Hazte a un lado! Sólo faltaba que un extranjero como tú quisiera darnos órdenes. ¡Pues ahora te vamos a tratar peor que a ellos!”. Enseguida comenzaron a maltratar a Lot y se acercaron a la puerta para echarla abajo. Pero los visitantes de Lot alargaron los brazos y lo introdujeron dentro de la casa, luego cerraron la puerta y cegaron a los hombres que estaban afuera. Todos, desde el más joven hasta el más viejo, quedaron sin vista y se cansaron de ir buscando la puerta.
«Entonces los visitantes le dijeron a Lot: “¿Tienes más familiares aquí? Toma a tus hijos, hijas y yernos, y todo lo que tengas en esta ciudad; sácalos y llévatelos lejos de aquí. Vamos a destruir este lugar. Ya son muchas las quejas que el Señor ha tenido contra la gente de esta ciudad y por eso nos ha enviado a destruirla”.
«Entonces Lot fue a ver a sus yernos, o sea, a los prometidos de sus hijas, y les dijo: “¡Levantaos e idos de aquí, porque el Señor va a destruir esta ciudad!”. Pero sus yernos no tomaron en serio las palabras de Lot.
«Como ya estaba amaneciendo, los ángeles le dijeron a Lot: “¡Deprisa! Levántate y llévate de aquí a tu esposa y a tus dos hijas, si no quieres morir cuando castiguemos a la ciudad”. Pero como Lot se retrasaba, los ángeles los tomaron de la mano, porque el Señor tuvo compasión de ellos, y los sacaron de la ciudad para ponerlos a salvo».
El sacrificio de Abraham (Génesis, XXIII)
«Abraham construyó un altar y preparó la leña. Después ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar encima de la pira. Entonces tomó el cuchillo para sacrificar a su hijo.
«Pero en ese momento el ángel del Señor le gritó desde el cielo: “¡Abraham! ¡Abraham!”. Este respondió: “¡Aquí estoy!”. El ángel le dijo: “¡No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño! Ahora sé que temes a Dios, porque ni siquiera te has negado a darme a tu único hijo”. Abraham alzó la vista y, en un matorral, vio un carnero enredado por los cuernos. Fue allí, tomó el animal y lo ofreció como holocausto en lugar de su hijo».
El sueño de Jacob (Génesis)
«Jacob […] tuvo un sueño: vio una escalera, que estaba apoyada en la tierra, que tocaba el cielo con la otra punta, y por ella subían y bajaban los ángeles de Dios. Yahvé estaba de pie a su lado y le dijo: “Yo soy Yahvé, el Dios de tu padre Abraham y de Isaac”».
«[…] Jacob siguió su camino, y le salieron al encuentro ángeles de Dios. Jacob se maravilló y dijo: “Campamento de Dios es este. Y llamó a aquel lugar Mahanaim”».
Nacimiento de Sansón (Jueces, XIII)
«Pero el ángel del Señor se le apareció y le dijo: “Eres estéril y no tienes hijos, pero vas a concebir y tendrás un vástago”».
Huida de Elías ante Jezabel (primer libro de los Reyes, XIX)
«Luego se acostó debajo del arbusto y se quedó dormido. De repente, un ángel lo tocó y le dijo: “Levántate y come”. Elías miró a su alrededor y vio a su cabecera un panecillo cocido sobre carbones calientes y un jarro de agua. Comió y bebió, y volvió a acostarse. El ángel del Señor regresó y tocándolo le dijo: “Levántate y come, porque te espera un largo viaje”. Elías se levantó y comió y bebió. Una vez fortalecido por aquella comida, viajó durante cuarenta días y cuarenta noches hasta que llegó a Horeb, el monte de Dios».
Visión de Daniel (Daniel, VIII)
«Mientras yo, Daniel, contemplaba la visión y trataba de entenderla, de repente apareció ante mí alguien de apariencia humana. Escuché entonces una voz que desde el río Ulay gritaba: “¡Gabriel, dile a este hombre lo que significa la visión!”. Cuando Gabriel se acercó al lugar donde yo estaba, me sentí aterrorizado y caí de rodillas. Y me dijo: “Ten en cuenta, criatura humana, que la visión tiene que ver con la hora final”».
Aparición de un ángel a Daniel (Daniel, X)
«Levanté los ojos y vi ante mí a un hombre vestido de lino, con un cinturón del oro más refinado. Su cuerpo brillaba como el topacio, y su rostro resplandecía como el relámpago; sus ojos eran dos antorchas encendidas, y sus brazos y piernas parecían de bronce bruñido; su voz resonaba como el eco de una multitud. […] Y me dijo: “Levántate, Daniel, pues he sido enviado para verte. Tú eres muy apreciado, así que presta atención a lo que voy a decirte”. En cuanto aquel hombre me habló, me puse de pie tembloroso».
Los ángeles en el Nuevo Testamento
Los ángeles desarrollan también en el Nuevo Testamento funciones de gran importancia, puesto que son ángeles los que anuncian a Isabel el nacimiento de su próximo hijo Juan Bautista y a María el nacimiento de Jesús (Lucas 1), y son también ellos los que tranquilizan a José asegurándole que el hijo que esperan ha sido concebido por el Espíritu Santo (Mateo 1).
También es un ángel el que anuncia a los atemorizados pastores de Belén el nacimiento del Redentor; a él se añade toda una comitiva: «Al instante se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”» (Lucas 2, 13-14).
Cuando Herodes está a punto de desencadenar la matanza de los inocentes, un ángel aconseja a José que huya con su familia a Egipto y, más tarde, pasado el peligro, lo hace volver (Mateo 2).
Jesús crece y se convierte en un adulto y, antes de emprender su predicación, se retira durante cuarenta días en el desierto, donde el diablo lo tienta en vano: «Entonces el diablo le dejó, y llegaron ángeles y le servían» (Mateo 4, 11).
En las parábolas de Jesús nos encontramos muy a menudo con pasajes en los que aparecen los ángeles, por ejemplo, cuando anuncian su gloriosa resurrección (Mateo 28, Marcos 16, Lucas y Juan 20).
También en los Hechos de los Apóstoles se registran muchas intervenciones de los ángeles; y en el Apocalipsis, Juan recibe, a través de un ángel, las imágenes con las visiones y los símbolos referidos a los sucesos del futuro.
«En esto un ángel del Señor se apareció a Zacarías a la derecha del altar del incienso. Al verlo, este se asustó, y el temor se apoderó de él. El ángel le dijo: “No tengas miedo, Zacarías, pues ha sido escuchada tu oración. Tu esposa Elisabet te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan”».
El arcángel Rafael alejándose de la familia de Tobías, de Rembrandt (1606-1669), museo del Louvre.
El arcángel Rafael es el príncipe de todos los ángeles de la guarda. Su misión es salvar, curar, consolar y ayudar a los hombres en todas las situaciones, incluso las más desesperadas. La historia del arcángel Rafael y Tobías se narra en las páginas 61-63.
La jerarquía de los ángeles, cuadro de un desconocido pintor italiano del siglo XIV, museo del Louvre.
Los serafines están en el vértice de la jerarquía, rodean el trono de Dios, que está en el centro, y están representados con seis alas rojas. Bajo ellos,