¿Psicólogo o no psicólogo? Cuándo y a quién consultar. Patrick Delaroche. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Patrick Delaroche
Издательство: Parkstone International Publishing
Серия: Cuestiones de padres
Жанр произведения: Воспитание детей
Год издания: 2016
isbn: 978-1-68325-121-7
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de los psiquiatras). Así se entiende que algunos psiquiatras infantiles, especializados en tal o tal forma de tratamiento, tiendan a indicar uno más que otro. Por mi parte, quizás tiendo a indicar con facilidad el psicodrama individual, porque puede ser muy eficaz, pero para mi descarga también debo decir que en ocasiones lo he olvidado… para mal.

      ¿Cuándo no debemos dudar?

      Los padres pueden haber observado un problema o haber sido alertados por las personas cercanas al niño: maestros, educadores, canguros, otros miembros de la familia… Se puede decir que la inquietud es la que guía a los padres, pero el grado de ansiedad es muy variable según el sujeto: un padre que no está preocupado cuando varias personas sí lo están debería escuchar sus avisos y consultar con un especialista. Por otro lado, cuando la escuela es la que propone que el niño vaya a ver al especialista, aunque algunos maestros fuercen un poco el recurso al psiquiatra, puede escucharse el consejo y consultar, pero después no debemos sentirnos obligados a rendir cuentas con el profesor. Este asunto debe permanecer en el ámbito de lo privado.

      ♦ Algunos signos que deben alertar

      A veces, para los padres es difícil observar signos de sufrimiento en su hijo. ¿Por qué? Simplemente porque las familias viven en una especie de simbiosis, y es poco habitual que una señal llegue realmente a provocar una ruptura en este equilibrio.

      Es cierto que la comparación con otro niño (o la opinión del pediatra) puede ayudar a los padres a plantearse preguntas útiles cuando observan, por ejemplo:

      – cambios repentinos de humor: el niño está irritable, rompe a llorar, tiene rabietas, se cierra en sí mismo y deja de confiar en él cuando parecía sentirse bien;

      – cambios de comportamiento: no presta atención, está excitado o completamente ausente;

      – si hasta ahora era buen alumno, deja de trabajar, o trae malas notas aunque sí estudia: los trastornos de concentración tan habituales suelen indicar que el niño está preocupado, sin necesariamente saber por qué (véase el capítulo 1);

      – si es buen alumno, está muy serio, no juega, parece querer complacer demasiado a los adultos, o le gusta hacer juegos regresivos que ya no son de su edad;

      – dificultades de aprendizaje, del desarrollo motor, afectivo o intelectual: sigue pareciendo un bebé, lloriquea todo el rato, no consigue tener amigos, irrita a todo el mundo, sus compañeros lo maltratan;

      – trastornos del sueño, enuresis (diurna o nocturna), ensucia la ropa interior o se niega a hacer de vientre regularmente.

      En realidad, ninguna lista es exhaustiva, porque la expresión de un sufrimiento psíquico puede ser muy variada e ilógica.

      ¿Cuándo prestar atención a estos signos, algunos de los cuales pueden parecer banales?

      – Cuando duren mucho tiempo, podemos fijarnos en otros niños (de hecho, no dejamos de hacerlo), en la escuela, en el comportamiento con relación a los otros hermanos, con los compañeros y los amigos (el niño sabe diferenciarlos rápidamente). También puede observarse si existe un desfase importante entre, por ejemplo, el desarrollo intelectual y afectivo, incluso físico (torpeza…).

      – Un cambio brutal, como hemos visto, puede ser señal de un sufrimiento que afecta sobre todo a los padres (cambio de carácter, trastornos del sueño, nerviosismo).

      – La persistencia: la gran sensibilidad de los padres frente a las dificultades potenciales de su hijo puede incitarlos a consultar rápidamente o a llamar el mismo día de su aparición al psiquiatra infantil. Cabe recordar, ciertamente, que ninguna visita resulta inútil, pero el niño tiene derecho a manifestar un signo de sufrimiento pasajero sin que por ello se lo lleve al psiquiatra. Además, tal signo puede estar «dirigido» al padre. Un empeoramiento momentáneo de los resultados escolares, por ejemplo, es habitual y no debe dramatizarse. El niño puede resolver por sí solo esta dificultad pasajera, momento en que el síntoma desaparece. En cambio, la persistencia de un síntoma, confirmada por el entorno, justifica la consulta al especialista; indica que el niño no consigue superar solo la dificultad y que necesita ayuda.

Un caso particular: el niño superdotado

      Cada vez es más frecuente que los padres, o el maestro, planteen el problema de un don que requiere una escolaridad aparte o pasar a un curso superior. Este problema se ha convertido en un auténtico fenómeno de sociedad, y los psicólogos privados, especializados en este ámbito, están saturados. El niño es realmente superdotado cuando su coeficiente intelectual, el famoso CI (que es una media estadística), supera claramente el umbral de 130. Se trata por lo general de niños hipermaduros, que se aburren en clase, donde a veces obtienen malos resultados, que dominan sin ningún tipo de placer a sus compañeros que los rechazan («sabelotodo» no es un insulto presente solo en los institutos del extrarradio) y que prefieren mantener conversaciones de alto nivel con los adultos. Estos niños (pocos, en realidad) pueden necesitar un entorno protegido. Por debajo de 130, en cambio, encontramos a niños de entornos favorables que pueden dar fácilmente rienda suelta a sus facultades y cuya madurez no siempre se corresponde con su capacidad intelectual. Poner a estos niños en un curso superior no siempre es una buena solución. Es mejor, si van sobrados, proponerles alguna formación complementaria (instrumento musical, idioma…) que los estimule y favorezca su realización dentro de su franja de edad y a todos los niveles.

      ¿Es necesario un tratamiento?

      Mientras que en algunos casos una visita puede bastar para solucionar un problema serio (véase el capítulo 3), en ocasiones lo indicado es seguir un tratamiento. La palabra indicado debería estar entrecomillada, porque es un préstamo del vocabulario médico: la medicina prescribe, pero la psicología no. En nuestro ámbito, de hecho, el paciente no solo debe cooperar (como en medicina) sino que también debe participar. En algunos casos, incluso, el niño paciente sabe muy bien lo que necesita y el profesional debe dejarse guiar.

      Sin embargo, cuando el niño no sabe cómo pueden ayudarlo, o cuando debe explicarse a los padres por qué elegimos un método y no otro, el psiquiatra infantil o el psicólogo pueden dar su opinión y decir cuáles son sus criterios.

      Si trabajan en un centro, deben explicar no solo lo que hacen sino también quiénes son. De hecho, la mayor parte de los centros practican psicoterapia, pero el lugar de esta difiere según la ideología del equipo. Entre estas ideologías, se encuentra el psicoanálisis, pero también la psicología del comportamiento, la terapia familiar, la psiquiatría biológica, etc. Estos centros deben dar servicio a la población y no seleccionar los casos. Sin embargo, el modo en que el médico concibe la causa y el mecanismo de los problemas psicológicos y escolares influye en la elección del tratamiento que ofrece. Por ello, creo que es honesto que el médico diga qué tipo de ideología sigue, lo cual no siempre es así en realidad.

      Sin embargo, los padres, cuando se les explica el tratamiento, suelen estar de acuerdo. En los casos poco habituales en los que no hay acuerdo, siempre se puede encontrar una solución.

      ♦ Criterios subjetivos

      El principal criterio subjetivo es el deseo del niño por seguir tal o tal tipo de cura. Este criterio es tan fundamental que puede bastar para justificar orientarlo primero hacia una psicoterapia en lugar de una reeducación.

      Arturo sufre de dislexia-disortografía grave (dificultades específicas en lectura y escritura) que puede tratarse mediante reeducación ortofónica pero también con la ayuda de una psicoterapia, completada o no con una reeducación (véase el capítulo siguiente). El padre perdió a su madre cuando tenía 6 años, y fue criado por su hermana; después, a los 9 años, se fue con su padre, el cual lo dejó «a su propia suerte». Con 14 años, cuando trabajaba con su abuelo herrero, después de haber desobedecido a su padre, tuvo un grave accidente de motocicleta del que todavía no se ha recuperado (fractura mal consolidada).

      La madre de Arturo es muy ansiosa. Arturo dice que tiene problemas con el maestro; no quiere reeducación pero