¿Psicólogo o no psicólogo? Cuándo y a quién consultar. Patrick Delaroche. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Patrick Delaroche
Издательство: Parkstone International Publishing
Серия: Cuestiones de padres
Жанр произведения: Воспитание детей
Год издания: 2016
isbn: 978-1-68325-121-7
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padres no pueden imaginar hasta qué punto su hijo puede ser sensible a estos secretos que le esconden para evitar precisamente que sufra.

      ♦ Un síntoma puede ser la expresión de una dinámica familiar

      El determinismo del síntoma de un niño es variable y depende en gran medida de las fuerzas que están en juego en la dinámica familiar. Por ello, no debemos precipitarnos en realizar una psicoterapia que considere erróneamente al niño como el «único» enfermo de la familia.

      Eduardo, de 8 años, está en segundo y viene acompañado por sus padres porque no soporta la frustración; es un verdadero adicto a los videojuegos. Solo, me dice claramente que sus «padres están hartos de que no deje la videoconsola cuando debo hacerlo». Es un niño que sufre: se pone nervioso, le castigan por nada y se siente tratado injustamente. En una segunda visita, Eduardo rechaza verme solo, y la madre me indica que lo ha criado «tres años ella sola» porque su marido trabajaba fuera. Aunque este vuelve todos los fines de semana, ella ha vivido esta soledad como un encierro con su hijo. Reconoce no haber podido ponerle límites y haberse sentido muy culpable. En la siguiente visita, solo veo al padre, pues Eduardo se niega de nuevo a verme. Según su padre, está mejor, y me deja entrever que su relativo distanciamiento escondía una falta de entendimiento larvado con su esposa. Todo irá mejorando sin necesidad de que el niño siga una terapia.

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      ¿Cuándo consultar?

      Los padres suelen esperar hasta el último momento para ir a ver al psicólogo o al psiquiatra, o se dirigen al médico de cabecera o esperan que los problemas, generalmente detectados en la escuela, los resuelva esta misma institución (la cual, como veremos más adelante, juega un papel imprescindible en la detección, pero que no debe ser el lugar de tratamiento del niño).

      Por lo tanto, la demanda de los padres suele dirigirse hacia otros interlocutores antes de llegar al especialista adecuado, el psiquiatra. La escuela y el médico tienen la tarea fundamental de reconocer un problema real, es decir, ponerlo en el sitio adecuado para proponer después una ayuda psicológica. La orientación escolar, por ejemplo, no tiene mucho sentido en primaria, porque el niño debe seguir los estudios normales, excepto en aquellos casos médicos en los que se requiera el paso a un entorno protegido. En cambio, el instituto se presta más a la consulta psicológica, ya sea porque el responsable de orientación escolar y profesional descubre una inhibición de tipo psicológico, ya sea porque en la visita por dificultades escolares se interpreta que estas son consecuencia de una mala elección de los estudios.

      Actualmente se recurre al psiquiatra de forma demasiado sistemática, cuando ni es la panacea ni un remedio infalible. El niño puede necesitar una medida de otro tipo, como un cambio de clase o una reeducación. La ayuda psicológica podrá ayudarlo a vivir esta realidad de manera totalmente nueva y hacer desaparecer los síntomas que parecían ser una enfermedad, como en el caso de Óscar.

      Por ello, resulta conveniente visitar, en la medicina pública o privada, a un psiquiatra infantil o a un psicoanalista para analizar la cuestión (hablaré de ello más adelante).

      Malas razones para no consultar

      Para consultar al especialista, en primer lugar, deben superarse las reticencias a pedir ayuda, y liberarnos de ciertos prejuicios implícitos. Contrariamente a lo que sucede con los adultos, los trastornos en el niño, como hemos visto, son variables, y los síntomas pueden ser sustituidos por otros, aunque los padres tiendan a pensar que van a desaparecer con la edad.

      ♦ Banalizar el sufrimiento del niño

      Apelar a la voluntad, recurrir al deporte o a la intimidación son remedios de otra época que ya mostraron su ineficacia. Sin embargo, es lo que proponían los padres que venían por un problema de enuresis, una timidez enfermiza o un comportamiento provocador, por ejemplo. De hecho, no hace mucho tiempo ciertas consultas de psiquiatría infantil eran llevadas por médicos neuropsiquiatras formados exclusivamente en unidades para adultos. El modo de asignación de las unidades hospitalarias en la asistencia pública podía llevar a situaciones en que los neuropsiquiatras podían ser jefes de unidad y profesores de psiquiatría infantil. No todos sentían aversión por la psicología, pero su visión se limitaba a la detección de una enfermedad orgánica y, para el resto, a consejos. El sentido común médico (del que desgraciadamente carecen a veces algunos psicoanalistas) no basta. La enuresis, por ejemplo, teóricamente psicogenética,[4] puede curarse milagrosamente en algunas sesiones o, al contrario, resistirse singularmente a la psicoterapia. Es un «misterio» que relativiza mucho el «poder» de los psiquiatras. La timidez, que puede estar relacionada con muchos otros problemas (falta de seguridad, fobia, inhibición), no puede desaparecer sin comprensión. El comportamiento provocador, sea cual sea la forma que revista, suele ser un llamamiento a la autoridad del padre real, y la amenaza de castigo, aunque sea de un «profesor», no podrá ponerle fin. Es cierto, sin embargo, que la desdramatización de todos estos síntomas puede comportar de por sí una mejora, sin ningún tratamiento; sabemos incluso que el simple hecho de que los padres pidan una cita puede contribuir a aflojar muchas situaciones tensas.

      ♦ La idea de que «se le pasará con la edad»

      Muchos padres, más bien padres que madres, están convencidos de que las dificultades de su hijo se le pasarán con la edad. Esta creencia puede verse confirmada por la posibilidad de que el síntoma sea reemplazado por otro, porque el niño, de hecho, perfecciona su sistema de defensa. Si ha empezado la psicoterapia, intentan minimizar su impacto sobre los progresos innegables de su hijo atribuyéndolos a la simple madurez. No es cuestión de contradecirles pero los especialistas pueden afirmar que, en caso de rechazo del tratamiento, los niños o adolescentes que vuelven a ver no han mejorado con la edad. La edad nunca ha curado, y habría muchas cosas que escribir (para todas las edades) sobre este adagio fatalista y desafortunado.

      Los propios médicos, actualmente muy sensibilizados, ya no suelen apostar por una mejora espontánea, cuando antes era habitual, por ejemplo, que una madre preocupada por los signos precursores del autismo infantil precoz (rechazo de la mirada del otro y de la madre en particular, indiferencia, lloros lastimeros) recibiera como respuesta del médico y del pediatra que «ya se le pasaría con la edad». Actualmente, por suerte, hay campañas de sensibilización orientadas a prevenir este síndrome,[5] mucho mejor tratado cuando se detecta precozmente.

      ♦ Prejuicios imaginarios

      Entre todos los prejuicios, algunos se distinguen por su carácter irracional. De hecho, aunque se basen en una cierta realidad, la superan ampliamente y la transforman porque se apoyan en un imaginario subjetivo y muy inconsciente. Son productos de la imaginación que para algunos pueden convertirse en verdaderas convicciones.

      El primero es el temor a la locura. Este prejuicio está en vías de desaparición gracias a la difusión del psicoanálisis, pero sigue estando de manera subyacente: como toda construcción imaginaria y en parte inconsciente, tiene una parte de razón. Las «profundidades» inconscientes suscitan, como todo lo desconocido, un temor parecido a esos terrores infantiles que algunos no han olvidado.

      Los prejuicios de la psiquiatrización o de la psicologización son más modernos. Se resumen así: van a convertir a mi hijo en un caso; peor, van a catalogarlo y a la vez le harán seguir el programa dictado por tal entidad psicopatológica. De nuevo, este prejuicio tiene un origen real, y este mismo libro puede alimentarlo si se espera de él que establezca una norma. Es cierto, además, que existen diferentes enfoques y que ciertas unidades hospitalarias esconden detrás del halo de la ciencia un interés innegable por las estadísticas y los tratamientos con medicamentos.

      Más actual aún es el prejuicio del análisis interminable. Se teme que el tratamiento con el psiquiatra dure mucho tiempo y que sea horriblemente caro. De nuevo, voy a ser el abogado del diablo, es decir, del prejuicio: es difícil decir a los padres cuánto tiempo va a durar, pero debemos precisar lo siguiente:

      – estos prejuicios están calcados


<p>5</p>

Un síndrome es un conjunto de signos que contribuyen a una enfermedad. El autismo es un síndrome porque abarca «enfermedades» de orígenes y causas diversas.