– ¿Qué obra irá á hacer el rey Al-Hhamar? se preguntaban los curiosos.
Al-Hhamar entre tanto hacia frecuentes escursiones con Yshac-el-Rumi á la Colina Roja.
La recorria en toda su estension, subia el repecho del monte, se estendia hasta el Cerro del Sol, bajaba hasta la Colina de Al-Bahul, y observaba todos los diferentes puntos de vista que se ofrecian desde estas alturas.
Al fin, un dia, se vió salir de la casa del Gallo de viento á Al-Hhamar seguido de su córte. Pero lo que mas se estrañó fué que entre la córte iban dos hermosos bueyes ayuntados, cubiertos de paramentos de seda y oro, y de penachos y campanillas de plata, y arrastrando un arado.
Cuando llegaron á la Colina Roja, el rey descabalgó y descabalgaron todos; el walí que guiaba la yunta la llevó por órden del rey á la parte estrema occidental de la colina; entonces el rey volvió sobre la tierra la corva punta del arado, y apoyándose fuertemente en la mancera, dijo clavando el hierro en la colina:
– ¡Aquí será mi alcazaba!
Y los bueyes siguieron adelante guiados por el walí; y el rey tras ellos afirmado en la mancera y abriendo un profundo surco.
Asomaba el sol por cima de la Sierra Nevada, cuando la yunta empezó á andar en direccion de occidente á oriente.
El walí seguia guiando la yunta.
El rey se apoyaba en la mancera, y levantaba pedazos de tierra, acaso jamás tocada por el arado.
Detrás seguia la córte admirada.
Al llegar á la parte media de la Colina Roja, frente por frente del alto y distante monte de Aynadamar, el rey se detuvo y esclamó:
– ¡Aquí se levantará mi trono de justicia!
Y luego siguió adelante.
– El rey Nazar vá á construir un alcázar, dijeron entre sí los cortesanos. ¿Pero por qué no lo construye allá arriba en lo alto del cerro?
La yunta siguió, y al llegar á un barranco torció á diestra mano, siguió la configuracion de la Colina hácia oriente, siguió torciendo á diestra mano, y al llegar á la parte media oriental de la Colina, se detuvo y dijo:
– ¡Aquí abriré la puerta de mi alcázar sobre una torre de siete bóvedas!
Y siguió adelante.
Y los cortesanos repitieron:
– ¿Por qué el rey no construye su fortaleza en lo mas alto?
Siguió la yunta marchando hácia la parte media occidental de la Colina al mismo punto donde el rey habia empezado el surco, pero antes de llegar á aquel punto se detuvo otra vez y dijo:
– ¡Aquí se alzará la torre de la puerta por donde entrarán los que hayan menester justicia! ¡Torre y puerta del juicio se llamarán!
Y continuó.
– Pequeño alcázar construye el rey, murmuraron los cortesanos: ya han pasado los tiempos en que un Abd-el-Rahman construia la ciudad de Azarah.
Pero cuando el rey hubo llegado al punto de donde aquel surco habia partido, mandó que volviesen la yunta hácia el estremo occidental, del frontero cerro de Al-Bahul.
Habia que descender por un áspero repecho, bajar hasta la puerta donde empezaba el barrio de los Gomeles, y subir otro repecho para llegar á la Colina de Al-Bahul.
El walí, la yunta y el rey descendieron; cuando el rey llegó á la puerta de los Gomeles, se detuvo otra vez:
– ¡Esta será la puerta de mis alcázares y castillos: aquí el siervo sacudirá su calzado para entrar en la morada real de su señor!
Y trepó por el opuesto repecho.
Y señaló con un surco á la redonda el cerro de Al-Bahul, y luego por la parte de oriente del cerro, abrió de nuevo el surco, trepó al cerro del Sol, siguió en un estensísimo círculo, rodeó su cumbre, abrió otro surco en el pequeño valle que separa al cerro del Sol del cerro que domina la Colina Roja, y al llegar á su estremo esclamó:
– ¡Esta será la Silla del rey moro, su fortaleza y su atalaya, desde donde se verán sus jardines, su harem, el campo de escaramuza de sus ginetes, sus bosques y su alcázar; cascadas de aguas cristalinas se derrumbarán por las laderas, cubriendo de flores y de verdor esta tierra bravía y árida; cien torres con sus muros y treinta mil almenas, serán la coraza de esta maravilla, y sobre las ruinas del templo de los ídolos, se alzará la aljama dedicada al Dios Altísimo y único!
Los cortesanos no se atrevian á creer las palabras del rey, porque solo veian dentro del estendido surco que el rey Nazar habia abierto, una tierra rogiza, árida y pedregosa.
El rey descendió por la ladera de la Silla del moro hasta la Colina Roja, y cuando llegó á ella el sol trasponia en el occidente.
Al amanecer del dia siguiente un número incalculable de trabajadores, dirigidos por alarifes, á los cuales mandaba el alarife del rey, que obedecia á Yshac-el-Rumi, abrian profundos cimientos de torres y muros sobre el cerro, y una numerosa multitud de curiosos seguian maravillados aquella línea, que comprendia dentro de sí cuatro montes.
Granada estaba orgullosa con su rey.
Y eso que hasta entonces solo habia visto el surco del rey Nazar.
LEYENDA II
EL MIRADOR DE LA SULTANA
I
¿SULTANA Ó ESCLAVA? ¿AMANTE Ó HIJA?
Empezaron á cruzar por Granada centenares de pesadas carretas de bueyes, cargadas de mármoles labrados.
Veíanse las delgadas columnas de alabastro jaspeado y brillante y los bellos capiteles labrados de arabescos, y las primorosas fuentes, y las durísimas losas de mármol.
Acarreaban la piedra, y el ladrillo, y el estuco, y la cal.
En toda la estension que habia marcado el surco del rey, iban creciendo los muros y las torres, y levantándose los compartimientos, formando un verdadero laberinto.
Veíanse bajo tinglados de madera multitud de moros teniendo delante otros pedazos de madera, en que trazaban con el compás y con la escuadra las peregrinas labores que habian de enriquecer la obra maravillosa del rey Nazar.
Yshac-el-Rumi andaba entre ellos corrigiendo al uno, advirtiendo al otro, estimulando con alabanzas á los mas.
Por todas partes se trabajaba y la obra se veia crecer; un número incalculable de albañiles y de alarifes se empleaban en ella.
Los treinta mil cautivos continuaban robando su oro al Darro, y la Casa de la moneda no cesaba de acuñar aquel oro que inmediatamente se repartia entre los industriales de Granada.
Los cuatro montes se veian cubiertos de gente activa é incansable, y por todas partes resonaba el martillo, y por todas partes se escuchaba el sordo y contínuo ruido del pison de hierro, que hacia con tierra murallas de piedra.
El rey Nazar se levantaba con el alba, iba á buscar á Bekralbayda, se perdia con ella entre los bosquecillos de los jardines del harem de la casa del Gallo de viento, causando mortales angustias á su hijo el príncipe Mohammet que los veia desde su alta prision, y horribles celos á la sultana Wadah, que acechaba escondida tras las celosías de los miradores.
Despues de una hora de soledad con Bekralbayda, el rey Nazar iba á sentarse en su trono en la puerta de justicia del palacio del Gallo de viento: oía las quejas y las peticiones de sus súbditos; las castigaba ó premiaba, y despues de esto y de una ligera comida se trasladaba á la Colina Roja donde permanecia hasta la puesta del sol que se retiraban los trabajadores.
Entonces el rey se volvia á la casa del Gallo de viento, hacia su segunda comida, se encerraba en su cámara, y pasaba la noche hasta una hora avanzada leyendo antiguos libros, ó estudiando y comentando leyes.
La obra del Palacio-de-Rubíes crecia, pero su estraordinaria magnitud la hacia