Hay quien dice que el astrólogo solo queria vengarse del rey por haberle este arrebatado una hermosa doncella hija suya de la villa de los Judios y que habia dado al rey un filtro que habia secado su cerebro tornándole loco.
Sea como quiera, el astrólogo encendió una hoguera en la parte oriental de la Colina Roja en el mismo sitio donde estaban las ruinas de una antigua alcazaba, y arrojó al fuego, pronunciando palabras misteriosas, unos polvos mágicos fabricados por él delante del rey. Entonces la tierra tembló, condensóse el aire, tomó formas el humo de la hoguera y aparecieron cuatro hadas hermosas, apenas cubiertas con velos de seda, batiendo sus trasparentes alas de mariposa.
Aquellas hadas que por el poder del conjuro del astrólogo habian sido arrancadas del quinto cielo, eran los genios del Palacio-de-Rubíes.
Llamábase la una Aliento-de-las flores28, la segunda Eco-de-las-armonías; la tercera Suspiro-de-amor; la cuarta Espejo-de-Dios.
Al aparecer las cuatro hadas, se habia levantado como por encanto alrededor del rey un alcázar de incomparable hermosura: el astrólogo habia desaparecido: solo quedaban las cuatro hadas revolando alrededor del rey que corria frenético por las galerías y los retretes y las cámaras y los patios del alcázar encantado; de aquel magnífico alcázar fresco, riente y sonoro, con el canto de sus aves, la fragancia de sus flores, el murmullo de sus fuentes y el eco de sus armonías.
El rey corria, y corria, y lanzaba grandes carcajadas.
Aben-Habuz tenia un alcázar de oro y pórfido, era astrólogo y sabio, pero habia perdido el juicio.
El judío se habia vengado.
Las hadas giraban alrededor del rey, danzando unas veces, revolando en las cúpulas otras, perdiéndose en el fondo de los estanques, ó deshaciéndose en vapores perfumados entre las esbeltas columnatas de las galerías.
Y Aben-Habuz seguia corriendo con la barba descompuesta, la túnica flotante, la toca deshecha, riendo siempre, de una manera insensata, y las hadas repetian su risa de loco; deteníase cansado y las hadas se replegaban silenciosas en sus lechos de algas y flores; de perfumes y oro: de repente volvian á aparecer ante el rey y escitado Aben-Habuz por su hermosura corria en vano tras ellas; y el insensato reia de pena, y sufria riendo, y en vano queria contener aquella risa fatal que salia á su pesar de su pecho.
Y tornábase con la aurora á la torre del Gallo de viento, y en vano pretendia ver desde sus almenas el palacio donde habia pasado la noche; la Colina Roja se presentaba á su vista escueta y árida, como antes del ensalmo del astrólogo, y el rey se impacientaba y preguntaba á sus cadíes y á sus wazires, si veian sobre la Colina las torres, los muros y los minaretes de un alcázar.
Los sabios de su corte se entristecian y tenian al rey por loco, porque nada veian.
Todas las noches Aben-Habuz subia á la Colina Roja, y entonces el alcázar se presentaba ante él soberbio con sus altísimas torres, sus enhiestas almenas reales, sus cavas profundas y sus puertas de hierro, que se abrian para darle entrada hasta el Palacio-de-Rubíes, donde tornaba á su insensata alegría y á su risa cruel.
Y cada noche que el rey penetraba en el palacio encantado parecíale este mas hermoso, mas diáfano, y mas rico de resplandores y de armonía; miraba su nombre escrito con oro entre los lazos de las atauxias29 y de los alicatados30 y le enardecian las leyendas de amor, en que hablaban para él, con el lenguaje del paraiso huríes invisibles.
Y el desdichado sufria, reia y tornaba á su castillo, cada vez mas insensato, cada vez mas débil.
Su vida se consumia como una lámpara á la que falta pávilo, y aquel terrible rey tan fiero y justador á su llegada á Granada, solo era ya una sombra de lo que habia sido: un cadáver animado.
Llegó á hacerse su locura terrible: azotaba á sus mugeres, reventaba á sus perros, cortaba la cabeza á sus sabios, y se reia siempre; y al eco de su risa huian todos, porque habia llegado á ser un eco de muerte.
Una noche se ciñó su corona de rey sobre su frente de loco, y salió como acostumbraba, de su castillo al que, por fortuna de sus vasallos, no debia volver sino en hombros de los señores de su córte.
Rugia la tormenta y el huracan zumbaba entre las quebraduras de los cerros.
Aben-Habuz subió impávido el repecho de la Colina Roja, llegó á la puerta de hierro del alcázar encantado, que se abrió ante él, y llegó hasta el fondo de un magnífico patio, entre cuyas galerías se habian refugiado las cuatro hadas huyendo de la tormenta.
Cuando el rey Aben-Habuz las vió á la diáfana luz que alumbraba el alcázar, emanada del mismo, soltó una sonora carcajada, abrió con entrambas manos su alquicel para que las hadas no pudiesen escaparse, y se fué hácia ellas pretendiendo abrazarlas.
Pero Espejo-de-Dios, pasó sobre él deshaciéndose en lluvia; Aliento-de-las-flores huyó, envolviéndole en perfumes; Eco-de-las-armonías se deslizó junto á él, rozando sus vestiduras y haciéndole escuchar cantos perdidos; y Suspiro-de-amor le burló infiltrando en su corazon ardientes deseos.
Tras esta burla las hadas fueron á posarse en un ángulo distante, y Aben-Habuz corria tras ellas, riendo siempre y empeñándose en aquel juego fatal que agotaba sus fuerzas y su vida.
Y desaparecian y tornaban á aparecer, y las columnas y los arcos, los muros y las cúpulas, parecian girar, uniéndose á aquel baile terrible, y las leyendas escritas con oro y colores, y los mármoles y los alicatados, lanzaban lánguidos destellos y repetian enamorados cantares y parecian exhalar céfiros lascivos impregnados de suavísimos perfumes.
Y el desdichado loco reia, y cada carcajada era mas desgarradora y sus pasos cada vez mas inciertos y vacilantes: y el alcázar continuaba girando alrededor de él y acreciendo en destellos, en fragancia, en armonía.
Al fin, Aben-Habuz vaciló, sentóse fatigado sobre el pavimento, sus ojos se nublaron, la muerte voló en torno suyo, y volvió á la razon.
Entonces cesó su risa: quiso levantarse y no pudo, y miró á las hadas con los ojos inyectados de sangre:
– ¡Malditos génios! dijo con voz espirante: ¡habeis hecho insensato á un rey, pero este rey es sabio y se vengará! Dormid aquí, con mi corona y mis amores, hasta que un rey poderoso, descendiente del compañero del Profeta venga con el poder que le presta á la ciencia, á despertaros de vuestro sueño.
Y cayó por tierra, y sus ojos se cerraron y la muerte fué con él.
Al mismo tiempo se derrumbó con estruendo el alcázar, y las hadas quedaron sepultadas entre sus ruinas.
– Yo soy descendiente del Ansari, dijo sin poderse contenerse el rey Nazar.
– Sí, sí, tu eres el destinado á mostrar á las gentes el Palacio-de-Rubíes, dijo Yshac-el-Rumi: por eso, cuando por complacer á Bekralbayda, has pensado en hacer un alcázar, ese buho ha entrado y ha apagado tu luz.
– ¡Pero ese buho!..
– El rey Aben-Habuz, fué encontrado muerto sobre la Colina Roja: y conducido á su castillo fué sepultado en una tumba magnífica. Pero el alma del rey Aben-Habuz, ha quedado sobre la tierra, encantada en el cuerpo de un buho.
– ¿Y quién te ha rebelado ese misterio y esa maravillosa leyenda? dijo el rey Nazar; temeroso de que aquel relato fuese una impostura de Yshac-el-Rumi.
– Hace mucho tiempo, señor, dijo el viejo de una manera inalterable, que he consultado tu horóscopo con las estrellas.
– ¿Y mi horóscopo cual es?
– Tú serás el fundador de ese alcázar que admirarán las gentes, que construirás por el amor de una muger, y al que darás tu nombre.
– ¿Y ese alcázar existe?
– Existe