MADRE. ¿A Rafael?
VECINA. Sí. Y allí lo tienes. Muchas veces pienso que tu hijo y el mío están mejor donde están, dormidos, descansando, que no expuestos a quedarse inútiles.
MADRE. Calla. Todo eso son invenciones, pero no consuelos.
VECINA. ¡Ay!
MADRE. ¡Ay!
VECINA (triste). ¿Y tu hijo?
MADRE. Salió.
VECINA. ¡Al fin compró la viña!
MADRE. Tuvo suerte.
VECINA. Ahora se casará.
MADRE (como despertando y acercando su silla a la silla de la VECINA). Oye.
VECINA (en plan confidencial). Dime.
MADRE. ¿Tú conoces a la novia de mi hijo?
VECINA. ¡Buena muchacha!
MADRE. Sí, pero…
VECINA. Pero quien la conozca a fondo no hay nadie. Vive sola con su padre allí, tan lejos, a diez leguas de la casa más cerca. Pero es buena. Acostumbrada a la soledad.
MADRE. ¿Y su madre?
VECINA. A su madre la conocí. Hermosa. Le relucía la cara como a un santo; pero a mí no me gustó nunca. No quería a su marido.
MADRE (fuerte). Pero ¡cuántas cosas sabéis las gentes!
VECINA. Perdona. No quise ofender; pero es verdad. Ahora, si fue decente o no, nadie lo dijo. De esto no se ha hablado. Ella era orgullosa.
MADRE. ¡Siempre igual!
VECINA. Tú me preguntaste.
MADRE. Es que quisiera que ni a la viva ni a la muerta las conociera nadie. Que fueran como dos cardos, que ninguna persona les nombra y pinchan si llega el momento.
VECINA. Tienes razón. Tu hijo vale mucho.
MADRE. Vale. Por eso lo cuido. A mí me habían dicho que la muchacha tuvo novio hace tiempo.
VECINA. Tendría ella quince años. Él se casó ya hace dos años con una prima de ella, por cierto. Nadie se acuerda del noviazgo.
MADRE. ¿Cómo te acuerdas tú?
VECINA. ¡Me haces unas preguntas!
MADRE. A cada uno le gusta enterarse de lo que le duele. ¿Quién fue el novio?
VECINA. Leonardo.
MADRE. ¿Qué Leonardo?
VECINA. Leonardo el de los Félix.
MADRE (levantándose). ¡De los Félix!
VECINA. Mujer, ¿qué culpa tiene Leonardo de nada? Él tenía ocho años cuando las cuestiones.
MADRE. Es verdad… Pero oigo eso de Félix y es lo mismo (Entre dientes.) Félix que llenárseme de cieno la boca (Escupe.) y tengo que escupir, tengo que escupir por no matar.
VECINA. Repórtate; ¿qué sacas con eso?
MADRE. Nada. Pero tú lo comprendes.
VECINA. No te opongas a la felicidad de tu hijo. No le digas nada. Tú estás vieja. Yo también. A ti y a mí nos toca callar.
MADRE. No le diré nada.
VECINA (besándola). Nada.
MADRE (serena). ¡Las cosas!…
VECINA. Me voy, que pronto llegará mi gente del campo.
MADRE. ¿Has visto qué día de calor?
VECINA. Iban negros los chiquillos que llevan el agua a los segadores. Adiós, mujer.
MADRE. Adiós. (Se dirige a la puerta de la izquierda. En medio del camino se detiene y lentamente se santigua.)
CUADRO SEGUNDO
SUEGRA.
Nana, niño, nana
del caballo grande
que no quiso el agua.
El agua era negra
dentro de las ramas.
Cuando llega al puente
se detiene y canta.
¿Quién dirá, mi niño,
lo que tiene el agua,
con su larga cola
por su verde sala?
MUJER (bajo).
Duérmete, clavel,
que el caballo no quiere beber.
SUEGRA.
Duérmete, rosal,
que el caballo se pone a llorar.
Las patas heridas,
las crines heladas,
dentro de los ojos
un puñal de plata.
Bajaban al río.
¡Ay, cómo bajaban!
La sangre corría
más fuerte que el agua.
MUJER.
Duérmete, clavel,
que el caballo no quiere beber.
SUEGRA.
Duérmete, rosal,
que el caballo se pone a llorar.
MUJER.
No quiso tocar la orilla mojada,
su belfo caliente
con moscas de plata.
A los montes duros
sólo relinchaba
con el río muerto
sobre la garganta.
¡Ay, caballo grande
que no quiso el agua!
¡Ay, dolor de nieve,
caballo del alba!
SUEGRA.
¡No vengas! Detente,
cierra la ventana
con rama de sueños
y sueño de ramas.
MUJER.
Mi niño se duerme.
SUEGRA.
Mi niño se calla.
MUJER.
Caballo,