—Tania Cardona, diecisiete años, nacida en Barcelona. La mejor amiga de Mireia y, por lo que sabemos, siempre ha estado un poco a su sombra. Se conocen desde niñas. Parece que le gustan bastante las bebidas caras y no le hace ascos al polvo blanco. Por lo visto, tiene actualmente un lío con Gerard Puig. La encontraron desnuda, maniatada y amordazada, con gran cantidad de alcohol y cocaína en el cuerpo, sin signos de agresión sexual y, al igual que su compañero, con una extraña punción en el cuello —relató Iñaki.
—¿Alguna información del hospital sobre qué les inyectaron?
—Sí, ha llegado un informe médico del doctor González. En resumen, lo que dice es que en los análisis ha aparecido una toxina desconocida. Lo más parecido que han encontrado es la savia de… ¡Vaya cosa impronunciable!, a ver si lo consigo decir… Strychnos. No tengo ni idea si se dice así.
—¿Qué demonios es eso? —preguntó Antonia.
—Es una planta que se encuentra en la selva amazónica colombiana. Al parecer, la usan los indígenas para envenenar flechas. Se sabe que se hicieron estudios y se usó como anestésico, aunque ya te digo que es lo más parecido que han encontrado, porque lo más probable es que esté mezclado con alguna savia de alguna otra planta. En resumen, parece que una cierta cantidad de lo que sea deja KO la parte consciente de tu cerebro. De ahí se cree que los nativos usaban mezclas para hacer sus particulares viajes astrales o conectar con sus otras realidades. Vamos, que se metían unos viajes de no te menees. Si añades cierta cantidad más de eso, te apaga también la parte inconsciente del cerebro y te deja en stand-by, vamos, lo justo para las funciones vitales y poco más. Al no saber exactamente la composición, creen que el efecto no durará más de una semana. Después no deja ni rastro. Si cuando despierten les hacen una analítica, va a ser como si no hubiesen tenido eso en su cuerpo.
—Bien, ahora que saben lo que les inyectaron sabrán cómo despertar a los chicos, ¿no?
—Pues no, como ya te he comentado, siguen sin saber exactamente lo que es. Hay restos de esa savia, pero ¿con que está mezclada? No se sabe. Además, el doctor dice que no puede intentar despertarlos sin poner en peligro sus vidas. Resulta que esa maldita cosa es mortal, una dosis más alta provoca la muerte inminente por asfixia. El doctor teme que cualquier cosa que les pueda dar amplifique los efectos de la toxina y mate a los críos. Ya han pasado al menos veinticuatro horas, así que mientras sigan estables simplemente esperarán, no quieren correr ningún tipo de riesgo —respondió Iñaki.
La sargento Borrás miraba atónita a Iñaki mientras este le iba explicando la situación. Se acercó a su compañero, puso las palmas de las manos sobre la mesa, agachó un poco la cabeza y miró a Iñaki. Este levantó la vista de las carpetas y advirtió la mirada penetrante y desafiadora de la sargento.
—¿Qué mierdas me estás contando, Iñaki? ¿Una toxina que se parece a la savia venenosa de una planta de nombre impronunciable originaria del Amazonas colombiano mezclada con algo que no se sabe ni lo que es? ¿Y qué pinta algo de una selva a miles de kilómetros de aquí en el cuerpo de dos adolescentes de familias bien de Barcelona?
—Ya me gustaría a mí darte algo más consistente, pero es lo que tenemos hasta ahora. Creo que necesitas otro café e intentar ver las cosas con perspectiva.
La sargento Borrás dejó el rotulador rojo sobre la mesa, salió de la sala y se dirigió a la máquina de café que había en el pasillo mientras Iñaki se quedaba preparando los documentos para seguir construyendo el tablero de investigación. La sargento regresó pasados dos minutos con dos cafés en las manos. Extendió su brazo derecho y le entregó uno al agente.
—¿El café de la paz? —comentó la sargento al agente.
—Venga, que buena falta nos hace —respondió Iñaki chocando el vaso de cartón en signo de afirmación de que era el café de la paz.
—Vamos a por el siguiente —comentó la sargento.
El agente le entregó la foto de Gerard a la sargento. Esta dejó el vaso de café sobre la mesa y cogió el rotulador rojo.
Se acercó a la pizarra y colocó la fotografía a la derecha de la Tania, la sujetó con otro de los imanes y anotó bajo la foto: «AGREDIDO». Después dibujó una flecha entre ambas imágenes y escribió: «RELACIÓN».
—Va, Iñaki, cuéntame lo que sepamos del chaval.
—Gerard Puig, diecisiete años al igual que Mireia y Tania y compañero de clase de ambas. Como hemos comentado antes, tiene una relación con Tania. Es un poco dado al whisky bueno y a la cocaína. Se supone que él es quien metió en el mundillo del polvo blanco a las amigas. Y como todos los chicos del grupo, hijo de familia bien.
—Vamos a por los padres de Mireia, a ver qué tenemos.
Iñaki sacó la fotografía de Oriol, se acercó a la pizarra blanca y la colocó por encima de la de Mireia, un poco a la izquierda. La sargento dibujó una flecha entre las fotos de padre e hija y anotó: «PADRE». Mientras, Iñaki volvió hacia la mesa, se sentó de nuevo y cogió la hoja donde tenía anotada los datos de Oriol.
—Oriol Grau i Moncada, marqués de Grau i Moncada, vamos, un grande de España, de la alta nobleza catalana. Propietario de varias empresas, entre las que destaca una de las navieras más antiguas de España. Ah, y no te lo pierdas, que está entre los cien primeros de la lista Forbes —describió el agente.
—¿Un grande de España? Joder, qué antiguo suena eso.
—Tan antiguo que deberíamos dirigirnos a él como «excelentísimo señor».
—Vamos, si espera que yo le trate de «excelentísimo señor», va a ser como que no. A ver qué tenemos de la madre.
El agente le entregó la fotografía a la sargento, que la colocó sobre el tablero, a la derecha de la del marido. Dibujó una flecha hacia la de Mireia y anotó: «MADRE».
—Aina Domenech, otra de rancio abolengo. Su familia no es tan «grande» como la de su marido, pero también es de alta cuna. Aunque es propietaria de varias empresas, las gestiona su marido dentro de su grupo corporativo. Básicamente, se dedica a organizar fiestas benéficas y a pasar horas en el club de golf, donde se reúne habitualmente con otras esposas de empresarios importantes. Por cierto, es la marquesa de Grau i Moncada, al ser la esposa de Oriol.
—Vamos, que ni oficio ni beneficio.
—Bueno, no creas, tiene una licenciatura en Económicas, aunque no ha ejercido nunca.
—Qué bien que tu marido se preocupe por tus empresas y tú a vivir como una reina. Venga, vamos a ver el padre de Tania, que supongo que será más interesante que la esposa perfecta del marqués.
Iñaki buscó la fotografía de Artur mientras la sargento se acercaba de nuevo a la mesa a recogerla. La miró fijamente y, como había hecho con las anteriores, la colocó sujetándola con un pequeño imán. Quedó por encima de la de Tania, algo ladeada a la izquierda. Dibujó una nueva flecha con el rotulador rojo entre la foto de Artur y la de Tania y anotó: «PADRE». Entonces se giró de nuevo hacia el agente.
—Vamos, Iñaki, ¡ándale con lo que sepamos!
—Artur Cardona, padre de Tania, socio en varios negocios, pero no en todos, de Oriol, el padre de Mireia. También tiene una cierta fortuna, aunque no es comparable a la de Oriol, al que conoció cuando las hijas de ambos empezaron en el colegio con tan solo tres años. Desde entonces no solo las niñas se hicieron amigas, sino que los matrimonios también, y al cabo de un tiempo Artur y Oriol empezaron a hacer negocios juntos.
—¿Se les conocen problemas económicos en sus empresas?
—No hasta donde sabemos. Tanto las empresas propias de Artur, como las de Oriol, como las que comparten en sociedad son empresas saneadas económicamente. De hecho, ambos han ganado el premio Empresarios del Año 2018 por la buena