Bloemfontein significó el final de la oposición pacífica y de guante blanco que había caracterizado al CNA. Fue la victoria de la corriente en la que navegaba Mandela, un triunfo del que no pudo ser testigo directo, ya que acababa de estrenar empleo en otro bufete de abogados y no le dieron permiso para asistir a la conferencia. Con una economía poco boyante como la suya, la idea de retar a sus nuevos jefes con una ausencia de un par de días para aquel encuentro no hubiera sido lo más oportuno, por lo que se quedó en la oficina en contra de su voluntad.
En marzo de 1950, se celebró en Johannesburgo la Convención para la defensa de la libertad de expresión, organizada por el CNA en colaboración con el Partido Comunista y el Congreso Indio. A pesar del éxito de la convocatoria, Mandela no era partidario de mezclar colectivos con intereses tan diferentes. Sin embargo, uno de los frutos de la cita fue la convocatoria del conocido como Día de la Libertad, para el 1 de mayo de ese año. El objetivo era protestar contra la Ley de los salvoconductos, que limitaba el movimiento de los ciudadanos no blancos por el país, así como para la derogación de cualquier ley segregacionista. La huelga había nacido por iniciativa del Partido Comunista, por lo que el CNA no apoyó de manera oficial ese paro, que fue prohibido por el Gobierno, pero que provocó que dos tercios de los obreros se quedaran en casa. Sin embargo, por la noche, Walter Sisulu y él se unieron a una de las marchas ilegales que transcurría por Orlando West. Un grupo de negros en una manifestación ilegal era un objetivo fácil para la policía sudafricana, que comenzó a disparar contra ellos en cuanto tuvo la oportunidad. Sisulu y Mandela pudieron esconderse, pero aquello terminó con 18 muertos y otros muchos heridos de bala o por el impacto de las porras de los agentes. No hubo mayor provocación que participar, ya de noche, en una manifestación. Semanas después, el Partido Comunista era ilegalizado y ser miembro de la formación podía suponer hasta 10 años de prisión. Aunque la medida ponía el acento en el Partido Comunista, era un aviso para los navegantes de la insurrección. El texto advertía de forma implícita que casi cualquiera que protestara contra los postulados y las políticas del Partido Nacional podía ser acusado de comunismo. Se consideraba delito cualquier ideología que incitara a cualquier forma de manifestación que supusiera una alteración del orden público. No había opción. El que se moviera, literalmente no salía en la foto, salvo que la instantánea se tomara en su ingreso en comisaría. El riesgo era, pues, para todos. Por eso el CNA convocó un Día nacional de protesta el 26 de junio de 1950 por los 18 muertos de mayo y por la ilegalización de uno de los grandes partidos políticos de Sudáfrica.
Sisulu recorrió todo el país para informar e invitar a una huelga de marcado carácter político, mientras que Mandela se quedó al frente de la sede del CNA, que se apuntó una pequeña victoria dentro de la gran guerra contra el apartheid. Los comercios regentados por negros no abrieron y algunas manifestaciones, como la que secundaron cerca de 5.000 personas en el Transvaal, merecieron una atención mediática que pocas veces lograban los negros. Fue una llamada de atención al Gobierno de Daniel Malan. No estaban dispuestos a callar ante la vulneración sistemática de sus derechos. El Partido Comunista había desaparecido, pero ahí estaban ellos para mantener vivo el espíritu de la lucha. Ese pequeño triunfo hizo que dentro del partido de Mandela la jornada se rebautizara como Día de la Libertad. Era una pequeña muesca en el revólver.
La disolución del Partido Comunista y la muerte de 18 africanos negros había unido los intereses del CNA con los de la agrupación clandestina. Este hecho y el contacto con amigos comunistas, hizo replantearse a Mandela su inicial aversión a aquel partido, a sus ideales y a la posibilidad de compartir lucha en la Sudáfrica del momento. La dialéctica todavía no era el punto fuerte de Mandela, que casi siempre doblaba el brazo en sus confrontaciones ideológicas con aquellos hombres más avezados que él en el debate de las ideas. Ser consciente de ello le llevó a la lectura, casi compulsiva, de las grandes obras del socialismo y el comunismo. Por sus manos desfilaron Lenin, Stalin, Mao, Marx o Engels. Ahí, en la reflexión sobre aquellos textos, encontró algunos puntos de fuga de su inicial reprobación al comunismo. La sociedad sin clases que propugnaba el socialismo se parecía mucho a la sociedad tradicional africana. Además, la propensión que él percibía dentro del marxismo a la acción revolucionaria era una actitud que encajaba con el impulsivo Mandela de entonces. Y junto a eso, el apoyo que la Unión Soviética estaba prestando a las colonias africanas para su emancipación, se derrumbó su muro de Berlín particular. No tuvo problema en asumir el cambio de posición. A partir de ahora sería uno más en dar la bienvenida a la presencia de seguidores del comunismo en las filas del CNA.
El Día de la Libertad también nació su tercer hijo, Makgatho Lewanika. Por aquel entonces, su matrimonio con Evelyn ya empezaba a dar síntomas de naufragio. De hecho, el esposo y padre solo hizo un breve paréntesis en el hospital dentro de la vorágine del Día nacional de protesta, del Día de la Libertad. Del día de Makgatho. El compromiso con el CNA y la causa anti-apartheid le alejaban más y más de su casa. Los reproches de Evelyn, cuya actitud y convicciones religiosas diferían de los gustos políticos de su marido, eran cada vez más frecuentes. Pero también aquel compromiso con el pueblo sudafricano causaba inquietud en su hijo mayor, que apenas levantaba unos pocos palmos del suelo. «En aquella época, mi mujer me comentó un día que mi hijo Thembi, que por aquel entonces tenía cinco años, le había preguntado dónde vivía papá. Volvía tarde a casa por las noches, mucho después de que él se fuera a la cama, y salía temprano por las mañanas, antes de que se despertara. No me agradaba verme privado de la compañía de mis hijos. Ya en aquellos días, mucho antes de que tuviese el menor atisbo de que pasaría décadas alejado de ellos, les echaba mucho en falta»8.
Mandela pasó a presidir la Liga Juvenil del CNA a la vez que comenzaba a fraguar la necesidad de dar un paso más en la lucha contra el sistema impuesto por el Gobierno de Malan que, quizás, pudiera incluir cierta forma de violencia contra el sistema. Ahí, sin embargo, sabían que tendrían un duro hueso que roer dentro del propio partido, Albert Luthuli, el histórico líder del Congreso Nacional Africano. Luthuli «era un ferviente discípulo del Mahatma Ghandi y creía en la no violencia por ser cristiano y por principios. Muchos de nosotros no..., porque adoptarlo como principio implica que, sea cual sea la posición, te aferrarás a la no violencia... Adoptamos la actitud de que nos aferraríamos a la no violencia solo cuando las condiciones lo permitieran. Tan pronto como las condiciones giraran en contra, abandonaríamos automáticamente la no violencia y utilizaríamos los métodos que requiriese la situación»9.
Esa rabia contenida comenzó a ser combatida en el ring. Literalmente. En 1950, Mandela comenzó a practicar el boxeo en el Donaldson Orlando Community Center de la mano de Skipper Molotsi quien «le enseñó que, para triunfar, un boxeador no solo debe ser ágil y fuerte, tiene que conocer a su contrincante»10. Se entrenaba cuatro días a la semana.
Después del bufete.
Después del CNA.
Antes de la familia.
Una hora y media de deporte que le permitía evadirse del aquelarre de reuniones y problemas más o menos cotidianos. Era un centro mal equipado, sin un cuadrilátero adecuado, con pocos pares de guantes, sin cascos, sin protectores dentales.