Además, la avaricia y la ciega lujuria por estatus, que dirige a los miserables a traspasar más allá de los límites de lo correcto [o lo justo] y, a veces, como cómplices y colaboradores del crimen, luchar día y noche con prodigioso esfuerzo por escalar la cúspide de la riqueza – estas úlceras de la vida se nutren en un grado no pequeño por el miedo de la muerte.16
De hecho, el miedo a la muerte se apoya en una opinión errónea, pues, como Epicuro dijo, “la muerte no es nada para nosotros” (Epicuro Carta a Meneceo 124; Doctrinas principales 2; cfr. Lucrecio 3.830). La muerte no puede hacernos daño, porque estar muerto es simplemente no ser, y, por tanto, no hay sujeto del dolor o la destrucción. Los epicúreos construyeron docenas de argumentos para probar que la muerte no contiene terrores (cfr. Warren, 2004); de hecho, el mayor propósito de su concepto materialista de la naturaleza era mostrar que el alma muere con el cuerpo, y, por tanto, no es ya vulnerable al sufrimiento, por ejemplo, a ser castigada en el más allá. Lucrecio, en un pasaje que repitió tres veces (2.55-61, 3.87-93, 6.35-41), comparaba el miedo irracional a la muerte con los terrores de los niños pequeños:
Pues, así como los niños tiemblan y temen todo en una oscuridad cegadora, del mismo modo nosotros tememos incluso en la luz del día, a veces, cosas que no son más temibles que los peligros imaginarios que hacen que los niños tiemblen en la oscuridad. Esta oscuridad terrorífica que envuelve a la mente ha de disiparse no con los rayos del sol y los cegadores rayos de luz del día, sino con el estudio del aspecto superficial y el principio subyacente de la naturaleza.
Es plausible que el miedo a la muerte estuviera entre los que Diógenes de Enoanda clasificaba como no claros, en oposición a los que responden a algo que es manifiestamente dañino. Sin embargo, es necesario hacer cualificaciones. Para Diógenes, un miedo de algo que obviamente anuncia muerte, como el fuego, puede ser claro. Morir es, pues, algo por evitar. Pero el miedo a estar muerto, o de lo que pueda pasarle a uno una vez muerto, es irracional, y presumiblemente es este miedo el que domina a las personas “mientras la mente está ocupada en otra cosa”. Pero ¿podemos clasificar tal miedo erróneo como ansiedad?
Como hemos visto en el pasaje de Lucrecio citado antes, los epicúreos creían que el miedo irracional de la muerte podía ser eliminado por medio del argumento razonado y la ciencia. Al respecto, Epicuro piensa, como Aristóteles, que para calmar el miedo uno demuestra que su objeto de hecho no es peligroso. Pero para Epicuro, el miedo a la muerte es persistente incluso cuando no hay una amenaza obvia e inmediata; es más, opera incluso cuando no somos conscientes de un mal o peligro específico. ¿Podemos ir tan lejos como para decir que este miedo es inconsciente, o que es, en las palabras de la Encyclopedia Britannica, “el producto de conflictos emocionales subjetivos, internos cuyas causas pueden no ser obvias para la persona misma”? Los estudiosos están divididos sobre esta cuestión, unos sostienen que el miedo es, de hecho, inconsciente, mientras que otros sostienen que, estrictamente hablando, no se nos oculta, sino que simplemente lo negamos o no lo reconocemos (para este último punto de vista, ver Gladman y Mitsis, 1997). Nos olvidamos, sin embargo, de las formas en que los deseos irracionales de riqueza y poder son estimulados por el temor a la muerte, como Lucrecio afirma, o, más precisamente, el miedo de estar muerto y del posible castigo en el más allá. En esta medida, pues, este temor se asemeja a la noción moderna de ansiedad. La función de la filosofía epicúrea, a su vez, es exponer, sacar a la luz la fuente de esta ansiedad, y curarla demostrando que, en realidad, no tiene base.
La diferencia entre el análisis del miedo aristotélico y el de Epicuro puede que tenga que ver con los cambios de la vida política en las ciudades-Estados griegos, y sobre todo en Atenas, en la época después de las conquistas de Alejandro Magno. Mientras Aristóteles describía las emociones en el contexto del libre debate entre ciudadanos en una amplia democracia, donde las cuestiones urgentes tocaban la guerra y las relaciones entre clases sociales, en los tiempos de Epicuro se nota un énfasis cada vez más destacado en la vida personal, en que lo importante era la posibilitad de eliminar las perturbaciones que afectaban el placer y el dolor cotidianos. Era un mundo en que las poleis no tenía más la independencia de determinar sus propios destinos, y el miedo a la muerte se consideraba más en el contexto de la terapia y mucho menos en relación con la valentía militar. Y vale la pena notar también que unos pocos siglos después de la muerte de Epicuro, con todo su esfuerzo de eliminar el miedo al castigo en el más allá, surgió una versión del cristianismo en la cual ese miedo se inculcaba permanentemente en la gente, y casi todos vivían con la angustia de sufrir un dolor eterno en el infierno. Las causas y los efectos de tal cambio radical en la ideología merecen un estudio detallado del punto de vista histórico.
Conclusión
Para concluir, ni el miedo ni la ansiedad, tal como las describen Aristóteles y Epicuro, consisten en evitar un estado irreducible de miedo o Gefühl. Incluso la ansiedad es un miedo de algo que se cree que es peligroso, y puede por tanto eliminarse aplicando la luz de la razón. A la queja de Heine, “Ich weiß nicht, was soll es bedeuten, dass ich so traurig bin”, Epicuro habría replicado: descubre la causa de tu infelicidad o tu ansiedad, y estarás libre de ella. Las interpretaciones antiguas del miedo, ya sea claro o vago y difuso, siguieron siendo decididamente de naturaleza cognitiva: se entendía que el miedo tenía su base en un juicio de peligro que podía, por supuesto, ser falso o inexacto. En este aspecto difieren de la noción, todavía prevalente, del miedo y las emociones en general como no cognitivas y no diferenciadas de su objeto. Para ser claros, el modelo clásico encuentra una nueva vida en los investigadores actuales de las emociones bajo etiquetas tales como la teoría de la valoración.17 Por qué fue eclipsada durante tanto tiempo en el periodo moderno, y es favorecida de nuevo en nuestros días, es una cuestión fascinante por sí misma, pero más allá de los límites de la presente discusión.
Referencias
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