Si nos adentráramos en los terrenos de la especulación, del mismo modo que otros han hecho, diremos que, después de haber recorrido, a lo largo de este trabajo, la vida y hechos de decenas de piratas y criminales, de la propia escritura de Colón se deduce que, si era pirata, no pensaba “en pirata”; en ningún momento aparece el afán de presa como objetivo, ni el oportunista botín. Antes bien, la persona que escribe esas líneas, y las del viaje del Descubrimiento, estaba más destinado a ser presa que socio y colega de piratas (y, de hecho, lo sería, al capturar los piratas a la carabela Niña en 1497, en pleno Mediterráneo). Puesto en negociaciones con Vicente Yáñez Pinzón, dueño y capitán de La Pinta, que sí era un pirata, consiguen fácilmente entenderse cuando se propone el gran objetivo, pero luego, durante todo el viaje del Descubrimiento, navegan en completo desacuerdo, ocultándose mutuamente las informaciones hasta que, finalmente, Pinzón, con su carabela, acaba abandonando a su suerte a un Colón que pierde su nao Santa María por naufragio, quedando sólo con la Niña. El pirata no entendía ni podía comprender al visionario descubridor, al que acabó despreciando como a un simple capitán mercante sin fuerza ni ambición para hacerse con un botín inmediato.
La falta de liderazgo de Colón sobre el pirata Pinzón cuestiona profundamente la naturaleza del genovés como hombre fuerte capaz de imponerse a sus hombres, que esperan de él las mayores crueldades y castigos. Es difícil imaginar un Colón al temible estilo de un Roger de Lauria, Francis Drake o Henry Morgan, es decir, canallas que perpetraban ellos mismos, personalmente, las mayores barbaridades, crueldades y villanías para atemorizar a sus hombres, darles ejemplo, e imponerse a ellos. Cuando, despues de su desastrosa administración en Santo Domingo, el ya almirante Colón regresa a España cargado de cadenas, no hay en él el menor signo de arrepentimiento, de reconocimiento del castigo como justo procedimiento de expiación de sus pecados, como solía tener lugar con los piratas que eran conducidos al patíbulo. Colón no es consciente de haber incurrido en faltas terribles de este género, y lo único que piensa –pensamiento que le obsesiona– es en su mala fortuna y lo desagradecidos que son los señores que le conducen al tribunal, negándose a quitarle los grilletes. Para terminar, y no cansar al lector con meras especulaciones, la compulsiva mentira en la que incurría el genovés –mintió en la aventura de la Ferdinandine, a sus compañeros ocultándoles los datos de las singladuras atlánticas, a los hermanos Pinzón, a los reyes, y a los que fueron a América a deponerle– habla más de un carácter apocado que arrojado, más instigador que capaz de ponerse al frente de sus hombres, o darles cara a pecho descubierto. En resumidas cuentas, sin duda que tuvo un talento especial para la gigantesca empresa que llevó a cabo y coronó con mérito, pero nunca tuvo hechuras, ni lo que hay que tener, –en su época y en todas– para ser un pirata.
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