¿Qué años fueron esos?
El año 1957, 1958, hasta la muerte de Rulfo.
¿Y lo ha tratado todos esos años?
Sí, sí.
¿Dónde se encontraban?
En la calle, en mi casa, en viajes. Vinimos a España juntos a una reunión que hubo en Salamanca. Conoció a mi mujer. Era un amigo, una persona, repito, muy retraída. Pero, bueno, ese era su carácter.
En uno de sus poemas usted dice: «Pienso a veces que ha llegado la hora de callar, / pero el silencio sería entonces / un premio desmedido, / una gracia inefable / que no creo haber ganado todavía». ¿El silencio es una bendición para el artista? ¿A qué se refiere exactamente?
A eso, a dejar de escribir y a suspender. Entonces, en ese poema, trato de explicar por qué creo que también se puede dejar de escribir un día y lo que se escribió ahí queda, y punto, pero no convertirlo en una especie de oficio, que nunca lo he visto así, por eso nunca me he considerado ni intelectual ni escritor con mayúsculas. Es decir, se puede suspender un día y, ya, dejar de hablar, y punto.
¿Como Rulfo?
Como Rulfo.
El personaje errante de sus historias es un hombre que se forma leyendo, pero a quien la palabra intelectual lo sobresalta, dice usted en Amirbar, que es una de las siete novelas recogidas bajo el título genérico de Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero. ¿También para usted es una palabra incómoda?
Siempre que me tratan de intelectual (que es el escritor que participa en los hechos de la vida, de la política y que tiene un ideal), yo lo rechazo. Es que me parece tan superficial. No soy eso, vaya, no lo soy. No quiero salvar al hombre ni quiero mejorarlo, quiero escucharlo y ya.
Para usted, entonces, el escritor debe escribir y no convertirse en una figura pública.
Exactamente. Escribir, sí. Mire, hay dos frases de Epicuro que me han formado a mí desde niño. La primera es la siguiente: «Huye, afortunado, con las velas desplegadas de toda forma de cultura». Y la otra: «Vive secreto».
¿Y no es una paradoja «vivir secreto» y haber ganado tantos premios como usted?
Eso es culpa de los libros. Epicuro es un filósofo con quien yo comulgo totalmente. Parece raro que tenga esas frases de él como principios y esté aquí dando entrevistas y entregado a contactos con el público, pero los libros y la vida de los libros, la vida que llevan mis libros, me obligan a esto.
Usted afirma que nunca ha participado en política. Pero supongo que le debe preocupar la violencia en la que vive inmersa la sociedad colombiana, así como a mí me preocupa la tremenda situación por la que está pasando la Argentina.
Lo entiendo, especialmente en un país como la Argentina, al que uno llegaba y decía: «Ah, bueno, este país ya encontró una estabilidad, encontró un camino» y, de pronto, vemos esto. Pero toda la historia del hombre está llena de esa violencia, de esos descalabros y de la sandez de los gobernantes. El caso de Colombia me duele en lo más profundo, esa Colombia que estamos viendo ahora, no es la que yo viví, pero no tiene remedio. Yo no leo los periódicos, la prensa, no veo televisión. A veces me entero de ciertas cosas por los amigos o por mis hijos. Tengo tres hijos en Colombia, uno de ellos también es escritor. Claro que me duele.
Con Maqroll ha escrito siete novelas y varios libros de poesía. Dice usted que Maqroll no es su alter ego, sino un buen cómplice, un compañero de ruta. Fuera de la ficción, ¿qué otro amigo ha sido su cómplice?
¿En la vida real? Todos mis amigos tienen esa condición, de lo contrario no serían mis amigos. Mis amigos, unos pocos a los que quiero profundamente, son cómplices de mis obsesiones, cómplices de mis debilidades, cómplices de mis momentos de plenitud, cómplices de mis desventuras. Es tener esa compañía, es estar hombro con hombro, brazo con brazo.
Su amistad con García Márquez ya dura mucho tiempo, ¿verdad?
Somos íntimos amigos desde hace más de cincuenta y cinco años, como hermanos, y es un ser que admiro. La primera vez que García Márquez vio mi grafía, mi letra, me dijo: «Y usted por qué escribe como Drácula, Mutis».
¿García Márquez es producto o víctima del boom?
El boom no existe, lo hicieron alrededor de él, no existe, es una invención de los libreros y del mundo comercial, un absurdo.
En las páginas sobre Gonzalo Rojas, usted destaca la impresión que le causó leer uno de sus poemas titulado «Cerámica», porque en él hay una sentencia final: «Casi todo / es otra cosa».
Bueno, Gonzalo es uno de los grandes poetas del idioma y un ser adorable. Yo sé que estuvo de candidato muy cercano a que le concedieran el Premio Cervantes que obtuve yo, y me hubiera alegrado inmensamente que él lo tuviera. «Casi todo / es otra cosa», genial. Esa definición no solo es de la poesía, sino de la vida.
¿Se esperaba que le otorgaran el Premio Cervantes?
No, para nada. Yo ya había obtenido el Príncipe de Asturias y el Reina Sofía. Esta es la primera vez que le dan a la misma persona los tres premios. Así que me dije no, no puede ser para mí. Fue una sorpresa. Y, claro, me alegra mucho tenerlo.
Libertad condicionada
Griselda Gambaro
Entrevista realizada en Madrid durante una visita que la autora
realizó a esa ciudad para asistir al Congreso Internacional
Autor Teatral y Siglo xx, celebrado en la Casa de América
del 25 al 27 de noviembre de 1998.
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