La señorita Pym dispone. Josephine Tey. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Josephine Tey
Издательство: Bookwire
Серия: Hoja de Lata
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418918339
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señorita Nash sopesó por un instante el mejor modo de instruir a la ignorante y respondió con un ejemplo práctico: «Tiene que coger una jarra de agua por su asa del estante más alto: describa los movimientos musculares implicados en tal movimiento». El asentimiento de la señorita Pym hizo evidente que lo había entendido.

      —Sin embargo, en invierno tenemos el mismo horario que cualquier otra escuela y nos levantamos a las siete y media. En cuanto a este periodo del día en concreto, normalmente se emplea en la obtención de certificados externos: Salud Pública, Cruz Roja, etcétera. Pero una vez los hemos obtenido, podemos emplear el tiempo en estudiar para los exámenes finales que empiezan la próxima semana. No tenemos mucho tiempo, así que estas horas nos vienen muy bien.

      —¿No tenéis tiempo libre después de la hora del té?

      La señorita Nash sonrió divertida.

      —Oh, no. Por las tardes, de cuatro a seis, tenemos práctica clínica con pacientes externos, ¿sabe? Vemos de todo, desde pies planos hasta huesos rotos. Y desde las seis y media hasta las ocho tenemos clase de danza. Ballet clásico, no folclórico. El baile folclórico es por las mañanas. Y se valora como ejercicio físico, no artístico. Más tarde, la cena no termina antes de las ocho y media, de modo que cuando tendríamos tiempo para estudiar ya estamos agotadas y el final del día se convierte en una batalla entre el sueño y la ignorancia.

      Al dar la vuelta a la esquina del pasillo en dirección a las escaleras, prácticamente se precipitó sobre ellas una figura menuda y huidiza que corría cargada con la cabeza y el tórax de un esqueleto sujeta bajo un brazo y la pelvis y las piernas bajo el otro.

      —¿Qué estás haciendo con George, Morris? —preguntó Nash, parándose frente a la joven.

      —¡Ay, por favor no me hagas perder tiempo, Beau! —jadeó sobresaltada la muchacha sujetando fuertemente la grotesca carga que portaba contra su cadera derecha mientras hacía ademán de seguir corriendo hacia las escaleras—. Y por favor olvida que me has visto, ¿quieres? Quiero decir, que has visto a George. Pensaba levantarme temprano y devolverlo a su sitio antes de que sonara la campana de las cinco y media pero me quedé dormida, así de sencillo...

      —¿Has estado despierta toda la noche con George?

      —No, solamente hasta las dos. Yo...

      —¿Y cómo te las apañaste para ocultar las luces de tu cuarto?

      —Cubrí la ventana de la habitación con mi manta de viaje, por supuesto —respondió la muchacha con el tono en que se dicen las cosas que resultan obvias.

      —¡El decorado ideal para una noche de junio!

      —Ha sido terrible —continuó Morris—. Pero, de veras, es la única forma que se me ocurre de conseguir empollar las inserciones, así que, por favor, Beau, simplemente olvida que me has visto. Lo habré devuelto antes de que las profes bajen a desayunar.

      —Sabes que no lo harás. Y que acabarán descubriéndote.

      —Ay, por favor, no trates de desanimarme. Ya tengo bastante preocupación encima. Ni siquiera recuerdo cómo se vuelven a encajar las dos mitades de George.

      Siguió caminando escaleras abajo, delante de ellas, y desapareció en dirección a la fachada principal del edificio.

      —Realmente empieza a parecer que estamos al otro lado del espejo —comentó la señorita Pym, viendo cómo la muchacha se alejaba—. Siempre he pensado que las inserciones tenían más que ver con las agujas.

      —¿Inserciones? Se refiere al punto exacto en que el hueso se une al músculo. Es mucho más fácil de entender con el esqueleto delante que con las ilustraciones de un libro. Por eso Morris ha secuestrado a George. —Y soltó una risita indulgente—. Algo descaradamente audaz, viniendo de ella. Yo misma he llegado a robar algunos huesos cuando estaba en primero, pero jamás se me pasó por la cabeza la idea de llevarme a George. Es la nube más negra que amenaza la vida de las de primer curso, ¿sabe? El examen final de anatomía. Se supone que has de saberlo todo sobre el cuerpo humano antes de comenzar a ejercitarlo. Por eso es un examen de primer curso, a diferencia de otros finales. Los aseos están por aquí. Los domingos, cuando yo estaba en primero, los setos que bordean el campo de críquet estaban repletos de estudiantes escondidas y abrazadas a su ejemplar de Gray.6 Está terminantemente prohibido sacar los libros de la escuela y el domingo es el día en que se supone que hemos de socializar, tomar el té e ir a la iglesia o a pasear por el campo. Pero ninguna alumna de primero hace otra cosa durante el periodo de verano que no sea buscar un lugar tranquilo para poder estar a solas con su Gray. No es nada fácil sacar del colegio un tomo de ese calibre. ¿Lo conoce? Es aproximadamente del tamaño de esas viejas biblias familiares que reposan indefinidamente sobre la mesa de la sala de estar en cualquier casa. De hecho, llegó a extenderse el rumor de que la mitad de las alumnas de Leys estaban embarazadas, aunque finalmente resultó que todo se debió a la extraña silueta de las chicas paseándose con ese librazo bajo la ropa de los domingos.

      La señorita Nash se inclinó ante los grifos y comenzó a abrirlos para llenar la bañera, produciendo un gran estruendo.

      —Como todo el mundo en la escuela se baña tres y cuatro veces al día, en cuestión de minutos te puedes quedar sin agua; me temo que no llegará usted a tiempo al desayuno —explicó tratando de hacerse oír por encima del ruido. La señorita Pym pareció disgustarse como una chiquilla ante dicha perspectiva—. ¿Por qué no deja que yo me ocupe de todo? Le traeré algunas cosas en una bandeja. No, no es ningún problema, estaré encantada de hacerlo. No es necesario en absoluto que una invitada de la escuela se presente a desayunar a las ocho de la mañana, ¿no cree? Además, seguro que prefiere la tranquilidad de su habitación. —Se detuvo un instante, dejando reposar su mano en la manilla de la puerta—. Y, por favor, cambie de opinión y quédese. Será un placer para nosotras. Mucho mayor de lo que se pueda imaginar.

      Sonrió y se fue.

      Lucy se sumergió en el agua caliente y pensó felizmente en su desayuno. Qué maravilla no tener que mantener una conversación ni escuchar todo ese parloteo. Qué gran idea había tenido aquella encantadora joven y qué amable de su parte semejante gesto. Quizá después de todo no era mala idea quedarse uno o dos días más...

      Por poco salta de la bañera cuando otro timbre volvió a sonar a escasos diez metros de donde estaba. ¡Ya había tenido bastante! Se incorporó para enjabonarse. Cueste lo que cueste estaré en Larborough para tomar el tren de las 2.41. Ni un minuto más tarde. ¡Ni un minuto!

      En cuanto el ruido del timbre —presumiblemente una advertencia de cinco minutos previa a la llamada de las ocho en punto— se fue apagando nuevamente, escuchó pasos apresurados en el pasillo. La doble puerta que había a su izquierda se abrió bruscamente y al tiempo que el agua volvía a correr pudo oír una vez más el chillido de aquella voz aguda y familiar:

      —¡Ay, voy a llegar tardísimo a desayunar! ¡Pero estoy empapada en sudor, querida! Ya lo sé, debería haberme quedado sentada y quietecita y dedicarme a analizar la composición del plasma, cosa que no tengo la menor idea de cómo hacer... ¡Y el examen final es el martes! Pero hacía una mañana tan hermosa. Y ahora, ¿dónde habré puesto mi jabón?

      Lucy quedó muy sorprendida de que en una comunidad con actividades desde las cinco y media de la mañana hasta las ocho y media de la tarde, aún existiera alguien con la vitalidad suficiente como para entrenarse sin tener la obligación de hacerlo.

      —¡Donnie, cariño, me he olvidado el jabón! Pásame el tuyo.

      —¡Tendrás que esperar a que termine de enjabonarme yo! —respondió una voz plácida en comparación con el agudo tono de Dakers.

      —¡Muy bien, querida, pero por favor date prisa! Ya he llegado tarde dos veces esta semana y la señorita Hodge me echó una mirada bastante inquietante la última vez. Ay, casi lo olvido, Donnie, ¿podrías hacerte cargo de mi adiposo paciente de las doce en la clínica?

      —No, no podría.

      —No está