—¡Ah, mira!, un arte olvidado –le señala Víctor a Atalanta a un tipo agitando el diábolo de forma demencial y precisa. Éste se queda absorto mientras un grupo llama a Atalanta varias veces y ella va a saludar.
—¿Qué?, –una chica le da dos besos al acercarse– ¿vienes a entrenar un poco?
—Un rato, sí –Atalanta termina de saludar a los otros dos chicos.
—Ya se te echaba de menos por el parque –dice uno de ellos.
—Y yo también estar por aquí, creedme. A ver si pillo la moto pronto y tengo más mobilité.
—¿A quién has traído? –el otro chico pregunta mientras le da un buen repaso a Víctor, que se ha parado a dibujar al malabarista.
—Es muy guapo... –dice la chica y mira a Atalanta con picardía.
—Pues es un amigo de hace bastante tiempo... –mira en dirección a Víctor con dulzura.
—Ya..., ya..., bueno, ya nos contarás –el grupo sonríe.
—Vamos a entrenar, creo que estará ahí un rato, voy a decirle –se separa para buscar a Víctor y mirar el dibujo antes de que se entere de que está ahí.
—Dios..., qué sigilosa, qué susto.
—Es un gran dibujo –se agacha junto a él.
—Gracias, –sonríe– solo quería hacer un boceto, luego lo termino en casa.
—No te preocupes, quédate a terminarlo si quieres, vengo a decirte que voy a estar allí –le señala la zona donde están sus amigos–. Hay tres amigos míos, esos de allí, así que vente cuando quieras, ¿vale? –le da un beso antes de que diga nada, así que él solo sonríe, mira un par de veces el lugar donde Atalanta comienza su entreno y se pierde de nuevo en su dibujo, a fin de disfrutar del momento. Víctor se focalizó en mejorar los contornos y fondo del dibujo, porque realmente le dio apuro por ver a Atalanta entrenando. Decidió dejarlo incompleto y voltearse para ver a su amiga haciendo unos saltos increíbles. Realmente tenía una habilidad espectacular como traceuse, en especial destacaba con el rompemuñecas y reverso, donde la velocidad que imprimía hacía que todos se quedaran boquiabiertos a pesar de ser movimientos alcanzables para la mayoría. Aun así, era la combinación de todos estos ejercicios clásicos mezclados con otros más estéticos, como aerial o gainer, que resaltaban la capacidad, energía y soltura de Atalanta. En líneas generales, era de lejos la persona que hacía más trucos innovadores o difíciles en su rutina de toda la gente que solía estar en el parque. Víctor la estuvo mirando por un largo rato sin que ella se diera cuenta, hasta que ella lo buscó con la mirada y se percató de que lo tenía cerca. Entonces se movió hacia él con rapidez y acabó cayéndole encima de las piernas y dándole un beso. Víctor, que no se lo esperaba, casi se resbala del poyete, cuya superficie de piedra parecía pulida por los montones de culos que hacen fricción sentándose a diario. Ahí se quedaron abrazados un rato mientras el corazón de ella latía tan fuerte que hacía que el de Víctor también se acompasara, luego se despegó, le guiñó un ojo y volvió al muro a realizar el grimpeo del mismo, que pudo subir a la segunda vez del tirón sin mucho esfuerzo.
—¿Me vigilas esto un momento? –un chico estaba parado delante de Víctor con una riñonera en la mano.
—Claro, tío, sin problema –la deposita junto a la mochila, entre sus pies y asiente con la cabeza.
—Muchas gracias, ¡no voy a tardar!
—Tranqui –Víctor sonríe y vuelve a centrarse en Atalanta. Aún tiene los labios húmedos del beso y el bigote con algunas gotas de sudor de su amiga. Su aroma hace que sus ojos la sigan allá donde vaya, pero además mantiene su cuerpo en un estado de hormigueo constante. Y allí, centrado en una sola persona entre decenas, una punzada le asestó una descarga en el pecho y entonces se dio cuenta, se había enamorado.
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