Por la mañana cuando me desperté, Paul todavía seguía dormido, así que me levanté con cuidado para no despertarle. Fui al baño a asearme un poco, y me quedé atónita al fijarme que estaba repleto de todo tipo de lujos. Había una encimera de mármol con dos lavabos de cristal y grifos de cascada, toallas de algodón egipcio y un jacuzzi para dos de lo más apetecible.
Mientras me miraba al espejo, una sonrisa se me dibujó en los labios al recordar la pasada noche; el calor de sus besos por mi cuello, el tacto agradable de sus manos a lo largo de todo mi cuerpo, esos brazos fuertes que me rodeaban y esos ojos verdes que me hacían perder el sentido cuando me miraba con tanta pasión.
Cuando desperté de mi fantasía, salí y vi a Paul durmiendo plácidamente; me resultó muy tierno, y decidí que ya era hora de darle yo a él alguna sorpresa.
Llame al servicio de habitaciones para que nos trajeran el desayuno. Pedí un poco de todo, aún no sabía qué preferiría él y no quería arriesgarme. Volví a la cama mientras esperaba, y Paul empezó a moverse despacio.
—Buenos días —le susurré.
—Buenos días preciosa. ¿Siempre te despiertas así de guapa?
—Es que he dormido estupendamente.
—Yo también, la verdad que es genial compartir la cama contigo, podría llegar a acostumbrarme —afirmó sonriendo mientras me abrazaba.
De repente llamaron a la puerta y Paul se asustó, me levanté para abrir y vi a un chico con uniforme, arrastrando una gran mesa de ruedas con un mantel blanco que colgaba hasta el suelo. Estaba repleta de campanas plateadas que ocultaban el desayuno, cubiertos brillantes y copas y tazas de varios tamaños.
—Muchas gracias —le dije extendiéndole un billete disimuladamente.
—¿Qué pasa? —preguntó Paul en el momento que me acercaba a la zona de la cama con la espectacular mesa del desayuno—. Muchas gracias, eres estupenda.
Lo llevé hasta una mesita cercana y empezamos a levantar las campanas para descubrir las delicias que nos esperaban. Había fruta fresca recién cortada, bollería casera, pan recién hecho, huevos revueltos con bacon, café, leche y zumo de naranja natural. Toda una delicia.
Desayunamos tranquilamente y cuando terminamos, aún nos quedaba más de una hora para dejar la habitación, así que ambos tuvimos la misma idea, no podíamos irnos de allí sin probar ese jacuzzi.
Mientras yo recogía un poco la ropa, Paul llenó la bañera con sales y jabón perfumado.
—Cuando quiera, señorita, tiene el baño preparado.
Entré en el baño y Paul ya se había metido dentro, lo que le daba una perspectiva perfecta para mirarme de arriba a abajo mientras yo lo hacía. Me senté con la espalda apoyada en su pecho y encendimos las burbujas. Era una sensación de lo más placentera, pero cuando quisimos darnos cuenta ya casi era la hora de irnos. Nos secamos y vestimos con bastante rapidez y nos despedimos de esa habitación con un largo beso a los pies de la cama.
—Ha sido perfecto Paul.
—Tú eres perfecta.
A pesar de que no le hizo demasiada gracia, le pedí que me dejara llevar el Mustang hasta mi casa. Siempre había querido probar uno como ése, y el viaje se me pasó volando, mientras dejaba que el aire cálido rozase mi piel por el camino. Nos despedimos con un largo beso y subí con ganas de ver a Lola y contarle todo lo que me había pasado. Me había enamorado por primera vez.
—¡Hola! ¿Estás en casa? —pregunté sin obtener respuesta.
Miré el móvil y vi que tenía un mensaje de mi amiga: Si no he llegado a casa no te preocupes, estoy en el hospital quitándome la dichosa escayola.
Se me había olvidado por completo con los nervios que hoy tenía que hacerse una radiografía de la mano.
Aproveché para hacer algo de limpieza, poner lavadoras y recoger trastos, cuando sonó el teléfono. Era Paul.
—Hola Sam, ¿qué tal el día?
—Bien, haciendo algo de limpieza ya sabes.
—Tengo malas noticias, debo irme a Philadelphia unos días. Mi abuela acaba de fallecer.
—Dios mío, Paul, lo siento mucho. ¿Cuándo te vas?
—Muchas gracias, el vuelo sale esta noche y no sé cuándo volveré. Te aviso cuando vuelva y nos vemos.
—Si necesitas algo pídemelo, ¿vale?
—Tranquila, estoy bien.
Noté su voz quebrada cuando se despidió y sabía que me necesitaba, pero no se atrevía a pedirme que le acompañara, así que, sin pensármelo dos veces, cogí una bolsa de mano que tenía bajo la cama y la llené de lo primero que encontré para pasar varios días.
Cuando quise darme cuenta estaba llamando a la puerta del piso de Paul, y cuando abrió esbozó una gran sonrisa a pesar de que sus ojos estaban llorosos. Me abrazó con fuerza.
—¿Pero qué haces aquí?
—Me voy contigo, si quieres —dije sonriendo.
—Eres una caja de sorpresas, no quería pedírtelo por si pensabas que iba demasiado rápido. Ya sabes, por llevarte con mi familia y todo eso.
—No te preocupes, a veces las mujeres también tenemos que rescataros. He sentido que me necesitabas y no me lo he pensado dos veces.
—Muchas gracias, Sam.
Me besó de la forma más tierna que lo habían hecho nunca, y yo me sentía en una nube. Iba a volver a nuestra ciudad, conocer a su familia, probablemente a su exnovia y pasar con él uno de los peores tragos de su vida. Supongo que esta vez yo me había convertido en el caballero de brillante armadura.
Compré un billete por internet y le mandé un mensaje a Lola para avisarle de lo que había pasado, mientras Paul terminaba de hacer la maleta y recoger sus cosas.
Cuando llegamos al coche le pregunté si quería que lo llevase hasta el aeropuerto, ya que no se encontraba demasiado bien, pero insistió en llevarlo él, dijo que así mantendría la cabeza ocupada.
11
El vuelo duró algo más de cinco horas, y ambos habíamos dormido casi todo el viaje. Cogimos un taxi para llegar a casa de los padres de Paul, que vivían a las afueras de la ciudad. Cuando llegamos, me quedé boquiabierta; era una impresionante mansión de dos plantas rodeada por jardines con piscina. En realidad, Paul venía de una familia bastante acomodada.
Su madre salió a recibirnos seguida por su padre y una chica de unos 18 años que supuse sería su hermana.
—Buenos días chicos. Paul, no me habías contado que ibas a venir acompañado —dijo su madre amablemente.
—En realidad, ha sido una decisión de última hora mamá —respondió Paul sonriendo—. Es Sam. Sam, estos son mis padres Helen y John, y ella es mi hermana Noah.
—Encantada de conocerlos —dije tímidamente.
—Pasad, no os quedéis ahí. Seguro que queréis desayunar —dijo John.
Subimos las escaleras del porche y cuando entramos, me quedé mirando anonadada cada detalle de la entrada; era enorme y comunicaba con la sala de estar, que estaba unida a la cocina de donde salía un olor que me resultaba familiar. Eran esas estupendas tortitas.
Paul se fue a hablar con sus padres acerca de su abuela, y yo me quedé con Noah, que me invitó a pasar a la cocina con ella. Mientras preparaba la mesa para desayunar, yo me quedé apoyada en la barra americana.
—¿Qué tal por California? Debe ser espectacular,