Volví a casa y se lo conté a Lola; no me hizo ninguna gracia el comentario que tuve que escuchar de esos idiotas, y estaba indignada por no poder hacer nada al respecto.
—No te preocupes mujer, seguramente estarían borrachos y eres lo mejor que han visto en todo el día.
—Me parece asqueroso, te lo prometo. ¿Por qué tenemos que escuchar esas groserías? ¿Alguien les ha dicho alguna vez que cierren la boca cuando nadie les ha preguntado? —dije ofendida, mientras preparaba algo de comer.
Más tarde decidí armarme de valor y mandar un mensaje a Paul para quedar con él y tomar algo.
Hola!
¿Qué tal el día?
Buenas!
Pues aquí estoy aburrido…
¿Me propones algún plan?
¿Te apetece quedar en el parque
dentro de una hora y tomamos algo?
Perfecto!
Luego nos vemos!
Cuando llegué Paul ya estaba esperándome, me acerqué a él, le di un abrazo y empezamos a caminar.
—¿Qué tal ha ido el día? ¿Has hecho algo interesante? —me preguntó curioso.
Decidí contarle lo de aquella mañana y preguntarle acerca de ese tipo de “piropos” obscenos que sinceramente a mí no me hacían ninguna gracia.
—Yo creo que esos tíos están demasiado necesitados, ven una mujer y le dicen lo primero que se les pasa por la cabeza. No estoy diciendo que tú no te merezcas un buen piropo, pero no te lo tomes tan mal, de vez en cuando te vas a encontrar alguna situación parecida.
—¿Tú sueles decir piropos a las chicas?
—Qué va, sinceramente soy demasiado tímido para ese tipo de cosas —respondió sonrojado.
—No te imaginaba tímido, en el trabajo se te ve de lo más abierto con todas las chicas —dije sin pensar.
—¿Acaso estás celosa? —me espetó.
Le respondí con una sonrisa pero sin decir nada, ¿cómo se me había ocurrido hacerle ese comentario?
Entramos en un bar y se acercó a la barra a pedir mientras yo buscaba una mesa libre. El sitio era de lo más bohemio con las paredes y el suelo de madera; las sillas y las mesas estaban desgastadas y las luces no eran demasiado intensas, un ambiente perfecto para conversar tranquilamente.
Finalmente, Paul consiguió que le sirviera una camarera sin demasiada experiencia, y le hice una señal para que viniera a la mesa. Decidió sentarse a mi lado.
—Bueno y tú que, ¿no tienes novio? —preguntó.
—Pues la verdad es que no, no tengo ningún interés en tener pareja ahora mismo —en el momento que esas palabras salieron de mi boca, vi cómo a Paul le cambiaba el gesto de repente. Quizá no le había gustado demasiado mi respuesta, quizá a mí tampoco.
—Ya, pero siento decirte que eso no lo decides tú, si te enamoras, te enamoras y punto, es algo de neurotransmisores creo. —afirmó.
—Tienes razón, pero puedes estar más o menos receptiva en cuanto a conocer gente. Si te encierras en casa seguro que no te enamoras de nadie.
—Pues yo no te veo muy encerrada en casa que digamos ¿no? —me quedé estupefacta en ese momento y no supe qué responder. Cuando Paul percibió mi cara continuó hablando—. Yo tuve una novia hace tiempo en Philadelphia, pero al venir a trabajar aquí, tuvimos que dejarlo. No creo en las relaciones a distancia, mira lo que le ha pasado a Alex con Lola.
—Perdona pero ¿has dicho Philadelphia? Yo también soy de allí— dije intentando obviar el tema.
El hecho de que Paul “tuviera” que dejarlo con su novia no me gustaba demasiado, ya que donde hubo fuego ya se sabe, y además ni siquiera terminaron mal. ¿Qué pasaría si algún día Paul volvía a casa?
6
Durante el domingo, Lola y yo decidimos hacernos una sesión de belleza en el apartamento; nos pusimos mascarillas, nos hicimos manicura y pedicura; y, por supuesto, lo que más odiaba en el mundo: la depilación.
Está claro que una mujer sin pelo es mucho más agradable, tanto por higiene como por aspecto, pero ¿no son suficientes los sacrificios que tenemos que hacer por el simple hecho de ser mujeres? Y no me refiero solamente al aspecto físico; está la “adorada” menstruación con su dolor de ovarios, de cabeza, malestar general, sin contar con que no se trata del precioso líquido azul que aparece en los anuncios; y cuando te haces mayor llega lo mejor, la menopausia y el dolor de huesos, los sofocos, etc. Vamos, que todo son ventajas a nivel biológico.
—Tranquila Sam, que ya terminamos. Dos tiras más y lista —me dijo Lola para calmarme un poco.
Yo tengo la piel demasiado fina y me duele horrores cada vez que me hago la cera, y la depilación láser me da pánico por si me aparecen quemaduras. Lola se la hizo hace un año y la verdad que está encantada, así que seguramente me anime y pruebe.
Cuando terminamos con el ritual, decidimos ir al cine a ver “Cincuenta sombras liberadas”, la tercera parte de la exitosa trilogía que yo no había visto hasta que me obligó Lola nada más empezar a vivir con ella.
La verdad que no me hacía demasiada gracia la trama, pero tengo que reconocer que en el fondo tengo algo de romántica y me apetecía ver el final de la historia de amor de Christian Grey y Anastasia Steele.
La sala de cine estaba repleta de parejas jóvenes formadas por chicas de lo más emocionadas y chicos resignados. Era gracioso.
Cuando salimos del cine fuimos a cenar a un nuevo restaurante asiático de la zona, y nada más entrar, nos encontramos con las dos personas que menos nos esperábamos, Alex y su novia. Cuando nos vio nuestro compañero no se lo podía creer, su cara perdió todo el color y tragó saliva mientras nos acercábamos a su mesa. Lola no pudo dejarlo estar.
—¿Qué tal Alex? ¿No nos presentas? —preguntó descarada.
—Sí claro, Sarah, estas son Sam y Lola, dos compañeras de trabajo.
—Encantada Sarah, por cierto Alex, te dejaste la ropa interior en mi casa el otro día, por si quieres pasar a recogerla —en ese momento me agarró del brazo llevándome a la salida del restaurante con una amplia sonrisa en su boca.
—¿Pero qué has hecho? —le pregunté estupefacta.
—¿Qué pensabas? ¿Que me iba a quedar callada? Esa chica tiene que saber con quién mantiene una relación —acto seguido vimos cómo Sarah salía llorando despavorida del restaurante mientras Alex le seguía disculpándose.
—Esto no se va a quedar así —afirmó amenazante cuando pasó por nuestro lado.
Ya no nos apetecía demasiado cenar en aquel sitio y Lola decidió irse a pasear sola. La seguí durante un rato para que supiera que estaba a su lado, hasta que se volvió hacia mi.
—Me voy a casa, me apetece quedarme tranquila jugando a la consola, ¿te importa? —me preguntó.
—No, para nada. Hacemos lo que te apetezca.
—¿Seguro? —preguntó con picardía.
—Pues ahora ya no sé qué decirte .
—Es que me apetece que cojas esa botella de champán de la nevera y vayas a bebértela con uno que yo me sé —no me dio tiempo a responder cuando ya había cogido mi móvil y estaba llamándole para pedirle que viniera