Luis entró en la habitación, con Satori. Tras ellos, entró don Mario. Valentina notó primero el fresco que entró con la puerta, el olor a loción de afeitar de los dos hombres...se volvió a mirar como una gatita sobre la cama inmensa. Vio a Satori desnuda, pero Luis iba vestido con una camisa gris marengo abierta y un pantalón oscuro, y Don Mario iba probablemnet todo de negro, casi no se les veía a la luz de las velas, salvo las manos y el rostro...fuera había anochecido. Junto a Valentina, Satori, por indicación de Don Mario, dejó un conjunto de lencería negro, de encaje: un tanga mínimo, un culotte a juego para complemertarlo, unas medias satinadas, sujetador a juego, provocativo, de los que realzan el busto y juntan los pechos, y al mismo tiempo, dejan todo el escote abierto. Y una caja con un vestido que es apenas un poco de seda y lentejuelas.
--Te esperamos en el comedor ambassador, preciosa; te dejamos con Satori y Bhajji para que te arregles a tu gusto-- dijo Don Mario. Y las muchachas les despidieron con la misma reverencia que te reservaban a tí. Las chicas la maquillaron como a una muñeca, e incluso la dieron talco por el cuerpo...ella empezó a acariciarse el sexo delante de las muchachas, a ver cómo respondían, y ellas la dejaron hacer, pegando sus cuerpos desnudos al suyo. Se corrió de golpe, sintiendo los pezones de la hindú clavados en la espalda. La japonesa le lamió los dedos con una sonrisa. Finalmente, Valentina se vistió con la ropa que le habìan traído, los tacones más vertiginosos que podían soportar tus tobillos y se miró en el espejo: jamás se había visto tan seductora, tan elegantemente puta: sus pechos casi volaban por el escote, la minifalda de bordes irregulares cubría sus nalgas casi desnudas de puro milagro, y el resultado era tan arrebatador, en absoluto vulgar, que te sientes tan satisfecha de tu aspecto como pocas veces. Las dos muchachas desnudas tras ella apenas resultaban excitantes en comparación, y eso que Valentina era bastante bisexual.
--Salve, divina Afrodita de ornado trono--la saludó Don MArio cuando llegó al comedor. Allí le aguardaba Luis, sentado a la mesa, y Don Mario, efectivamente, vestido de negro y aposentado en un hondo sillón desde donde contemplaba la escena. En la mesa había una langosta abierta en dos y vino blanco del norte de España (el champán francés es una vulgaridad). No había camarero, era Luis quien le servía la bebida, quien le ayudaba a cascar el caparazón de la langosta, quien repartió guarniciones en los platos. Don Mario era apenas una respiración susurrante en la penumbra de su rincón, pero Valentina sentía los ojos del viejo clavados en su espalda desnuda. Movió su trasero respingón hacia atras, de modo que la falda resbalase indiscreta hacia abajo; Valentina no estaba segura, pero posiblemente Don Mario podía ver así la lencería negra asomando de la falda. Luis parecía un sacerdote sirviendo ofrendas a la diosa del amor en un templo antiguo e ignoto, vigilado por el idolo oscuro de otro dios más antiguo y arcano. Apenas conversaban, pero Luis parecía haber prescindido de la presencia de Don Mario y sus ojos brillaban de deseo. Cuando Don Mario tocó la campanilla, entró un camarero con un postre flambeado en llamas. Salieron los tres de comedor y Don Mario ciñó con su brazo la cintura de Valentina; los tacones te dejan a la altura ideal, y la rodeó por completo con el brazo para tocarle discretamente el ombligo por encima del vestido. Luis, tras ellos, le puso la mano en las nalgas y al aporetarse a ella al entrar en el ascensor, le hizo sentir su erección a travñes del pantalón. Valentina encogió el vientre de gusto. Ya en el ascensor Don Mario se la entregó a Luis con un paso de baile, y sin tardanza él le devoró los labios y bebío su saliva; Valentina buscó con sus uñas la piel de Luis bajo la camisa mientras acercaba sus caderas contra las de Luis.
La habitación estaba como la había dejado: penumbrosa, llena de los pesados aromas del sándalo y del incienso, con la música hidú canturreando suave y con la luz de las velas temblando sobre la piel de perla de Satori y la de chocolate de Bhajji, y sobre la negra melena de ambas; esperan arrodilladas en los costados de la cama, desnudas, con las manos sobre los muslos y una dulce sonrisa.
De pie, Luis y Valentina se fueron desnudando el uno al otro poquito a poco. Ël bajó los tirantes del vestido y soltó sus pechos, mientras Valentina le desabrochaba ansiosa la camisa. El vestido se resbaló al suelo con un suspiro, y Don Mario se agachó para descalzarla; Valentina quedó tan solo con la lencería, y así acabó de desnudar a Luis. También Satori había depilado por compelto a Luis, y el deseo llenaba de sangre su miembro desnudo, que al verse al aire libre se desperezó como una serpiente traviesa, ajena a la atmósfera. Valentina sintió la erección de Luis en su vientre y, sin soprenderse demasiado, la de Don Mario entre sus nalgas. El falo monstruoso del anciano empujó, metiendo el culotte ente ellas; Luis tiró del tanga como de unas riendas y Valentina sintió como el triángulo del tanga se deslizaba sobre su sexo depilado y palpitante; clavó los pezones en el pecho de Luis. Se besaron como si no hubiera más aire que respirar que el de sus bocas, mientras Don Mario se hacía a un lado. Cayeron despacio en la cama, despacio, y Valentina empezó a lamerle el glande a Luis y acariciarle con sus uñas los testículos y el ano, y notó en la boca como la serpiente se iba convirtiendo en hierro palpitante y caliente; Don Mario aproximó su verga y mientras Bhajji le masajeaba el colgante escroto, la introdujo en la boca de Valentina junto al pene de Luis. Mientras, Satori le bajó culotte y tanga y la dejó por fin desnuda. Lamió y chupó, y sintió las primeras gotas de sal que escapaban del glande de Luis. es cupió en la polla de Don Mario, roja, pero Luis le tomó la cabeza entre las manos y le subió para besarle los labios.
Luis se puspo entonces a lamerle la vulva depilada y abierta, palpitante como un extraño molusco rosa. Le trabajó el clítoris con la lengua vibrante, y estiró sus labios menores apretándolos con sus labios. Valentina se arqueó hacia atrás y Bhajji puso la cabeza de Valentina en su regazo y empezó a masajearte las sienes...Valentina se pellizcó los pezones con saña, dividida entre la sensación tan suave que te producía el masaje de Bhajji y el fuego que le producían los dedos de Luis entrando y saliendo de la vagina, del ano, mientras segúia chupando y mordiqueando tu clítoris. Satori estaba tragándos hasta los huevos el falo de Don Mario, que asomaba entre su ropa negra como un extraño