Nada había que nos distrajera
de ese instante perfecto.
Déjame retenerte un solo instante,
preciosa mía, te dije al oído.
Quédate entre mis brazos, mi jacinta,
deja que apoye en ti mi cabeza extenuada.
Tú sostienes en tus manos mi destino
mientras vuelo sobre un abismo de pasmo.
Se abre el palio invisible,
el amor hace bascular al Universo.
En el aire se trenzan nuestras sombras
y tu vientre se colma de un fruto numinoso
y tus pechos de leche de estrellas.
Como la samaritana, te ves sorprendida
en el brocal del pozo,
plétora desbordada de una vida nueva.
En el fondo del mar
Tú y yo estamos en el fondo del mar,
apenas oigo lo que dices.
Te ves lejana como un paisaje,
hago un gran esfuerzo por oírte,
se interponen fragmentos de canciones,
campanas doblan a maremoto,
a cataclismo
y sin embargo pareces quieta
como una estatua blanca sumergida,
como un naufragio de plumas.
Como entonces
Fuimos rey y reina en otra Creación
que cayó en el olvido,
pero los cuerpos recuerdan
y nuestros pechos se sobresaltan
como entonces,
porque intuyen el final que nos espera.
Somos el amor que retorna nuevamente,
la más inevitable de las fatalidades
y nuestro abrazo conoce las distancias
más allá del sueño de la muerte.
Pertenecemos a una realidad desconocida.
Llegamos a esta orilla faltos casi de todo.
Traemos una marca que no se borra,
nuestra sangre es más antigua que esta Tierra.
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