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segundo lugar, y con un tono más serio, el criterio de desemejanza tiene el peligro de acabar haciendo de Jesús un extraño a su propio tiempo porque parte de un a priori que es dogmática encubierta: la inderivabilidad de Jesús. En efecto, este criterio de historicidad pretende mostrar la singularidad de Jesús en contraste con todo un contexto histórico-vital que tiene rasgos religiosos, sociales, económicos y políticos. Así, el peligro de una completa ruptura con el contexto inmediatamente anterior y posterior puede hacer de Jesús una caricatura de su persona, un extraterrestre que cae equivocadamente a nuestro mundo. Esta crítica se ve reforzada al poner de relieve el argumento de que un Jesús tal nunca hubiera inquietado a sus contemporáneos y nunca hubiera suscitado la ira de aquellos que lo escuchaban porque, apartado del flujo de la historia, hubiera resultado ininteligible a sus contemporáneos. Si Jesús quería transmitir un mensaje y pretendía que este tuviera una significatividad en aquellos que lo rodeaban, el maestro tuvo que someterse a los imperativos de la comunicación, los imperativos de su situación histórica. Por ello, «trazar una imagen de Jesús completamente al margen o en contra del judaísmo y el cristianismo del siglo I equivale a colocarlo fuera de la historia»[25].

      4. El Jesús histórico en la actualidad: J. Meier

      La constatación de los límites del criterio de desemejanza ha dado lugar a una nueva etapa en el proceso de búsqueda del Jesús histórico; es lo que se conoce con el nombre de «tercera búsqueda». Si en la etapa anteriormente mencionada se corría el riesgo de aislar a Jesús de su contexto, ahora se intenta subsanar esta deficiencia haciendo de Jesús un judío del siglo I, enraizado en la cultura mediterránea, perteneciente a una sociedad agraria y con una población eminentemente rural. Esta nueva orientación, que presupone el convencimiento de que nadie puede ser conocido de modo real sin la reconstrucción de su contexto histórico-social, tiene evidentes consecuencias de orden metodológico. Así pues, se va a dar una importancia primordial a las investigaciones de tipo sociológico, se va a ampliar el contexto de estudio a fuentes extracanónicas como el Evangelio Copto de Tomás, el Evangelio de Pedro o el Protoevangelio de Santiago y, por primera vez en la historia de este proceso de reconstrucción crítica del Jesús de la historia, se va a establecer un debate que ya no es eminentemente teológico y que ha quedado desplazado del ámbito germano al angloamericano.

      Este viraje metodológico toma carta de ciudadanía en el nuevo criterio de historicidad de la plausibilidad histórica. En este sentido reconoce Theissen:

      «El criterio de desemejanza debe sustituirse por el criterio de plausibilidad histórica, que admite la influencia de Jesús en el cristianismo primitivo y su inserción en un contexto judío. Es histórico en las fuentes lo que cabe entender como influencia de Jesús y, al mismo tiempo, sólo puede haber surgido en un contexto judío»[26].

      El nuevo criterio viene determinado por aquello que es plausible en el contexto judío y hace comprensible el cristianismo de los orígenes como verdadero. O de otro modo, se trata de encontrar lo típico judío que en Jesús asume una forma peculiar. En este sentido, la auténtica singularidad de Jesús no es vista en la diferenciación, sino en la particularidad ligada a un contexto. Por ejemplo, el discurso de la montaña con la afirmación «pero yo os digo...». Esta fórmula era utilizada por los rabinos para diferenciar su propia doctrina de otras pero nunca para diferenciar, como hace Jesús, la propia doctrina de la Torá. Aquí se cumple el criterio: contexto judío con una peculiaridad inédita hasta el momento. O también, el mandato del amor es propio del contexto judío pero en Jesús se hace específico el que este se extienda especialmente para los extranjeros, enemigos y pecadores de la religión.

      El criterio de plausibilidad, justamente porque sitúa a Jesús en su contexto, ayuda también a ubicar al Jesús de la historia en continuidad con el Cristo predicado, es decir, armoniza historia y kerygma. Esta continuidad se puede argumentar desde un doble aspecto:

      «La primera, de tipo sociológico, la origina un hecho innegable: del grupo de discípulos galileos que siguieron a Jesús surgió el núcleo de los primeros cristianos; la segunda es de naturaleza conceptual: el misterio personal del Resucitado pudo ser expresado recurriendo a la memoria de una convivencia compartida previamente y fue explicado con modelos de interpretación que la tradición bíblica ofrecía»[27].

      No obstante, también este nuevo criterio de historicidad tiene sus límites y puede desvelar inconscientes posicionamientos hermenéuticos. En efecto, la inserción de Jesús en su contexto vital tiene la ventaja de poner rostro judío a Jesús pero puede tener el serio inconveniente de desdibujar su especificidad, la singularidad que aporta al judaísmo de la época. Es decir, el problema aquí es hacer insignificante a Jesús desdibujando su originalidad. De hecho, la Third Quest ha ayudado a que Jesús vuelva a ser motivo de interés para judíos que, viendo en Él a uno de los suyos, han intentado devolverlo a su hogar. Pero también es cierto que la investigación judía sobre Jesús tiende a empequeñecer el conflicto con la ley y a buscar otras posibles explicaciones para entender su vida y su muerte[28]. Por ello, el enraizamiento judío de Jesús en la Palestina del siglo I tiene que ser completado con importantes diferencias que nos dan una medida más acorde con la historia:

      «…el amor al enemigo no encuentra paralelo auténtico en el judaísmo; la inaudita autoridad con que explica la voluntad de Dios, donde la ley escrita no es ya el criterio último y que en la observancia del sábado, la pureza cultual y el divorcio encuentran su más neto contraste; la fe de Jesús en un Dios que adelanta su gracia a la obediencia, ofrece su perdón a quien se arrepienta y no vincula su experiencia al cumplimiento de la ley no es asimilable en el judaísmo. La ruptura con el judaísmo no surge, pues, en el Cristo de la fe, helenizado por Pablo y Juan, sino en Jesús de Nazaret»[29].

      Después de apuntar las líneas comunes que configuran este nuevo y joven movimiento, sobre todo de origen angloamericano, es importante subrayar que no existe un resultado homogéneo en las investigaciones realizadas, sino más bien una gran pluralidad de teologías. Del mismo modo, el hecho de que este movimiento de búsqueda del Jesús histórico haya saltado las barreras intraeclesiales manifiesta que el interés ya no es estrictamente teológico cuanto histórico-social. De ahí que muchas de las imágenes que se derivan del judío Jesús no sean conciliables con la fe cristiana. Para una clarificación en este sentido, queremos apuntar dos líneas básicas de investigación: el foro de discusión conocido como el Jesus Seminar y la obra magna Un judío marginal, aún por acabar, del sacerdote católico neoyorquino J. P. Meier.

      El Jesus Seminar, como foro de investigación y discusión, fue fundado en 1985 en EE. UU por J. D. Crossan y se proponía como meta, a realizar en cinco años, un ambicioso proyecto: la realización de una criba en los Evangelios a la búsqueda de las ipsissima verba Iesu. Este seminario de trabajo tiene una curiosa metodología que consiste en la votación, después de la correspondiente discusión científica, de la autenticidad de todos los dichos de Jesús. El fruto más importante de este movimiento, que aúna a un nutrido grupo de especialistas, ha sido la publicación de los Cinco Evangelios[30]. Hablamos de cinco evangelios porque esta corriente, aconfesional y ajena a los problemas de canonicidad, usa el Evangelio Copto de Tomás como una fuente fidedigna fundamental para el conocimiento del Jesús histórico. Este quinto evangelio es un apócrifo de tinte gnóstico encontrado en 1945 por un campesino de Nag Hammadi (alto Egipto) que los miembros del seminario consideran una fuente extrasinóptica datada, al igual que la fuente Q, en el 50-70 d.C[31].

      Ahora bien, lo realmente interesante, más allá de los aspectos puramente metodológicos, es descubrir el retrato que este seminario de investigación hace del Jesús histórico. El aspecto fundamental a destacar, volviendo curiosamente a las antiguas tesis de Reimarus, es la insistencia en un Jesús «no escatológico». La escatologización del mensaje de Jesús sería una contaminación de los evangelios provocada por la torpe interpretación de la primitiva comunidad cristiana. Jesús no proclamó la inminente intervención de Dios en la historia, ni un juicio final, ni siquiera su pretensión mesiánica. Así pues, el retrato de Jesús, acorde con la coloración gnóstica del Evangelio de Tomás, perfila los rasgos de un filósofo cínico itinerante que comerciaba en sabiduría. Esta exposición de la sabiduría de Jesús queda plasmada en la selección que el Jesus Seminar ha hecho de los dichos evangélicos auténticos de este maestro