Habiendo pasado ya casi medio siglo desde que la socialdemocracia europea, noratlántica y occidentalista, junto con el eurocomunismo y sus diversas capitulaciones ideológicas, principalmente asociadas a las metafísicas “post” 1968, fueron presentando distintos señuelos para domesticar, dulcificar y volver más light a la teoría social crítica, quizás haya llegado la hora de recuperar las corrientes más radicales de la teoría social que intentaron apropiarse de Marx y Lenin para estudiar y discutir críticamente el carácter y los conflictos del sistema mundial imperialista y de las formaciones sociales del capitalismo latinoamericano. Entre ellas sobresale la obra y el pensamiento del militante revolucionario e intelectual de origen brasilero Ruy Mauro Marini, al que ya nos hemos referido.
Tirando de la punta de la madeja que Lenin dejó a propósito desatada, invitando a las nuevas generaciones rebeldes a continuar con el proyecto revolucionario mundial, en su Dialéctica de la dependencia, Marini volvió a recuperar la perspectiva internacionalista propiciada por el dirigente bolchevique para las ciencias sociales. Lo hizo mucho antes de que se pusiera de moda el término “globalización” y que incluso alcanzara el cenit de su fama y prestigio la teoría del “moderno sistema mundial” de Wallerstein. Por no mencionar el cosmopolitismo posmoderno de Negri & Hardt y otros anti-dependentistas a la carta.
Si tanto Lenin como Marini incursionan, privilegian y muestran en sus análisis del régimen capitalista el carácter asimétrico y desigual que rigen los vínculos entre las formaciones sociales, los niveles de dominaciones, conflictos, guerras y explotaciones, siempre ubican, ambos, su eje metodológico en un registro ubicado en el sistema mundial capitalista, el mismo objetivo que Karl Marx se había propuesto al redactar los diversos libros y planes de El Capital.
Coincidiendo en esa perspectiva metodológica general inspirada por el empleo de la lógica dialéctica en Marx, Lenin y Marini abordan el sistema mundial por diversas vías, destacando en cada caso ángulos diferentes y complementarios de dicho régimen capitalista global. Si Lenin fue el gran teórico del imperialismo en sus principales centros imperiales, Marini incursionó, dentro del mismo proceso, por el extremo opuesto de dicha relación, es decir, abordó el mismo problema y las mismas interrogaciones desde la perspectiva de la dependencia (también presente en los escritos de Lenin, donde, como ya hemos señalado, proporciona como ejemplo empírico a la Argentina y se explaya, además, sobre el papel central de la superexplotación del trabajo indígena “que mantiene a toda la sociedad”, según sus propias palabras). Desde ambos escorzos, complementarios y mutuamente interdependientes, exploran las diversas mediaciones que el régimen de producción capitalista recorre, de manera directa, en algunas ocasiones, de modo indirecto, en otras, en su implementación de la ley del valor y en su caída de la tasa de ganancia. Ambos autores coinciden en que dicha ley de tendencia constituye el corazón de El Capital.
Sin embargo, ambos afirman que su radio y forma de aplicación se ejerce no de modo directo, mecánico y lineal (como podría suponer una lectura superficial, despolitizada e ingenua de El Capital, muy probablemente impregnada de eurocentrismo y liberalismo disfrazado), sino a través de varias vueltas de tuerca. Por ejemplo, Lenin considera que la concentración y centralización de capitales, bajo la hegemonía de la oligarquía financiera, otorga un rol central en la economía contemporánea a los monopolios capitalistas y que estos, a su vez, compitiendo entre sí por los mercados a escala internacional a través de la ley del valor, sin embargo aplican la planificación al interior de la rama de producción y el sector respectivo de la economía mundial, cuya cadena de valor controlan.
Por su parte, Marini sostiene, con leve matiz, que la ley del valor rige en cada sector y rama de producción de las cadenas internacionales y monopólicas de valor, pero “se transgrede” al intercambiar entre diversas esferas, lo cual permite transferir valor de un capital a otro, de una rama a otra, de la formación económico social de un país a otro (léase ceder gratis una parte del valor y el plusvalor extraído de la clase obrera con asiento en una formación económico social nacional a través de la superexplotación de su fuerza de trabajo). Dichas transferencias de valor y los flujos de plusvalor no se deben únicamente al “deterioro de los términos del intercambio” (como afirmaba, de modo “exogenista”, mucho tiempo atrás la CEPAL e intelectuales desarrollistas como Raúl Prebisch). Tampoco se produce exclusivamente por una mayor productividad presente en las economías capitalistas metropolitanas, como hasta el día de hoy insiste el marxismo más eurocéntrico y dogmático, pues este último jamás puede aportar una explicación certera y rigurosa de cómo dos fábricas análogas y clones, pertenecientes a la misma firma y al mismo monopolio capitalista, manejando igual tecnología e idéntico capital constante, pagan salarios notablemente diferenciables en formaciones sociales nacionales y territoriales distintas... (¡empleando la misma tecnología, idéntica composición orgánica y produciendo exactamente con la misma productividad técnica!).
La transferencia de valor, entonces, se debería a una combinación, ya que la recolonización y la rapiña feroz de los recursos naturales del Sur Global —que no ha desaparecido hasta el día de hoy, como puede corroborarse guerra imperialista tras guerra, golpe de Estado tras golpe de Estado— posibilitan la reducción de precios de mercancías globales producidas por los monopolios (o sus empresas tercerizadas y subcontratadas), la reducción en inversión en capital constante, la reducción en inversión en capital variable y, por lo tanto, de este modo se contrarresta (momentáneamente) la caída de la tasa de ganancia, cáncer que corroe desde adentro de sus mismas entrañas al sistema capitalista mundial.
El empleo de fuerza de trabajo remunerada por debajo de su mínimo valor, superexplotada, sigue siendo y lo es cada día más, la principal motivación para desterritorializar y desplazar geográficamente (del Norte al Sur) las unidades productivas de las firmas transnacionales y sus empresas subcontratadas, trasladándolas de las sociedades capitalistas metropolitanas a los países con una clase obrera “más barata”, subordinados en su gran mayoría (y con mayor dependencia) frente al sistema capitalista mundial.
Si Lenin enfatizó el análisis de un polo del sistema capitalista mundial en su fase imperialista, justamente aquel que estaba encabezando la primera guerra mundial cuando él estudiaba y analizaba el fenómeno, Marini pondrá en primer plano y explorará con mayor detenimiento el otro polo de la misma ecuación. El punto fuerte de su teoría marxista de la dependencia (TMD) está situado, precisamente, en el estudio de las especificidades del capitalismo dependiente, las contradicciones irresueltas de sus ciclos de reproducción y acumulación, los desfases entre producción y consumo y principalmente los mecanismos que las burguesías lúmpenes y dependientes ejercen, a través de la superexplotación de la fuerza de trabajo de “sus proletariados” y otras clases subalternas, para atemperar cada nuevo ciclo ampliado de dependencia capitalista, bajo el horizonte de la crisis general del capitalismo en su fase imperialista. Por lo tanto, dependencia y subordinación al imperialismo, superexplotación de la fuerza de trabajo, ruptura del ciclo dependiente e intercambio desigual (incluso bajo el desarrollo de nuevas fuerzas productivas y aplicación de nuevas tecnologías que permiten superar el estancamiento y generar semiperiferias subimperialistas), constituyen hipótesis mutuamente interconectadas en la investigación marxista de Ruy Mauro Marini. Solo al riesgo de la caricatura pueden deshilvanarse como si fueran yuxtapuestas. Y todas ellas, además, sustentadas en la exposición y despliegue de la teoría del valor a lo largo de los diversos libros de El Capital, ni anulan ni degradan sino que principalmente complementan, potencian y enriquecen, el análisis macro que Lenin hiciera del imperialismo como sistema mundial en expansión.
No es casual que la conclusión política de Lenin y Marini —derivadas en ambos casos de sus investigaciones empíricas y teóricas, pero también de su identidad político-ideológica militante de la misma causa del marxismo revolucionario internacional— apunten a promover revoluciones socialistas, antiimperialistas y anticapitalistas, de alcance mundial, sin jamás conformarse con reformas y retoques parciales a escala regional o nacional. Una tarea todavía pendiente.
Bibliografía
AA.VV. 1929 El movimiento revolucionario latinoamericano. Versiones de la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana. Buenos Aires, La Correspondencia Sudamericana.
AA.VV.