Para una lectura lineal, simplista y mecánica, este tipo de aproximaciones teóricas brindadas por Marini pueden, quizás, ser (erróneamente) homologadas con las definiciones tradicionales que brinda Karl Marx en El Capital sobre las modalidades del plusvalor absoluto, característico de las fases iniciales del sistema mundial capitalista, que, según El Capital, nunca desaparecen del todo pero dejan su lugar predominante a la extracción de plusvalor relativo una vez que el régimen capitalista se para sobre sus propios pies y, aunque las subordina y subsume, ya no depende de formas de explotación históricamente previas. Pero en Dialéctica de la dependencia Marini se encarga, por anticipado, de aclarar ese posible equívoco: “Lo que importa señalar aquí, en primer lugar, es que la superexplotación no corresponde a una supervivencia de modos primitivos de acumulación del capital, sino que es inherente a esta y crece correlativamente al desarrollo de la fuerza productiva del trabajo” (Marini [1973] 1987: 98 [subrayados de R. M. Marini]).
Por lo tanto, la superexplotación no irá progresivamente disminuyendo a medida que aumente la productividad del trabajo y se vaya generalizando en extensión y en profundidad el dominio del capital sobre el planeta en su conjunto a través de las diferentes formaciones económico sociales (profundizando la subsunción formal y real del mundo del trabajo vivo bajo las fauces devoradoras del trabajo muerto, devenido capital). ¡Al contrario! A medida que avance el imperio del capital sobre el conjunto de la vida humana, la superexplotación irá en aumento (con el único límite que pueda imponerle la resistencia organizada de las clases sojuzgadas y su lucha de clases). Esa generalización y profundización de la superexplotación se ejercerá, sin ninguna duda, sobre el conjunto de las economías y sociedades dependientes, periféricas y neocoloniales.
Que la misma también pueda abarcar en forma creciente a las sociedades capitalistas desarrolladas e imperialistas es materia de debate y de polémica abierta hasta nuestros días [2022]. Esta noción central en la sistematización lógico-dialéctica ensayada por Marini en 1973 para dar cuenta de las investigaciones colectivas de toda esta escuela reaparecerá —como fuente nutricia y al mismo tiempo marco de debate— en las discusiones, polémicas y controversias actuales sobre el imperialismo, la dependencia y la superexplotación en el siglo XXI (Sotelo Valencia 2012: 129-203; Smith 2016: 187-223; Katz 2018: 263-287; Osorio y Reyes 2020: 171-265; etc.).
Aunque la categoría ya había sido adelantada y bosquejada por Karl Marx, principalmente en los capítulos décimo (X), décimo tercero (XIII) y décimo quinto (XV) del primer libro de El Capital (Marx [1872-1873] 1988, T. 1, V. 2: 381, 525, 637), y también la habían empleado con una enorme fuerza político-argumentativa impugnadora pensadores comunistas negros afrodescendientes, militantes de la Internacional Comunista en tiempos de Lenin, es Marini quien le otorga un estatuto metodológico central en la teoría crítica marxista contemporánea.
¿Cuándo fue la primera vez que la empleó y formuló Marini?
Muy probablemente haya sido en el artículo “Subdesarrollo y revolución en América Latina”, escrito, según él mismo recuerda en su propia Memoria (redactada en 1990 a pedido de la Universidad de Brasilia), en respuesta a una solicitud de la revista cubana Tricontinental.
Esa publicación emblemática se había fundado en La Habana el 16 de abril de 1967, cuando la Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina [OSPAAAL] editó en un suplemento especial el texto íntegro del histórico “Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental” del Che Guevara, en un folleto cuya página introductoria anunciaba la cercana salida de la revista. En ese texto con que se funda la revista Tricontinental, Ernesto Guevara afirmaba: “En definitiva, hay que tener en cuenta que el imperialismo es un sistema mundial, última etapa del capitalismo, y que hay que batirlo en una gran confrontación mundial. La finalidad estratégica de esa lucha debe ser la destrucción del imperialismo. La participación que nos toca a nosotros, los explotados y atrasados del mundo, es la de eliminar las bases de sustentación del imperialismo: nuestros pueblos oprimidos, de donde extraen capitales, materias primas, técnicos y obreros baratos y a donde exportan nuevos capitales —instrumentos de dominación—, armas y toda clase de artículos, sumiéndonos en una dependencia absoluta”. La misma tesis se reitera varias veces en el texto del Che, ubicando en la explotación de los “territorios dependientes” la base de sustentación del imperialismo como sistema mundial (Guevara [1967] 1970, T. 2: 588, 594, 597).
Recordemos que la OSPAAAL, de donde surge dicha publicación que sigue existiendo hasta hoy en día, se gestó en enero de 1966 en la Conferencia Tricontinental de La Habana, donde acudieron todas las corrientes revolucionarias y organizaciones marxistas del mundo, incluyendo las agrupadas en torno a la Unión Soviética, las que se sentían afines y simpatizantes de la República Popular China, las que promovían la solidaridad con Vietnam (por entonces dividido, invadido y en guerra con tropas norteamericanas) y Corea (del Norte, dividida luego de una guerra sangrienta ante la invasión del imperialismo estadounidense), la inmensa mayoría de quienes luchaban contra el neocolonialismo y el apartheid en África y las insurgencias latinoamericanas en sus diferentes tendencias, variantes y colores. Dato histórico más que relevante para tomar en cuenta la inscripción política en el seno de la cual nace la versión marxista más radical de la teoría marxista de la dependencia (TMD) y sus principales categorías analíticas. Hecho histórico habitualmente “olvidado” o ninguneado en las historiografías académicas de la teoría de la dependencia que, en primer lugar, despolitizan interesadamente su objeto de estudio suprimiendo esa gestación histórica y en segundo lugar, desplazan el supuesto origen de dicha teoría exclusivamente a la producción de Cardoso y Faletto, infinitamente más moderada, alejada del marxismo teórico, ajena a los movimientos políticos revolucionarios del Sur Global y en gran medida apologética de las burguesías.
La revista Tricontinental publica el trabajo original de Ruy Mauro Marini en su número séptimo, en julio-agosto de 1968. Menos de medio año más tarde, en abril de 1969, lo reproduce la célebre revista marxista y antiimperialista de Estados Unidos Monthly Review n.º 61, en su edición en castellano (por entonces desplazada en su impresión a Chile, debido al golpe de Estado de 1966 en Argentina).
En dicho artículo, en gran medida fundacional, Marini define el concepto teórico de superexplotación superando la estrechez del economismo, extendiéndolo y ampliándolo hacia otros ámbitos de la vida social: “La superexplotación del trabajo constituye así el principio fundamental de la economía subdesarrollada, con todo lo que implica en materia de bajos salarios, falta de oportunidades de empleo, analfabetismo, desnutrición y represión policíaca” (Marini [1968] 1969: 38, 47). En dicho trabajo pionero, coincidiendo con el análisis del Che Guevara, Marini llega a sostener incluso que el imperialismo se funda en la superexplotación del trabajo de las sociedades subdesarrolladas y dependientes (Marini [1968] 1969: 51), tesis radical que reactualiza la “olvidada” y herética formulación de Lenin sobre la superexplotación de los pueblos indígenas y coloniales, escándalo de presuntos “marxistas ortodoxos” y horror para todo el revisionismo eurocéntrico y occidentalista de ayer y de hoy (Lenin [1907] 1960,
T. 13: 71), ya que tanto para “ortodoxos” como para “revisionistas” eurocéntricos, la superexplotación sería un derivado necesario e inevitable producto de “la falta de capitalismo” y de la debilidad en el desarrollo de las fuerzas productivas que generaría como lógica consecuencia sistémica una productividad menor que en los capitalismos centrales e imperialistas.
En su libro Subdesarrollo y revolución de 1969, Marini vuelve sobre la categoría, enriqueciéndola y complejizándola, señalando que en las economías capitalistas periféricas se produce “la ruptura de la relación entre la remuneración del trabajo y su valor real, o sea, entre lo que se considera como tiempo de trabajo necesario y las necesidades de subsistencia planteadas efectivamente por el obrero [...] En este último caso, la fuerza de trabajo se estará remunerando a un precio inferior a su valor real, y el obrero no estará sometido tan solo a un mayor grado de explotación, sino más bien es objeto de una superexplotación” (Marini [1969] 1977: 115-116). De todos