Las originales hipótesis, formuladas en esa obra precursora, fueron discutidas y duramente combatidas durante la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana, reunida en Buenos Aires en 1929, apenas un año después de su aparición. En las exposiciones y polémicas de aquella Conferencia, aunque aparece una clara y recurrente referencia a la dependencia [sic] del continente frente al imperialismo y su mercado mundial capitalista, las posiciones oficiales y predominantes terminaron cuestionando las tesis mariateguianas defendiendo como tesis alternativa “las condiciones de explotación semifeudales” y “el estado de servidumbre” de las principales formaciones económico sociales del continente (AA.VV. 1929: 334 [subrayados de N. K.]).
Sin embargo, la obra de algunos historiadores marxistas, tanto brasileros como argentinos, vendrá a poner en discusión la hipótesis del supuesto “feudalismo latinoamericano” que había sancionado como incuestionable la Conferencia de 1929. Esta otra perspectiva, alternativa, identificaba y destacaba el predominio del “capitalismo colonial” en los diversos países. Por ejemplo, en la Historia económica del Brasil de Caio Prado Junior [1945] o también en las investigaciones del argentino Sergio Bagú, Economía de la sociedad colonial. Ensayo de historia comparada de América Latina [1949] y en Estructura social de la colonia. Ensayo de historia comparada de América Latina [1952], encontramos un punto de vista diferente, que constituirá un claro antecedente de las reflexiones posteriores de la TMD. Lo mismo cabe afirmar de los ensayos del sociólogo marxista argentino Silvio Frondizi sobre “la integración mundial del capitalismo” [1947].
Desde Mariátegui a Silvio Frondizi, pasando por Caio Prado Junior y Sergio Bagú, se venían poniendo en discusión los esquemas mecánicamente etapistas sancionados como “oficiales” en 1929.
Esas obras latinoamericanas enriquecían y desarrollaban aún más el programa de investigación de Marx y la teorización sobre el imperialismo, las periferias y la dependencia explorada durante más de dos décadas por Lenin.
Pero los antecedentes “locales” de esta escuela de pensamiento marxista (la TMD) no quedaban reducidos a cuatro o cinco profesores e intelectuales, como habitualmente se cree.
El gran “escándalo” teórico y el terremoto político que abrió el horizonte de interrogaciones e hizo posible una relectura antidogmática de los clásicos marxistas europeos —ninguneados por diversos macartismos, conscientes o inconscientes, abiertos o solapados— junto con la recuperación de la obra “olvidada” de estos militantes precursores de Nuestra América fue, sin lugar a dudas, el triunfo de la revolución cubana.
Aun destacando la presencia ineludible de aquellas obras teóricas precursoras, la clave de bóveda que permitirá comprender las razones de fondo que permitieron a la teoría marxista de la dependencia (TMD) poner en discusión la mirada apologética de la CEPAL, la teoría rígidamente etapista de la modernización y la industrialización pergeñada por economistas macartistas como el funcionario estadounidense W. W. Rostow (Rostow [1960] 1965: 6-9) y la sociología académica convencional que lo acompañó en su sesgada lectura sobre el continente latinoamericano, está principalmente vinculada al triunfo y consolidación de la revolución cubana iniciada en 1959.
Dicha revolución, mucho más radical y profunda que la revolución mexicana de principios de siglo y que la frustrada revolución boliviana de 1952, situará en el eje de la agenda teórica y política la discusión sobre el papel del imperialismo, la dependencia y las relaciones sociales predominantes en el continente.
¿Solamente como hecho político? No, también como gestación de una reflexión propia del pensamiento revolucionario nuestro-americano.
No olvidemos que en la Primera Declaración de la Habana [2/9/1960], el comandante Fidel Castro señalaba: “Nuestro país, en comercio desigual con los Estados Unidos, había pagado, en diez años, mil millones de dólares más de lo que ellos nos habían pagado a nosotros por nuestros artículos [...] Eso fue lo que encontró la revolución al llegar al poder: un país económicamente subdesarrollado, un pueblo que era víctima de todo género de explotación [...] La asamblea general nacional del pueblo de Cuba condena, en fin, la explotación del hombre por el hombre, y la explotación de los países subdesarrollados por el capital financiero imperialista [subrayados de N. K.]” (Castro [1960] 1988: 220-221, 243).
Menos de un año después, en esa misma constelación se inscribían las intervenciones que, en agosto de 1961, Ernesto Che Guevara formulaba en nombre de la revolución cubana en la Conferencia uruguaya de Punta del Este (donde se discutía en términos estrictamente “económicos” pero también políticos), cuando afirmaba: “Además, calculando —naturalmente, un cálculo que no tiene una base científica y solo sirve como medio de expresión de ideas— que el proceso de desarrollo de los países actualmente subdesarrollados y el de los países industriales se mantuviera en la misma proporción, los subdesarrollados tardarían 500 años en alcanzar el mismo ingreso por habitante de los países desarrollados [subrayados de N. K.]” (Guevara [1961] 2003: 41).
Medio año más tarde, en la Segunda Declaración de La Habana [4/2/1962], volvemos a encontrar la persistencia de una conocida tesis marxista, pulida con la paciencia de un artesano por Lenin a lo largo de innumerables polémicas durante dos décadas. En aquella oportunidad, Fidel Castro sostuvo que: “¿De dónde salieron las colosales sumas de recursos que permitieron a un puñado de monopolistas acumular miles de millones de dólares? Sencillamente de la explotación del trabajo humano [...] Así se produjo la fusión de los bancos con la gran industria y nació el capital financiero. ¿Qué hacer entonces con los grandes excedentes de capital que en cantidades mayores se iba acumulando? Invadir con ellos el mundo. Siempre en pos de la ganancia, comenzaron a apoderarse de las riquezas naturales de todos los países económicamente débiles y a explotar el trabajo humano de sus pobladores con salarios mucho más míseros que los que se veían obligados a pagar a los obreros de la propia metrópoli [...] El movimiento de los pueblos dependientes y colonizados es un fenómeno de carácter universal que agita al mundo y marca la crisis final del imperialismo [subrayados de N. K.]” (Castro [1962] 1988: 466-467).
No cuesta demasiado advertir que en estas intervenciones célebres de Fidel Castro y el Che Guevara (quienes habían compartido, juntos, habiendo triunfado ya la revolución cubana, un seminario de estudio de El Capital coordinado por el profesor Anastasio Mansilla) se reiteran, de manera recurrente e inocultable, las tesis sobre: (a) la explotación redoblada del trabajo de los pueblos oprimidos, colonizados y dependientes (en comparación con la explotación convencional de los proletariados metropolitanos de los países capitalistas imperialistas); (b) “el desarrollo del subdesarrollo” en el capitalismo latinoamericano sometido al sistema imperialista; y (c) el comercio y el intercambio desiguales entre los países capitalistas subdesarrollados y los países imperialistas; entre varias otras tesis que más tarde se incorporarían al corpus central y al núcleo duro de la TMD, siempre a partir del paradigma abierto por la teoría leninista del imperialismo.
El desafío que la teoría marxista de la dependencia (TMD) lanzó a partir de la segunda mitad de la década de 1960 principalmente sobre las teorías económicas de la CEPAL y contra la sociología estadounidense de la modernización, pero también sobre algunas antiguas teorizaciones, unilaterales y ya perimidas, de las izquierdas eurocéntricas, se nutría no solo de un atento y riguroso estudio de El Capital de Karl Marx y de la teoría leninista del imperialismo sino también de esa aparente “herejía” política producida en el Caribe que sacudió a todo el pensamiento revolucionario latinoamericano y mundial. La TMD sistematizaba, en el terreno de la crítica de la economía política, las tesis políticas impulsadas por la revolución cubana para todo el continente americano y el Sur Global, que en aquel tiempo era conocido como el Tercer Mundo. El singular relieve de la revolución encabezada por Fidel y el Che Guevara se sobreimprime sobre un amplio y profundo horizonte de luchas revolucionarias por la descolonización de todo el Sur Global, incluyendo dentro suyo desde la proclamación de la independencia