En su experimento, Brunton no dio palos de ciego: actuó de forma coherente con sus deseos de llevar las investigaciones del laboratorio al paciente solo en caso de contar con un entendimiento aceptable de los efectos de dicho tratamiento en el cuerpo. Había leído en el trabajo de Richardson que el nitrato de amilo dilataba los vasos sanguíneos e incluso había debatido sobre sus efectos con su colega de Edimburgo, Arthur Gamgee, que había hecho algunas pruebas sobre ello que no había publicado. Brunton obtuvo el permiso para el experimento por parte del médico supervisor, y Gamgee produjo para él una pequeña cantidad de nitrito de amilo. Así es como Brunton pudo administrar a su paciente, William, nitrito de amilo. El 12 de marzo de 1867, Brunton observó:
El dolor volvió, como de costumbre, a las 03:00. Rocié una toalla con unas gotas de nitrito de amilo y el paciente las inhaló. El primer efecto visible fue enrojecimiento de la cara, y el paciente sintió ardor en la cara y el pecho. El dolor desapareció casi simultáneamente a la aparición de estos fenómenos, pero regresó a los tres minutos. Entonces, inhaló cinco gotas más y el dolor volvió a desaparecer y no regresó4.
El remedio no hizo nada por resolver el problema subyacente, pero, sin duda, alivió el dolor. El médico parecía debatirse entre hacer que William inhalara nitrito de amilo y darle unos deditos de brandi. Pero, por supuesto, el nitrito de amilo funcionó. Brunton escribió que el dolor volvía cada noche y que siempre desaparecía cuando William inhalaba el vapor que salía de la toalla empapada en nitrito de amilo. En un mes ya habían encontrado un nuevo método de inhalación. Uno que los viciosos contemporáneos del popper quizá reconozcan. El 10 de abril Brunton observó: «El paciente continúa teniendo el dolor cada noche, y en vez de inhalar el nitrito de amilo de una tela, lo hace de la botella. Dos o tres inhalaciones suelen ser suficientes para aliviar el dolor».
El efecto del nitrito de amilo en el paciente de Brunton parecía magia. Como médico, debió sentir el alivio de su propio sufrimiento al observar las dificultades de su paciente. Y, como científico, debió sentirse satisfecho al ver que la aplicación del cada vez más extenso conocimiento sobre el nitrito de amilo podía mejorar la vida de un paciente. Brunton acudió directo al Lancet con la noticia del tratamiento de William. Su artículo «On the use of nitrite of amyl in angina pectoris» se publicó en 1867.
No había nada gay en el nitrito de amilo en 1867. De hecho, no había nada gay en Edimburgo, donde Brunton vivía y trabajaba. Por supuesto que los hombres follaban entre ellos, y las mujeres también, a pesar de la famosa falta de imaginación de la reina Victoria. Pero hay pocas pruebas de estas actividades privadas. La única señal de lo que hoy llamaríamos vida gay es una pequeña cantidad de acusaciones por sodomía entre hombres. En realidad, faltaban décadas para que algo que se pudiera llamar vida gay floreciera en Escocia, y unas cuantas más hasta que el vapor que William inhaló fuera parte de esa vida.
Y, aun así, Brunton comparte el año del descubrimiento del nitrito de amilo como tratamiento contra la angina con un salto adelante en los derechos de los homosexuales. El artículo de Brunton salió en 1867, el mismo año en que tuvo lugar el momento más importante en la historia de la libertad sexual.
A la vez que Brunton se presentaba ante sus colegas con el avance clínico que acababa de protagonizar, otro hombre, en otro país, también se levantó ante sus iguales. Karl Heinrich Ulrichs era un abogado del reino de Hannover. Ulrichs pensaba que las leyes que regulaban la decencia pública criminalizaban los actos sexuales entre hombres de forma injusta y estaban fundamentadas en prejuicios. Le preocupaba que una eventual expansión de Prusia que se anexionara el reino de Hannover extendiera la prohibición absoluta de la sodomía. Ulrichs llevó su argumento a una conferencia de la Asociación de Juristas, celebrada en Múnich en 1867. Se levantó ante quinientos abogados y, entre abucheos, hizo su declaración. En efecto, dijo: «Soy gay, y la ley es gilipollas».
Lo que une a estos dos notables hombres de nombre triple, Thomas Lauder Brunton y Karl Heinrich Ulrichs, es que en el mismo año ambos vieron el potencial de nuestros cuerpos para ser liberados del sufrimiento y vivir vidas más plenas. Brunton y Ulrichs fueron innovadores que ayudaron especialmente a las almas queer a disfrutar de sus cuerpos, de manera individual y en comunidad. Hemos visto cómo el enfoque experimentalista de Brunton encontró el primer uso para el nitrito de amilo. Así que ahora miraremos atrás para ver cómo Ulrichs llegó a dar su famoso discurso de 1867. A los veintitrés años, Brunton estaba a las puertas de una carrera prometedora. Sin embargo, la carrera que Ulrichs había escogido ya estaba acabada, a pesar de que solo tenía cuarenta y dos años.
Ulrichs nació en una familia conservadora, cristiana y burguesa. De un joven como él se hubiera esperado que se formara como burócrata u hombre de la Iglesia. A los diecinueve años se matriculó en la Universidad de Gotinga. Estudió Derecho y se mostró partidario de la idea de un estado germanófilo unificado que incluyera los distintos reinos, como el suyo, Hannover. Esto le colocó en contra del expansionismo de Prusia. Ulrichs se adentró en este debate en la universidad, donde también descubrió sus deseos:
Me encontraba en un baile, y entre los asistentes había unos doce alumnos de Forestales, jóvenes, bien desarrollados y muy elegantes con sus uniformes. Aunque en otros bailes nadie había llamado mi atención, sentí una atracción tan fuerte que quedé fascinado. Me hubiera lanzado sobre ellos. Cuando me retiré tras el baile, me sentí realmente ansioso en mi habitación, solo, sin ser visto, únicamente preocupado por el recuerdo de aquellos jóvenes tan guapos5.
Ulrichs, sin embargo, seguía centrado en sus objetivos: recibir buenas notas y honores por sus ensayos. Tras la universidad encontró un trabajo respetable como burócrata y empezó a subir en el organigrama. En 1845 ya era un juez auxiliar en el Ministerio de Justicia de Hannover. Y fue entonces cuando se vio obligado a dimitir. «Se dice que a Ulrichs se le ve a menudo en compañía de personas de clase baja en circunstancias que permiten concluir una relación estrecha», rezaba un informe que se hizo llegar a sus superiores. «Se me llamó la atención sobre un rumor que decía que Ulrichs practicaba lujuria antinatural con otros hombres». Las leyes de Hannover permitían la encarcelación de cualquiera que fuera sentenciado culpable de «lujuria antinatural bajo circunstancias que causen ofensa pública». Aunque Ulrichs nunca cometió ningún crimen, un agente de la policía confirmó el informe y esto fue suficiente para preocupar a sus superiores. Las habladurías sobre uno de los suyos cayendo en la lujuria antinatural afectarían a la reputación de todo el ministerio. Su cuerpo era demasiado peligroso; su posición, insostenible.
Ulrichs, que aún no había cumplido treinta años, poseía una mente brillante con potencial para servir al ministerio durante décadas, pero ya había sido expulsado. Durante la siguiente década trabajó un poco como abogado rural y cada vez más como escritor, involucrado en la campaña a favor de la unificación alemana. En privado, comenzó a escribir a miembros de su familia sobre sus deseos sexuales por los hombres, afirmando que se trataba de una parte «inherente» a él. Empezó a publicar panfletos sobre este tema bajo seudónimo. En dos panfletos de 1864 introdujo su idea de categorías distintas: urning, u hombres que desean a otros hombres; dioning, o personas que se sienten atraídas por el sexo opuesto, y urninden, o mujeres que desean a otras mujeres. Durante el año siguiente publicó tres panfletos más, también bajo seudónimo, en los que reclamaba tolerancia y cambios legales. Aunque ninguna ley en Hannover castigaba formalmente el sexo entre personas del mismo sexo, este se veía afectado por leyes sobre decencia pública combinadas con prejuicios, tal y como el mismo Ulrichs había experimentado en el ministerio. Sus atrevidos panfletos indujeron debates y se distribuyeron en Baden y Sajonia, y también en Italia, Francia, los Países Bajos e Inglaterra. Incluso se intercambió correspondencia con Karl-Maria Kertbeny, otro escritor que había empezado a anotar en su diario entradas apresuradas sobre su gusto por los hombres.
Durante los siguientes cinco años, Ulrichs continuó desarrollando su teoría sobre lo innato del deseo entre personas del mismo sexo y la interconexión entre género y sexualidad.