100 Clásicos de la Literatura. Луиза Мэй Олкотт. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Луиза Мэй Олкотт
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9782380374124
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Cristo no hubiese sido crucificado, y hubiese vivido el tiempo que su vida podía conforme a la naturaleza recorrer, a los ochenta y un años de cuerpo mortal hubiérase transformado en eterno.

      A la verdad, como arriba se ha dicho, estas edades pueden ser más largas o más cortas, según nuestra complexión y constitución; mas sean como quieran, parécenle que esta proporción, como se ha dicho, debe conservarse en todas, es decir, haciendo las edades más o menos largas, según la integridad de todo el tiempo de la vida natural. En todas estas edades, esta nobleza, de la cual tan diversamente se habla, muestra sus efectos en el alma ennoblecida; y esto es lo que pretende demostrar esta parte sobre la cual escribimos ahora.

      Donde se ha de saber que nuestra buena y recta naturaleza precede conforme a razón en nosotros -como vemos proceder a la naturaleza de las plantas, y por eso diferentes hábitos y maneras son más razonables en unas que en otras-, en quienes el alma ennoblecida procede ordenadamente por un camino simple, ejercitando sus actos a su edad y su tiempo, pues que a su último fruto están ordenados.

      Y Tulio está de acuerdo con esto en el de Senectud. Y dejando a un lado la ficción que del diverso proceso de las edades emplea Virgilio en la Eneida; y dejando a lo que el eremita Egidio dice en la primera parte del Regimiento de

      Príncipes; y dejando lo que apunta Tulio en el de Offici; siguiendo únicamente aquello que la razón puede ver por sí, digo que esta primera edad es puerta y camino por la cual se entra en nuestra buena vida.

      Y esta entrada es menester que tenga necesariamente algunas cosas, las cuales la buena Naturaleza, que desfallece en las cosas necesarias, da; como vemos que da hojas a la vid para defensa del fruto y los vástagos con que defiende y sustenta su debilidad; y así sostiene el peso de su fruto.

      Da, pues, la Naturaleza a esta vida cuatro cosas necesarias para entrar en la ciudad del buen vivir. La primera es obediencia, la segunda suavidad, la tercera vergüenza, la cuarta adorno corporal, como dice el texto en la primera partícula. Ha de saberse, pues, que del mismo mundo que quien no ha estado nunca en una ciudad no sabe seguir el camino, sin que se lo enseñe quien lo haya hecho, así el adolescente, que entra en la selva engañosa de esta vida, no sabría seguir el buen camino si sus mayores no se lo mostrasen. Y aun el enseñárselo no bastaría, si no obedeciera sus mandatos; y por eso en esta edad es necesaria la obediencia.

      Muy bien podría decir alguien: ¿Conque podría llamársele obediente lo mismo al que siga los malos consejos que al que siga los buenos? Respondo que tal cosa no sería obediencia, sino transgresión; que si el rey ordena un camino el siervo ordena otro, no se ha de obedecer al siervo, lo cual sería desobedecer al rey; y así habría transgresión.

      Y por eso dice Salomón cuando quiere corregir a su hijo -y éste su primer consejo-: «Oye, hijo mío, el consejo de tu padre». Y luego le aparta al punto de los malos consejos y enseñanzas, diciendo: «Que no te puedan cazar con lisonjas ni deleites los pecadores, porque vayas con ellos». De aquí que, apenas nacido, el hijo se cuelga del pecho de su madre, y apenas muéstrase en él alguna luz de razón, debe atender a las correcciones de su padre, y el padre enseñarle. Y guárdese de no darle ejemplo con sus obras contrario a las palabras con que le corrige; porque vemos naturalmente cómo los hijos miran más a las huellas de los pies paternos que a las otras. Y por eso dice y ordena la ley, que a tal provee, que la persona del padre debe mostrarse a sus hijos santa y honesta siempre; y de aquí el que la obediencia sea necesaria en esta edad. Y por eso escribe Salomón en los Proverbios «que aquel que humilde y obediente aguanta las justas reprensiones del que le corrige, será glorificado», y dice será, para dar a entender que habla el adolescente que aún no tiene edad. Y si alguno tergiversase esto, diciendo que se ha dicho tal del padre tan sólo y no de los demás, digo que al padre se debe reducir cualquier otra obediencia.

      Por lo cual dice el apóstol a los Colosenses: «Hijos, obedecer a vuestros padres en todo; porque eso es lo que quiere Dios». Y si el padre no vive, debe prestársele a quien por padre dejó éste en su última voluntad; y si el padre muere intestado, debe prestársele aquel a quien la razón encomienda su gobierno. Y luego deben ser obedecidos los maestros y mayores, a quienes en cierto modo parece estar encomendado por el padre o por quien de padre hace las veces.

      Mas como el capítulo presente ha sido largo por las útiles digresiones que contiene, en otro capítulo se argumentarán las demás cosas.

      XXV

      No solamente este alma de buen natural es en la adolescencia obediente, sino también suave. Cosa ésta que es la otra que se necesita al entrar por la puerta de la Juventud. Es necesaria, porque no podemos tener vida perfecta sin amigos, como en el octavo de la Ética quiere Aristóteles; y la mayor parte de las amistades se siembran en esta edad primera, porque en ella comienza el hombre ya a ser generoso, ya a lo contrario. La cual generosidad se adquiere por suaves costumbres, como son el hablar dulce y cortésmente y el dulce y cortésmente servir y obrar. Y por eso dice Salomón al hijo adolescente:

      «A los escarnecedores, Dios los escarnece, y a los mansos Dios les dará gracia». Y en otra parte dice: «Aparta de ti la mala boca y los actos villanos».

      Por lo que se demuestra que tal suavidad es necesaria, como se ha dicho.

      También es necesaria en esta edad la pasión de la Vergüenza, y por eso la buena y noble naturaleza la muestra en esta edad, como dice el texto. Y como la Vergüenza es clarísima señal de nobleza en la adolescencia, por ser entonces más necesaria al buen fundamento de nuestra vida, a la cual tiende la naturaleza noble, hemos de hablar de ella con alguna diligencia. Digo que por Vergüenza entiendo tres pasiones necesarias al buen fundamento de nuestra vida: la una es el Estupor; la otra, el Pudor; la tercera, Verecundia, aunque la gente vulgar no discierna esta distinción.

      Y las tres son necesarias a esta edad por esta razón: a esta edad es necesario ser reverente y estar deseoso de saber; a esta edad es necesario estar refrenado, de modo que no haya lugar a perderse; a esta edad es necesario estar arrepentido de la falta, de modo que no se haga a faltar. Y estas tres cosas las hacen las pasiones susodichas, que vulgarmente se llaman vergüenza.

      Porque el estupor es un aturdimiento del ánimo al ver oír o sentir de algún modo grandes y maravillosas cosas; que en cuanto parecen grandes, hacen que todo aquel que las siente las reverencia, y en cuanto parecen admirables, les entran en deseos de saberlas. Y por eso los reyes antiguos hacían en su mansión magníficos trabajos de oro y piedras y de arte, para que quienes los viesen quedaran estupefactos, y, por tanto, reverentes y con deseos del honroso estado del rey. Y por eso dice el dulce poeta Estazio en el primero de la Historia Tebana que, cuando Adrasto, rey de los Argivios, vio a Polinicio vestido de una piel de puerco y recordó la respuesta que Apolo había dado por sus hijas, se quedó estupefacto; y así, más reverente y con más deseos de saber.

      El pudor es un retraimiento del ánimo de toda cosa fea por miedo a caer en ella; como vemos en las vírgenes, en las honestas damas y en los adolescentes, que son tan púdicos, que no solamente cuando son requeridos o tentados de caer en falta, mas sólo con verse allí donde puédese tener la menor idea de amorosa complacencia, luego píntaseles el rostro de carmín o palidez.

      Por lo que dice el susodicho poeta, en el citado libro primero de Tebas, que cuando Aceste, nodriza de Argia y de Deifilia, hijas del rey Adrasto, las llevó ante la vista de su santo padre en presencia de los dos peregrinos, es decir,

      Polinicio y Tideo, las vírgenes palidecieron y se ruborizaron, y, huyendo sus ojos de toda ajena mirada, sólo al rostro paterno seguros se volvieron. ¡Oh, cuántas faltas refrena este pudor! ¡Cuántas cosas y demandas deshonestas acalla! ¡Cuántos deshonestos deseos refrena! ¡Cuántas malas tentaciones vence, no sólo en la persona púdica, sino también en quien la guarda! ¡Cuántas feas palabras detiene!; porque, como dice Tulio en el primero de Offici: «¡No hay ninguna acción fea que no sea feo el nombrarla!» Y luego el hombre honesto y púdico no habla nunca de modo que sus palabras no fuesen honestas en una mujer. ¡Ay y cuán mal está que un hombre que vaya buscando honra mencione cosas que en boca de toda mujer estarían mal!

      La verecundia es miedo de deshonra por la falta cometida. Y de este miedo se origina un arrepentimiento por la falta,