100 Clásicos de la Literatura. Луиза Мэй Олкотт. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Луиза Мэй Олкотт
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9782380374124
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límites.

      La quinta es Magnanimidad, la cual es moderadora y conquistadora de los grandes honores y fama.

      La sexta es Amante de las honras, la cual nos modera y regula en cuanto a los honores de este mundo.

      La séptima es Mansedumbre, la cual modera nuestra ira y nuestra excesiva paciencia contra nuestros males exteriores.

      La octava es Afabilidad, la cual nos hace convivir buenamente con los demás.

      La novena se llama Verdad, la cual nos modera en el envanecernos más de lo que somos y en el rebajarnos en nuestro discurso.

      La décima llaman Eutrapelia, la cual nos modera en el solaz, haciéndonos usar de él debidamente.

      La undécima es Justicia, la cual nos dispone a amar y a obrar a derechas en todas las cosas.

      Cada una de estas virtudes tiene dos enemigos colaterales, es decir, vicios: uno por exceso y otro por defecto. Y están aquéllas en el medio de éstos, y nacen todas de un solo principio, a saber: del hábito de nuestra buena elección. Por lo que, generalmente, se puede decir de todas que son Hábito electivo consistente en el medio. Y éstas son las que hacen al hombre bienaventurado, o sea feliz, en su ejercicio, como dice el filósofo en el primero de la Ética, cuando define la Felicidad diciendo que la Felicidad es obrar conforme a la virtud en vida perfecta. Muchos ponen la Prudencia, es decir el Sentido, entre las virtudes morales; mas Aristóteles la enumera entre las intelectuales, no obstante sea conductora de las virtudes morales y muestre el camino por el cual se logran y sin el cual no puede existir.

      Verdaderamente, se ha de saber que podemos tener en esta vida dos felicidades, según los dos diversos caminos, bueno y óptimo, que a tal nos llevan: una es la vida activa; la otra, la contemplativa, la cual -no obstante por la activa se llegue, cormo se ha dicho, a buena felicidad- lleva a óptima felicidad y bienaventuranza, según prueba el filósofo en el décimo de la Ética. Y Cristo lo afirma por su boca en el Evangelio de Lucas, al hablar a Marta, respondiéndole: «Marta, Marta, eres muy solícita y te afanas por muchas cosas; en verdad, una sola cosa es necesaria», es decir, lo que haces; y añade: «María ha elegido óptima parte y no le será arrebatada». Y María, según está escrito anteriormente a estas palabras del Evangelio, sentada a los pies de Cristo, ningún cuidado mostraba por el ministerio de la casa; mas sólo oía las palabras del Salvador. Así, pues, si tal queremos explicar moralmente, quiso Nuestro Señor mostrar con esto que la vida contemplativa era óptima, por más que fuese buena la activa; lo cual es manifiesto a quien quiere poner atención en las palabras evangélicas. Podría, sin embargo, decir alguien, argumentando en contra mía: pues que la felicidad de la vida contemplativa es más excelente que la de la activa, y una y otra puedan ser y sean fruto y fin de la nobleza, ¿por qué no se procedió más bien por el camino de las virtudes intelectuales que por el de las morales? A lo cual se puede responder brevemente que en toda doctrina se ha de respetar la facultad del discípulo y llevarlo por el camino que le sea más leve. Por lo que, dado que las virtudes morales parecen ser y son más comunes, más conocidas y requeridas que las demás y están unidas en su aspecto exterior, útil y conveniente fue proceder más bien por ese camino que por el otro; que igualmente se viene a conocimiento de las abejas, razonando por el fruto de la cera, cormo por el fruto de la miel, puesto que uno y otro de ellas proceden.

      XVIII

      En el capítulo precedente se ha determinado cómo toda virtud moral procede de un solo principio, es decir, buena y habitual elección, y tal dice el texto presente hasta aquella parte que comienza: Digo que la nobleza en su razón. En esta parte, pues, se procede por vía probable para saber que toda virtud susodicha, singular o generalmente considerada, procede de nobleza, como efecto de su causa, y fúndase sobre una proposición filosófica que dice que cuando acaece que dos cosas se juntan en una, ambas se deben reducir a una tercera, o la una a la otra, como el efecto a la causa; porque una cosa tenida primero y por sí no puede serlo sino por uno, y si ambas no fueran efecto de una tercera, o la una de la otra, ambas tendrían aquella cosa primeramente, y por sí, lo cual es imposible.

      Digo, pues, que nobleza y tal virtud, es decir, moral, tienen de común que una y otra llevan consigo la alabanza de aquel a quien se les atribuye, y esto, cuando dice: porque en el mismo dicho convienen ambas y en el mismo efecto; es decir, alabar y creer ensalzado a quien dice pertenecer.

      Y luego concluye tomando la virtud de la proposición antedicha, y dice que por eso es menester que la una proceda de la otra o ambas de una tercera, y añade que más bien se ha de presumir que la una proceda de la otra, que las dos de una tercera, si se ve que la una tanto como la otra vale y aún más, y dice así: Mas si la una lo que la otra vale. Donde se ha de saber que aquí no se procede por demostración necesaria, como sería el decir que el frío engendra el agua y nosotros vemos las nubes; significa bella y conveniente inducción; porque si en nosotros hay muchas cosas de alabar y en nosotros reside el principio de nuestras alabanzas, es de razón deducir éstas a tal principio, y aquel que comprende más cosas, es de razón que sea tenido por principio de ellas y no ellas por principio de aquél. Y así el tronco del árbol que a todas las demás ramas comprendes debe llamársele principio y causa de éstas y no de aquél; y así la nobleza, que comprende toda virtud -como la causa comprende el efecto- y otras muchas obras nuestras de alabar, debe tenerse por tal que la virtud se reduzca a ello, antes que a otra tercera que en nosotros resida.

      Por último, dice que lo que se ha dicho -es decir, que toda virtud moral procede de una raíz y que tal Virtud y Nobleza convengan en una cosa. como se ha dicho más arriba, y que por eso es menester reducir la una a la otra o ambas a una tercera, y que si la una vale lo que la otra y más procede de ella y no de otra tercera- todo está presupuesto, es decir, ordenado y preparado, para lo que antes se pretende. Y así termina este verso y esta parte.

      XIX

      Pues que en la parte precedente se han tratado tres cosas determinadas, que eran necesarias para ver cómo se puede definir esta cosa de que se habla, hay que proceder a la segunda parte, que comienza: Hay nobleza donde quiera que hay virtud. Y ésta hay que dividirla en dos partes. En la primera se demuestra alguna cosa que antes se ha señalado y no probado; en la segunda, concluyendo, se halla la definición que se va buscando, y comienza esta segunda parte: Conque vendrá como del negro el pérsico.

      Para evidencia de la primera parte se ha de recordar lo que más arriba se dice, que si la nobleza vale y se extiende más que la virtud, la virtud procederá más bien de ella. Cosa que ora en esta parte prueba, es decir, que la nobleza se extiende más y pone por ejemplo al cielo, diciendo que allí donde hay virtud hay nobleza. Y aquí se ha de saber que -como está escrito en la razón y por regla de razón se tiene- para aquellas cosas que son de por sí manifiestas, no es menester demostración, y nada hay tan manifiesto como que está la nobleza allí donde está la virtud, y vemos llamar noble a toda cosa de su naturaleza.

      Dice, pues: Como es cielo, por doquier hay estrellas; y esto no es verdad, sino viceversa; así, hay nobleza donde hay virtud y no virtud donde hay nobleza. Y con hermoso y adecuado ejemplo. Porque verdaderamente es cielo donde relucen muchas y diversas estrellas; relucen en ella las virtudes intelectuales y morales; relucen en ella las buenas disposiciones conferidas por la naturaleza, a saber: la Piedad y la Religión, y las pasiones laudables, es decir, Vergüenza, Misericordia y otras muchas; relucen en ella las bondades corporales, es decir, la Belleza, la Fortaleza, y casi perpetúa la Validez. Y tantas son las estrellas que en su cielo se extienden, que ciertamente no es de maravillar que den muchos y diversos frutos en la humana nobleza: tantas son las naturalezas y potencias de aquéllas, reunidas y comprendidas bajo una simple substancia, en las cuales, como en diversas ramas, fructifica por modo diverso. Ciertamente, casi me atrevo a decir que la humana Naturaleza, en cuanto hace a sus muchos frutos, sobrepuja a la del ángel, aunque la angélica en su unidad sea más divina. De esta nuestra nobleza, que en tantos y tales frutos fructificaba, se dio cuenta el salmista, cuando hizo aquel salmo que comienza: «Señor Dios nuestro: cuán admirable es tu nombre en toda la tierra»; allí donde alaba al hombre, como maravillándose del divino afecto a la humana criatura, diciendo:

      «¿Qué es el hombre, que tú Dios lo visitas? Le has hecho poco menor que los ángeles,