Orantes. De la barraca al podio. Félix Sentmenat. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Félix Sentmenat
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Философия
Год издания: 0
isbn: 9788418604133
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muy bien, pero si él jugaba bien, te ganaba. Tan solo esperabas que no le saliera todo, porque no tenía puntos flojos. Así como con Connors sabía que debía ponerle la bola rasa, o muy alta, para que no me pegara tan fuerte, para que no me contraatacara tanto, con él no. Con él se trataba de jugar tu mejor tenis, estar concentrado, y esperar que él bajara un poco su nivel porque si no no tenías nada que hacer.

      Empecé jugando muy bien. Para mí ese partido fue el mejor de todo el torneo. Los dos primeros sets fueron increíbles.

      De aquel día, además de lo inspirado que se sintió con la raqueta y lo mucho que disfrutó, Orantes recuerda que jugaron en unas condiciones climáticas extremas, bajo un sol abrasador. “A principios de septiembre, en Nueva York, el calor era increíble. Había mucha humedad, y había muchos abandonos por calor. Pero a mí el calor nunca me afectó tanto. Prefería jugar con calor porque mi musculatura era más cerrada y dura, y con el frío me costaba más”.

      • Ilie Nastase conecta un drive en carrera durante su partido contra Orantes en los cuartos de final del US Open de 1975. | Tony Triolo / Sports Il.-Getty

      Después de sumar un primer set inmaculado en el que solo cedió dos juegos, Orantes siguió destilando su mejor tenis. Las buenas sensaciones experimentadas en los partidos anteriores, que de hecho habían aparecido desde su regreso triunfal a la competición en marzo, con las victorias consecutivas en El Cairo y Montecarlo, seguían a flor de piel. La agradable sensación de golpear una y otra vez con acierto, de ver que la bola obedecía y viajaba allí donde él quería, ejecutara el golpe que ejecutara, iba acompañada esta vez por la estabilidad y la fortaleza física que había echado en falta en tantas finales los años anteriores. Ni siquiera el tremendo calor neoyorquino hizo mella en la resistencia física que con tanto esfuerzo había generado en las arduas sesiones de trabajo con el doctor Bestit. Así, el segundo set, con algo más de igualdad en el marcador, cayó también de su parte, 6-4.

      “Luego, en el tercer set, se empezaron a igualar las cosas. Él subió un poco más su nivel, y yo no pude controlar tan bien el juego. Fue algo lógico, porque tampoco era normal que a un jugador tan bueno le ganara tan fácil”. Con ese cambio de tendencia, Nastase tomó la delantera en el marcador de ese tercer set hasta que se produjo otro de los episodios que quedó para el recuerdo. El rumano, con bola de set a favor, conectó un saque ganador a la línea, pero el árbitro la cantó fuera:

      Nastase se enfadó mucho discutiendo con el árbitro, y yo le dije: “No, no, se ha equivocado, no te preocupes, repetimos el punto, vuelve a sacar y yo tiraré la pelota fuera”. Cuando él volvió a sacar yo tiré la pelota contra el suelo intencionadamente, para que él lo viera claramente porque yo no quería que él se pusiese nervioso. A mí me gustaba cómo jugaba, y si se ponía muy nervioso el partido podía acabar mal. De hecho, dos semanas antes, en el Open de Toronto, pasó algo parecido y no recuerdo exactamente pero él acabó histérico en la pista, gritándole al árbitro.

      Un episodio así, en el que el árbitro aceptara la solicitud de un jugador de repetir el punto, resultaría inconcebible hoy en día. Pero aquellos eran otros tiempos. “Yo vi claro que había sido buena porque en tierra queda la marca. Se lo dije al árbitro, pero como no podía cambiar su decisión, sugerí que tirásemos dos más. El árbitro accedió, cosa que por entonces era normal. Si el árbitro veía que colaborabas con él había esta posibilidad de llegar a un acuerdo así. Entonces no había ni ojo de halcón, ni los árbitros eran tan profesionales, ni eran siempre los mismos que viajan por todo el mundo”. En el momento en que Orantes, con bola de set en contra, respondió el saque y, efectivamente, tal como acababa de prometer a su adversario, lanzó deliberadamente la bola contra el suelo, los miles de espectadores estallaron en un ruidoso clamor de aplausos y vítores.

      “El público aplaudió mucho, esas cosas le gustaban. Antes era algo habitual, al público le gustaba que hubiera deportividad en la pista. Además, como yo estaba ganando fácil su alegría fue aún mayor porque aquello significaba que el espectáculo continuaba”. Sin abandonar su modestia habitual, Orantes sigue hoy en día describiendo aquel lance como algo corriente.

      En todo caso, el público, que ya llevaba un buen tiempo disfrutando de aquel extraordinario partido, celebró el gesto como algo excepcional. Estaba asistiendo a un duelo tenístico de primerísimo nivel, con dos de los jugadores más talentosos del momento recurriendo a sus mejores artes para llevar la contienda de su lado. Y en medio de aquella batalla trufada de dejadas delicadas, lobs imprevisibles, passings precisos y preciosos, vertiginosas subidas a la red, voleas inverosímiles, saques malintencionados… en medio de aquel soberbio espectáculo deportivo, un detalle humano de categoría, una muestra sencilla y clara de respeto personal, ponía la guinda perfecta al pastel.

      Llama la atención en positivo, además, que la explicación que ofrece hoy en día Orantes es que, más allá de devolver a Nastase lo que por justicia debía ser suyo, es decir ese tercer set, dado que el saque había sido bueno, en el fondo su gesto iba encaminado a no ensuciar el partido. Como haría un buen padre cuando ve que su hijo pierde los estribos ante una situación injusta, Manuel tranquilizó a su rival. Comprendió su frustración, se puso en su piel y actuó de forma empática e inmediata para que la pataleta no fuera a mayores. Esa de por sí fue una reacción caballerosa, bondadosa. Pero a toro pasado, resulta todavía más encomiable el hecho de que lo que de verdad quería Manuel era seguir disfrutando de ese extraordinario partido de tenis.

      No se cuestionó siquiera el hecho de que el gesto implicaba pasar al cuarto set y, de resultas, la posibilidad de que Nastase pudiera acabar remontando. No. Lo que importaba, en primer lugar, era que Nastase se había merecido ese set. Que, por simple ética personal, había que reconocérselo como a él seguramente le hubiera gustado que se lo reconociera Nastase si la situación hubiera sido la misma en sentido opuesto. Pero sobre todo lo que importaba era que Orantes no solo no le hacía ascos a la necesidad de disputar un cuarto set, sino que estaba encantado con ello. Ese es el espíritu deportivo genuino que siempre le distinguió como algo más que un simple tenista. El tipo de matiz que, en esa y en muchas otras ocasiones a lo largo de su carrera le elevó, y aún hoy en día le eleva, al estatus de buena persona. De alguien querido por los que tienen el gusto de conocerle.

      En la actualidad un detalle como este podría ser examinado del derecho y del revés por cualquier aficionado al tenis, que seguramente dispondría de más de una toma, televisiva o de móvil, para recrearse en el lance. Podría inspeccionar a cámara lenta el bote para cerciorarse si realmente había sido buena, repasar las muestras de indignación de Nastase en su furiosa arremetida contra el árbitro, admirar la caballerosa reacción de Orantes y fijarse en el posterior gesto de agradecimiento del rumano. Como aquello sucedió hace 47 años, sin la disección audiovisual a la que estamos acostumbrados con la actual plaga de móviles y cámaras que todo lo graban, el único recurso que tenemos a mano es el testimonio de uno de los protagonistas: “Me hizo un gesto dándome las gracias y ya está. Su reacción tampoco fue nada extraordinaria porque eso se hacía mucho entonces. Así que no se sorprendió ni manifestó nada especial. Es cierto que en este caso fue más destacado, porque era un punto importante que le daba el set, pero era algo habitual entonces”.

      La entereza con que Orantes afrontó la llegada del cuarto set tuvo enseguida consecuencias en el marcador. Si el rumano había invertido la situación para adjudicarse el tercer set por 6-3, en el cuarto el español recuperó el control del juego y volvió a sentirse dominador. Aliado de nuevo a la imperiosa necesidad de desplegar su mejor tenis si quería tener opciones ante uno de los grandes jugadores del circuito, Orantes volvió al plan original que tan buenos resultados le estaba dando. Volvió a arriesgar, a soltar el brazo y a ser valiente en sus decisiones. La espalda aguantaba a la perfección, las piernas se movían ágiles y los golpes fluían sin aparente esfuerzo llevando la bola allí donde dictaba su cabeza. Ese último set, pues, cayó de su lado y el partido se cerró en cuatro mangas: 6-2 6-4 3-6 6-3.

      En aquella época el US Open se disputaba, como ahora, en 15 días. Así que habitualmente había