Desde el estado estas actuaciones mueven a reflexiones complementarias, porque es cierto también que el movimiento asambleario feminista ha impuesto al gobierno de la República Multinacional de Bolivia la idea de que sin «despatriarcalización» no hay descolonización posible. A la vez, las mujeres maya ixiles que en Guatemala testificaron en el juicio contra el general genocida y expresidente de facto Ríos Montt dejaron en claro que la violación es un instrumento de guerra que, pasando por el cuerpo de las mujeres, golpea a toda la sociedad, pero que desde la voz del cuerpo violado de las mujeres la denuncia es también un instrumento de defensa propia y de todo el pueblo. El sostén emocional, económico y de seguridad a las mujeres ixiles que se presentaron a testificar en el juicio contra el genocida de su pueblo y de otros pueblos maya en la década de 1980, vino de diversas organizaciones de mujeres, desde ONG de abogadas hasta grupos lésbicos y de feministas autónomas.
Los pequeños grupos de feministas que se insertan en otros pequeños grupos mixtos de poetas, de activistas libertarias y de activistas, o que se mantienen autónomos, han optado por incrementar el trabajo educativo formando editoriales activistas que contrarrestan la monopolización de la letra impresa y se han organizado en comunas de autodefensa contra la violencia machista. Conjuntamente, han surgido experiencias compartidas de viajeras a pie, en motocicleta, en bicicleta, que se mueven de país en país para intercambiar experiencias sin tener que recurrir a financiamientos o propaganda. Algunas de ellas llegaron hasta México en 2009, cuando las feministas que se reconocían a sí mismas como autónomas —desde experiencias y organizaciones diversas—decidieron realizar un encuentro propio, de dinámicas dialógicas y en espacios prestados por un sindicato, que marcara con claridad su diferencia con el XI Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, que se realizaba dispendiosamente en hoteles de lujo, con dinámicas congresuales. Ese Encuentro Feminista Autónomo, sin embargo, fue precedido por duras confrontaciones con muchas de las feministas que en 1993 se manifestaron en El Salvador en contra de los lineamientos hegemónicos del feminismo latinoamericano, el así llamado «feminismo institucional». Esas mujeres sorpresivamente exigieron un trato de dirigentes, un reconocimiento expreso de su esfuerzo y se ofendieron por no haber sido consultadas o invitadas a participar. Es interesante notar que, a raíz de ello, ante el XII Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe de Bogotá —rechazado por muchas más feministas, ya que fue organizado en un hotel propiedad del ejército colombiano, cuando la mayoría de las organizaciones de mujeres debatían sobre el incremento de la violencia por causa de la militarización— el encuentro no institucional no reivindicó la autonomía, sino el carácter popular de las mujeres reunidas.
Las universidades y sus programas de estudios de las mujeres (cuando no de estudios de género) se han cerrado alrededor de prácticas neoliberales de eficientismo terminal y de transmisión de datos más que de formación de conciencia y reflexión, frente a lo cual las feministas han aprendido a leer y criticar todos los textos que se refieren a la convivencia humana. Los grupos de reflexión sobre bioética, por ejemplo, se apoyan en biólogas cansadas de escuchar dogmas sobre qué es la vida, que provienen de sus muy eficientes programas de estudio, supuestamente organizados en contra de toda ideología.
Las artistas plásticas responden siempre con mayor contundencia a la renovada posición de que el arte abstrae y supera las diferencias de sexo y género. Actos contra las «maternidades secuestradas», el megaperformance presencial y cibernético, que resultó uno de los mejores eventos en cuanto a humor y disposición de quienes participaron, llamó a las mujeres a manifestar su repudio a las imposiciones sobre y contra su maternidad. Desde el secuestro de las hijas amadas hasta la imposición de modelos educativos o el contubernio entre padres y jueces de los tribunales de lo familiar para quitar a las madres la custodia de su prole, la intimidación obstétrica que se sostiene en la medicalización de la gestación y otras expresiones de violencia patriarcal, carteles, sketches, intervenciones, inundaron una jornada de impacto visual organizada por Mónica Mayer y el Taller de Activismo y Arte Feminista (TAAF) en las calles del centro de la ciudad de México el 11 de mayo de 2012.
Durante varias jornadas, diversas integrantes como Minerva Valenzuela, las Sucias, Julia Antivilo, convocadas por Mónica, hablaron, cuestionaron, evidenciaron el «secuestro» que las mujeres experimentan de sus maternidades por parte del sistema que teje represiones desde el saber médico, religioso, delincuencial, legal, económico, educativo, estatal, cultural, hasta que lo aterrizaron en la protesta.
Las filósofas cuestionan el significado de que en sus centros de estudio les propongan cierto tipo de bibliografía para analizar la realidad femenina, excluyendo sistemáticamente el pensamiento de las feministas radicales y autónomas con el pretexto de que «hacen activismo, no producen teoría».
Aun en países donde el feminismo es institucional y pacato, como Perú, surgen colectivos de poetas feministas y de sociólogas antirracistas que se unen a mujeres de los pueblos indígenas (que no existen, según la terminología oficial de un país que decreta que quien no vive en las ciudades es «campesino» y punto) para rebelarse ante dinámicas de exclusión y dominación.
Finalmente, he de decir que este libro se ha editado en diversos países de Nuestra América: Costa Rica, Colombia y Venezuela, y que recibió en este último país una mención al Premio Libertador al Pensamiento Crítico de 2006, que lo hizo acreedor de una edición de más de cincuenta mil ejemplares.
Me agrada enormemente que éste sea un libro tan nuestroamericano, pero Ideas feministas latinoamericanas se escribió en México, y básicamente en diálogo con mujeres feministas que reivindican su autonomía de las corrientes hegemónicas que aquí se han cimentado. Ahora bien, México en los últimos siete años ha vivido un repunte sin precedente de violencias diversas: económica, educativa, contra la libertad de expresión, contra la libertad de movimiento y libre circulación, contra la libertad de organización, todas ellas inscritas primeramente en las agresiones contra los cuerpos y las vidas de las mujeres, víctimas de un feminicidio tan impune, un feminicidio tan hijo del privilegio patriarcal e inmune a la justicia, que le abrió las puertas a una masacre de todas las organizaciones delincuenciales contra todas y todos los mexicanos y migrantes que transitan por su territorio.
En México, entre la segunda y la tercera edición de este libro, se ha perdido la posibilidad de viajar sin miedo de día y de noche por sus caminos, así como poder económico y derechos laborales consagrados: las y los jóvenes saben que no deben demandar respeto a la jornada de ocho horas si quieren mantener sus puestos, por ejemplo. También es cierto que, en ciertas escuelas del centro de México, las niñas y los niños de primaria juegan a «La trata», donde los niños son los lenones y las niñas, las tratadas. En un pasillo universitario, asimismo, escuché la siguiente frase de un jovencito a su novia: «No, no denuncies que ese profesor te acosa si no quieres amanecer decapitada». En nuestra propia universidad, la UACM, de una encuesta realizada en junio de 2013 por estudiantes de ciencias políticas en el plantel Del valle resultó que el 100% de las estudiantes encuestadas había recibido por lo menos una amenaza de muerte por parte de su novio o exnovio.
Ante esta realidad de violencia difusa y tolerada socialmente, los grupos de mujeres que, provenientes del feminismo, se han insertado en el poder público a través de instituciones de estado y organismos no gubernamentales, se han desligado cada vez más de la vida de las mujeres, de sus demandas, de sus reflexiones. Habiendo obtenido de un gobierno liberal-progresista el reconocimiento del derecho a una maternidad libre y voluntaria en el Distrito Federal, viajan para imponer el modelo de la ciudad capital a estados de los que desconocen la labor realizada durante años por los grupos locales, creando fuertes decepciones entre las más jóvenes de sus activistas que resienten «adultocentrismo» y «centralismo» en su contra.
Por suerte el feminismo de pequeños grupos también ha crecido, fortaleciendo diversas maneras de organizarse de manera autónoma, con terminologías que no siempre coinciden (si para algunas la palabra «lideresa» es un insulto, otras la