Frente a lo anterior, se resalta que, justamente desde una posición enarbolada como dialoguista, el excandidato presidencial del PDA estableció comunicación con el presidente Santos, en ese momento abiertamente uribista. De esta manera, Petro tensionaba el espacio interno del Polo, cuyas directivas se negaban a avalar sus consideraciones plebiscitarias acerca del liderazgo y la democracia dentro del partido —según él, la jefatura era suya gracias a casi un millón y medio de votos—. Incluso, desde agosto de 2010, distintos dirigentes del PDA habían desestimado la actitud “dialogante” de Petro con el gobierno recientemente electo de Juan Manuel Santos.
Desde una misiva enviada al presidente en dicho mes, Petro le habría planteado establecer conversaciones en torno a tres temas indiscutiblemente propios del progresismo colombiano: recuperación de las tierras en poder de las mafias, derecho al acceso al agua y la reparación integral de las víctimas. Al respecto, sin embargo, el senador del PDA, Jorge Enrique Robledo, aseveraría que la propuesta de diálogo era contraria a la posición del Polo y que Petro se había comunicado con Santos como forma de reproche a su partido, es decir, porque no pudo obtener la jefatura; según Robledo, «se hizo una votación y él [Petro] perdió», por lo cual concluye que el excandidato presidencial buscaba simplemente poner al PDA «a la cola de Juan Manuel Santos» (Robledo dice que Petro…, 4 de agosto de 2010; Carta de Petro a Santos…, 24 de junio de 2010).
Como se sabe, meses después de su ruptura con el Polo Democrático, Petro conformaría en 2011 su propia organización política, Movimiento Progresistas, plataforma que le serviría para alcanzar la alcaldía de Bogotá durante el periodo 2012-2015. Sin embargo, en la perspectiva de Petro acerca de su legitimidad política dentro del PDA, lo que lo llevaría a transformar el escenario político colombiano entre 2010 y 2011 sería justamente su voluntad de diálogo ‒con el presidente Santos‒, es decir, una propuesta claramente interesada en construir consensos sobre temas básicos. Es, pues, desde un lugar a todas luces de mesura, en detrimento de la convicción opositora del Polo, que Petro pudo distanciarse de este último y formar una agrupación política propia (Progresistas). Este sería el preludio de Bogotá Humana y de lo que se conocería, casi una década después, como la Colombia Humana.
Segunda vuelta electoral de 2018. Diálogo desesperado o ética de la responsabilidad
A mediados de junio de 2018 fue electo Iván Duque como nuevo presidente de Colombia; candidato del uribismo ya nucleado en el partido Centro Democrático. Como dijimos antes, con más de diez millones de votos, Duque venció en segunda vuelta al candidato de la Colombia Humana, Gustavo Petro, quien obtuvo una votación histórica para un candidato de izquierda en el país: ocho millones de votos. Teniendo como precedente los argumentos esgrimidos en su salida del PDA en 2010, resultaba coherente que Petro volviera a argumentar que los millones de votos que obtuvo eran propios, lo que lo convertiría en el líder por antonomasia de la izquierda colombiana9.
Ahora bien, asumir esta idea, dicho sea de paso, muy propia del petrismo actual, como una verdad incontestable, termina por ocluir no solo el carácter plural y contingente del voto colombiano —dados los polos dominantes de uribismo versus antiuribismo, que desdibujan los límites y las identidades partidarias—, sino que además pierde de vista las reiteradas intervenciones de dicho líder para mostrarse como un candidato razonable y mesurado —tomando, como se verá en otros capítulos de este libro, las banderas de la implementación de los acuerdos de paz de la Habana y la defensa del medio ambiente—. Considerar que los votos por la Colombia Humana son solo de Petro, en efecto, soslayaría uno de los actos simbólicos más importantes de su campaña para el ballotage presidencial de 2018. Hablamos, por supuesto, de la firma de los “doce mandamientos” de Petro con Antanas Mockus.
En primer lugar, el episodio, a pocos días de realizarse la segunda vuelta presidencial (8 de junio de 2018), estaba cargado de referencias religiosas que exceden la idea misma de «las piedras de Moisés». Ciertamente, en una mesa con mantel blanco y girasoles, y frente a una multiplicidad de medios de comunicación, se reunieron Antanas Mockus y Claudia López, del Partido Verde —esta última, excandidata a la vicepresidencia en la fórmula de Sergio Fajardo—, junto con Gustavo Petro10. La futura alcaldesa de Bogotá explicaría allí que el lugar donde estaban —la plaza que colinda la iglesia del “Voto Nacional”— era un lugar construido más de cien años atrás, con la idea de reconciliar a liberales y conservadores luego de la Guerra de los Mil Días. De esta manera, la “reconciliación” no remitía simplemente a una alianza política —López aclara que no hay una coalición electoral con Petro, sino una preocupación compartida frente al triunfo del uribismo—, sino un rito de connotación cristiana, de paz entre hermanos, que se reviste de las prácticas eclesiásticas. López (8 de junio de 2018) va a ser reiterativa en la naturaleza del acto:
Aquí venimos a encontrarnos como dos proyectos distintos. No venimos aquí (…) a unir ni a fusionar la Coalición Colombia con la Colombia Humana; ambos son dos proyectos distintos que seguirán siendo distintos y compitiendo fraternalmente en las reglas de la democracia (López, 8 de junio de 2018, 8’07”-8’35”)
En segundo lugar, y rompiendo con el formalismo de los anuncios políticos de cualquier alianza política, el centro del acto de reconciliación fue la jura de “doce mandamientos” por parte de Petro, que se comprometía a cumplir en caso de llegar al poder ejecutivo. Los mandamientos quedarían grabados en dos piedras que remiten figuradamente a las cargadas por Moisés al descender del Sinaí; Petro prometió finalmente ubicar las placas en su despacho si ganaba la presidencia. En las palabras grabadas en dos tablas de mármol se puede leer:
I) No expropiaré.
II) No convocaré a una Asamblea Constituyente.
III) Manejaré los recursos públicos como recursos sagrados.
IV) Impulsaré la iniciativa privada, el emprendimiento y la formalización.
V) Garantizaré la democracia pluralista y el respeto a la diversidad.
VI) Respetaré el Estado social de derecho.
VII) Respetaré el acuerdo de paz.
VIII) Nombraré a los más capaces.
IX) Garantizaré la igualdad de género.
X) Impulsaré el tránsito a las energías limpias.
XI) Impulsaré la educación pública gratuita y de calidad para todos los colombianos.
XII) Garantizaré el cumplimiento de los resultados de la consulta contra la corrupción.
Candidato Presidencial 2018 – Gustavo Petro (firma)
El contenido de los compromisos se deja leer en dos conjuntos de mandamientos que responden al uribismo, en clave adversarial, y al Partido Verde, en clave cooperativa.
Especialmente los mandamientos I, IV, V y VI parecen dirigirse a la campaña rival, en la cual se había instalado la asociación de Petro con el régimen venezolano de Nicolás Maduro y, por ende, su candidatura se concebía como una amenaza para la democracia colombiana. El persuasivo “castrochavismo”, fantasma de la conversión del país en un Estado socialista, impulsado por el expresidente Uribe Vélez, formaba parte integral de la estrategia de campaña del uribismo y empezaba a consolidar sus propios sintagmas, como el de “Petrochavismo” (por ejemplo: Martínez Lloreda, marzo 1 de 2018).
Al respecto, son muy dicientes las promesas de no expropiar, no atentar contra el capital privado y negar cualquier convocatoria a una Asamblea Constituyente; estas prerrogativas, a todas luces, se le han indilgado al proceso