Se trata de una idea muy simple y, sin embargo, es precisamente donde tropezamos. A lo largo de la historia, a los seres humanos nos ha costado horrores aceptar que somos criaturas, no el Creador; que somos débiles, sí, pero que él es fuerte. Sin embargo, comprender esta distinción nos hace vivir de forma completamente distinta, pues alivia nuestra ansiedad, nos trae paz y nos ayudará enormemente en nuestro testimonio de Cristo.
¿A dónde vamos para descubrir lo que significa ser humano según Dios? Tenemos que comenzar donde empieza la Biblia: con la historia de la creación.
Génesis 1 y 2 cuentan la maravillosa historia del comienzo de todas las cosas. El Dios soberano creó el universo: “Y dijo Dios: ‘Que exista...’ […] y llegó a existir [...] y Dios consideró que era bueno” (Génesis 1:3, 9). El único momento en que Dios deliberó sobre qué crear y cómo crearlo fue cuando creó a los seres humanos. Por primera vez en la narración Dios usa un modelo. El modelo es el propio Dios: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza” (Génesis 1:26). Dios hizo a los seres humanos de tal forma que reflejaran la naturaleza de Dios para que podamos conocerle, servirle y glorificarle, pero con esta clara distinción: ¡somos criaturas, no el Creador! El hecho de que Dios nos ha creado significa que el fundamento de la existencia humana no está en nosotros mismos, porque el propósito y el significado de nuestras vidas no lo determinamos nosotros, sino que es el que Dios nos ha dado. Ser una criatura humana, creada para depender de Dios y descubrir que el sentido de nuestra vida viene de Dios y es estar con Dios, es “muy bueno”. ¡Eso es lo que Dios dice! (Génesis 1:31). Pero es una de las primeras cosas que Satanás busca destruir.
Negar nuestra humanidad
En Génesis 3, descubrimos que el mal ya estaba presente en la tierra. La Biblia no nos dice mucho acerca de cómo se produjo, pero la fuente del mal a lo largo de la Biblia se identifica con Satanás (que significa “adversario”). La Biblia describe a Satanás como un ser espiritual creado: un ángel caído que se rebeló contra Dios en el cielo y fue expulsado. Se convirtió en un ser espiritual malévolo, padre de la mentira y maestro del disfraz, cuyo deseo es cegar a la gente para que no vea la verdad de Dios (Juan 8:44; 2 Corintios 4:4).
Cuando Satanás se acercó a Adán y Eva para tentarlos en el jardín, escondió su identidad presentándose en forma de serpiente. La serpiente dijo: “¿Es verdad que Dios os dijo que no comierais de ningún árbol del jardín?” (Génesis 3:1). Esta pregunta aparentemente simple enmascara una astucia malvada. El reformador del siglo XVI Martín Lutero dijo que le costó muchísimo traducir ese versículo del idioma original al alemán por ser tan diabólicamente inteligente.
Con ese acercamiento aparentemente inocente, el diablo les está sugiriendo que Dios no diría algo así: al menos, no el Dios que ama a los seres humanos, ¿no? Si leemos entre líneas, podemos ver lo que eso implica: ¡que Dios nos creó para matarnos de hambre! ¡Y eso solo puede significar que Dios es un sádico! Sin embargo, Dios nunca dijo: “No comáis de ningún árbol del jardín”. Dios les había dicho que podían comer libremente de todos los árboles menos de uno (2:16-17). A través de esta pequeña insinuación la serpiente les está diciendo que Dios no desea lo mejor para ellos, ¡sino que les está negando algo bueno! Satanás quiere que duden de la bondad y el amor de Dios para envenenar su fe en Dios.
Eva corrige a la serpiente diciendo que Dios solo les prohibió comer de uno de los árboles: “Dios nos ha dicho: ‘No comáis de ese árbol, ni lo toquéis; de lo contrario, moriréis’” (3:3). ¡Ahora la serpiente sabe que su estrategia está funcionando! ¿Por qué? Porque Dios nunca dijo que no podían tocarlo. Al exagerar la severidad de Dios, Eva demuestra que se está creyendo la mentira de que Dios no es bueno y que en realidad los está privando de algo. Así, Eva se convierte en la primera legalista de la historia.
Ahora la serpiente presenta una contradicción absoluta: “¡No vais a morir! Dios sabe muy bien que, cuando comáis de ese árbol, se os abrirán los ojos y llegaréis a ser como Dios” (3:4-5). Eva, ¿no lo entiendes?, dice la serpiente. Dios es envidioso y no soporta que nadie le haga la competencia. ¡No podría soportar que también llegarais a ser Dios!
Le da la vuelta a todo. Presenta el amor divino como envidia y la satisfacción que da el servicio a Dios como servilismo. Puesto que a Satanás le molesta que Dios controle y tenga todo el poder, su principal argumento, que está detrás de todo lo que dice, es este: Ser Dios lo es todo; ser criaturas que dependen de Dios es un estado que hay que evitar, contra el que hay que luchar y del que hay que escapar. Por lo tanto, ¡rechaza tu humanidad y sé Dios!
Satanás hace dos cosas a la vez: ataca el carácter de Dios y niega la belleza de lo que somos: criaturas. Es una mentira horrible y diabólica completamente opuesta a todo lo que hemos aprendido en Génesis 1 y 2: que Dios es bueno y digno de confianza, y que ser un ser humano, creado para depender de un Dios amoroso y bueno, es hermoso y maravilloso.
Satanás desea que, en lugar de celebrar nuestra dependencia de Dios, odiemos el hecho de que Dios es Dios y nosotros no. Quiere que despreciemos nuestra “pequeñez” y que la veamos como algo de lo que avergonzarnos. Pero reconocer nuestra incapacidad y dependencia de Dios no es deshonroso. ¡Es lo que nos hace libres! Ser criaturas no es una porquería, como Satanás quiere que creamos. Ser criaturas que aman a Dios, le obedecen y dependen de él sin avergonzarse es algo glorioso.
En Génesis 3, el mal gana terreno porque los seres humanos se niegan a ser lo que realmente son: seres creados por Dios por amor y puro gozo, que encuentran satisfacción y libertad cuando dependen de su Dios amoroso y misericordioso.
El problema perdura
Observa con atención la profundidad de la inseguridad humana desde que los seres humanos creyeron en la mentira de Satanás en Génesis 3 y comprobarás que esa mentira ha echado raíces profundas. Tiramos de terapias y fórmulas de autoayuda para tratar de superar ese sentimiento de incapacidad. El difunto psiquiatra Wilhelm Reich, después de ejercer la psicoterapia durante décadas, concluyó: “¿Cuál es la dinámica de la miseria humana en este planeta? Todo proviene de que el hombre intenta ser lo que no es” (The Mass Psychology of Fascism, p. 234, publicado en español como Psicología de masas del fascismo).
¡Brillante explicación secular de cómo se manifiesta el pecado! Sin embargo, Reich no explica por qué intentamos aparentar más de lo que somos, porque eso es algo que solo Dios nuestro Creador puede revelar. La Biblia explica que somos rebeldes que, en el fondo de nuestro corazón, sabemos que no somos Dios pero desearíamos serlo. Así que ocultamos nuestra incapacidad tratando de parecer más de lo que realmente somos. El profeta Ezequiel lo expresa muy bien: “¡No eres un dios, aunque te creas que lo eres! ¡Eres un simple mortal!” (Ezequiel 28:2).
La historia de la humanidad y nuestra cultura actual están llenas de ejemplos que confirman el punto de vista de Ezequiel. Consideremos el bestseller de Yuval Noah Harari Sapiens, donde Harari dice que, debido a la ingeniería genética, los humanos están a punto de superar la selección natural y convertirse en dioses. Aunque, irónicamente, también señala que todavía parecemos infelices y en muchos sentidos inseguros de lo que queremos: “¿Hay algo más peligroso que unos dioses insatisfechos e irresponsables [nosotros] que no saben lo que quieren?” (p. 456).
Como cristianos, sabemos que no somos Dios. Sin embargo, fácilmente caemos en la trampa de sentirnos avergonzados por tener que depender de Dios. No queremos que nadie vea nuestra debilidad o las limitaciones de nuestra humanidad, así que intentamos no parecer tontos o decir algo que pueda ser interpretado como antiintelectual o fuera de lugar en nuestra cultura. Nos importa más lo que pensarán las personas que lo que piensa Dios. ¿No es esa la razón por la que muchas veces no compartimos nuestra fe? ¿Porque tememos que quizá la gente se dará cuenta de nuestras limitaciones o quedaremos como unos tontos?
Necesitamos aceptar las limitaciones de nuestra humanidad. Y podemos hacerlo mirando el nacimiento de Jesús.
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