La tradición que así se pretende continuar no está en un recetario de formas de una determinada época o de varias épocas, sino es, más bien, la constante que, a través de la historia, va manifestándose en la arquitectura y en el arte en general, en formas que amarran la personalidad del pueblo, del país y o de la raza al determinado momento que dicha personalidad está viviendo. La tradición, entonces, no necesita ser resucitada, pues, está siempre presente. La época de hoy tiene su lenguaje arquitectónico, que se va puliendo y perfeccionando con el tiempo y la práctica que en muchos países ha dado obras maestras. La obra arquitectónica viva, vigorosa, verdadera puede expresarse únicamente en este lenguaje, no sólo porque sus forman corresponden a los materiales y métodos de construcción que se usan hoy, sino porque es el único capaz de concretar el concepto que hoy se tiene de lo que es bello, apto y correcto. El propio lenguaje, como la propia caligrafía, es ineludible; es imposible escribir con la caligrafía de otro, menos si este otro es un antepasado de hace veinte o veinticinco décadas. Los arcos y bóvedas de concreto armado, cuando son formas constructivas nacidas de la piedra y el ladrillo, las formas artesanales industrializadas y despersonalizadas, la laboriosa invención de “motivos coloniales” en una época cuyo sentido estético y formal es otro y completamente distinto al de hace dos siglos, todos estos son los síntomas de una caligrafía prestada y por lo tanto falta de autenticidad: el neocolonial.
Por lo tanto, si ha de formularse un juicio de la proyectada basílica desde el punto de vista de su estilista general, dicho juicio no podrá dejar de ser desfavorable dado el neocolonialismo de proyecto.
Sin embargo, hay quienes sostienen la tesis del neocolonial —a nuestro criterio falsa— y afirman su autenticidad. Para muchos el hecho de que el proyecto de la basílica sea neocolonial no es de ningún modo una objeción. Teóricamente, si se asume la legitimidad del neocolonial, la estilística del proyecto quedaría justificada a priori. En seguida, sin embargo, habría que proceder a analizar hasta qué punto su arquitectura, dentro de la estética neocolonial, se ciñe a los principios fundamentales de unidad, de coherencia, de sentido arquitectónico. Un análisis del edificio en su realidad plástica y volumétrica es necesario.
La basílica de Santa Rosa según el proyecto es una edificación de planta radial en cruz griega, de forma aproximadamente octogonal, coronada por una cúpula en media naranja sobre tambor octogonal, que a su vez se apoya sobre un bloque de base también octogonal, en cuyos cuatro lados diagonales, surgen cupulines sobre base cuadrada. Alrededor del cuerpo octogonal que sujeta el tambor y sobre sus ejes se levantan cuatro cúpulas, también en media naranja, sobre tambores chatos. Por último, nuevamente sobre los ejes diagonales y en las esquinas del edificio, surgen cuatro cúpulas algo más pequeñas que las segundas, el todo apoyado sobre una base o cuerpo inferior, también de planta octogonal, relativamente bajo.
Si el esquema geométrico abstracto no tiene por qué ser objetable, sí lo son las proporciones de los elementos y el sentido concretamente arquitectónico estilístico de las partes y del conjunto.
La cúpula mayor, con la base quebrada e interrumpida por las coronaciones de las ventanas del tambor y cuyos ángulos están rematados por pináculos, es en su estilo una versión neocolonial del barroco mexicano. Los cuatro cupulines angulares, por lo complicado y encrespado de su figura, también podrían calificarse de mexicanizantes. No así las bases en las que descansa el tambor de la cúpula central, enorme prisma de base octogonal al cual los ochavos con torres le dan un carácter casi de alcázar que no se encuentra en edificaciones barrocas ni españolas, ni mexicanas, ni peruanas; por lo tanto, estilísticamente, constituye un contrasentido y que, además, está coronada por una galería abierta y logia sobre pilares, que por su ubicación a media altura en las bases del tambor —también completamente fuera de sitio— le dan al conjunto un peculiar aire hindú.
La cúpula mexicana, los cupulines mexicanizantes y el bloque central inclasificable se ha visto que están rodeados de un primer cinturón de cuatro cúpulas. Estas se inspiran en las cúpulas de crucero de las iglesias coloniales de la costa peruana, con cuatro pequeñas ventanas en el tambor, que penetran en la zona da la cúpula. Lo contraproducente del efecto, aparte de la diferencia estilística con la cúpula central, es que, lo que en la arquitectura colonial era un elemento central y dominante, alejado además de la fachada en los ejemplos clásicos, es aquí un elemento radial y secundario. Parece que se hubieran tomado cuatro iglesias coloniales, se les hubiera suprimido la nave y el ábside y se les hubiera agrupado alrededor de una cúpula tomada a una iglesia mexicana gigante, creando un conjunto biestilístico y con dos escalas, una monumental y la otra supermonumental.
Un caos arquitectónico se crea en la zona de base del edificio. Volumen se suma a volumen sin ningún amarre ni en las proporciones ni en la estilística. Al volumen octogonal de base que se define mal debido a complicados escalonamientos y quiebres en el techo, se añaden, en las cuatro esquinas, especies de ochavos cóncavos coronados por cúpulas, en la cara de los cuales, se supone que para aparentar que contrarrestan los empujes de las cúpulas, se proyectan delgados contrafuertes que van a dar sobre los techos de las galerías o columnatas (elementos insólitos y absolutamente inencontrables en la arquitectura colonial) también en ochavo.
La zona de la entrada principal es también un producto de adiciones de elementos sueltos sin ningún sentido unitario. El motivo central es un gran nicho poco profundo, cuya parte inferior, sin aparente razón arquitectónica, está antecedida de una complicada galería de planta poligonal con un cupulín en su parte central, la mitad del cual queda dentro del nicho. La galería o porticado cubre la parte inferior del nicho como si fuera un biombo bajo o un baldaquín movible puesto delante de él. La decoración de esta zona es tan opulenta como caprichosa y estilísticamente indefinida. A veces, son formas tomadas del barroco español, a veces del mexicano (la ventana poligonal encina de la entrada). Algunas son formas académicas o aproximaciones academizantes de formas, barrocas y, por último, ciertas decoraciones parecen ser curiosas reminiscencias de la estilística de transición entre el académico del fin de siglo y el art nouveau.
El efecto general del edificio es a primera vista ilegible arquitectónicamente. El ojo se pierde entre tantos elementos. El conjunto aparece enseguida como una compleja masa piramidal compuesta de un sinnúmero de cúpulas de variados tamaños y tipos, cuya parte inferior está en estado de desintegración progresiva. Casi se teme que el octágono de base se disuelva y la enorme cúpula central se desplome.
El proyecto de la basílica no posee, pues, ni unidad estilística, ni unidad plástica, ni unidad volumétrica; no posee, por lo tanto calidad arquitectónica.
Desde el punto de vista urbanístico interesan tres puntos: la ubicación con respecto a las principales vías de circulación, la relación con los lugares históricos (ermita, huerto, iglesia) y el efecto volumétrico y especial con respecto a las zonas aledañas.
Desde el punto de vista de la circulación, la ubicación de la basílica no es absolutamente objetable, ya que no entorpece en ningún momento el sistema de circunvalación del centro de la ciudad constituido por las avenidas Tacna, Nicolás de Piérola y el malecón del Rímac. El único elemento objetable desde este punto de vista, y que sin embargo no tiene por qué considerarse como parte fundamentalmente integrante del proyecto, es la proyectada avenida Santa Rosa, pues multiplica aún más las ya numerosas intersecciones de las calles del centro y fragmenta tres manzanas; las que separan el actual pasaje de Santa Rosa de la avenida Tacna. Por otro lado, es preciso reconocer que la proyectada no dejaría de ser un elemento útil para el estacionamiento.