Aquí, sin embargo, el horizonte se ha hecho más amplio. Luego de fundamentar, en una introducción tan larga como necesaria, que Mario Vargas Llosa (en adelante: MVLl) no puede ser entendido, en su ideario y en su creación literaria, sino como vástago de la Ilustración, pero que su filiación ilustrada se hace cargo también de los ajustes y óbices que, en los últimos doscientos años, se le han emplazado al ideal de una razón que se autoproclamó como único tribunal para dirimir todo el pensar y el hacer humanos, se acometerá la tarea de exponer el planteamiento medular de la ética kantiana en FMC. Se procederá después a la presentación de determinados episodios, estratégicamente seleccionados, de LA, empleándose una suerte de redacción paralela, aunque, eso sí, fiel a su contenido originario y corroborada, en ocasiones, por citas literales del autor. En esta segunda parte del trabajo hay coincidencia con lo que se hizo en el dictado de clases, puesto que se pretendía que los alumnos recrearan un texto literario y mejorasen, de este modo, su propia expresión escrita, déficit que, como se sabe, no es tan fácil de subsanar en la enseñanza superior. Algunas de las redacciones, con la introducción de ciertos retoques estilísticos, han sido incorporadas a esta obra.
Ahora bien, más que poner énfasis en aspectos formales, interesaba, tanto entonces como ahora, identificar en LA el punto de encuentro antitético con la ética kantiana, para así, mediante esta via negationis, comprender mejor ambos contenidos. Es por esta causa que, en medio de la presentación descriptiva, cada episodio elegido de la novela va acompañado de una vinculación conceptual, siempre antagónica y a veces poco unitaria, con aspectos de la FMC que le son aplicables.
El tramo 5 de la obra constituye, por su importancia, lo que en alemán se llama la “parte del león” (Löwenanteil), y en él se ofrecerá, en extensión conceptual exigida por lo que le antecede, un doble y antagónico ideario ético-político: el de MVLl y el de Sendero Luminoso (en adelante: SL), contemplados de cara al pasado y de cara al futuro. La materia comparativa de ambos idearios, extraída siempre de su cotejo con la ética kantiana, dotará a este trabajo de la necesaria sistematicidad, pero tenderá también a promover el debate y abrir horizontes nuevos a la temática tratada, estimulando así las posibilidades de completar críticamente su contenido. Algunos de sus pasajes se encuentran vinculados, en su origen, a aspectos éticos estudiados en el curso de Epistemología de la Educación, dictado por el autor durante los últimos quince años, en determinados fines de semana, a alumnos de posgrado en Lima, Chimbote, Trujillo y Piura. Las hipótesis generales en las que se ha sustentado su trama teórica no son sino planteamientos a posibles soluciones tentativas en una materia que, como se sabe, no admite con facilidad referentes empíricos. No se trata, entonces, de hipótesis estadísticas, sino, más bien, de guías metodológicas que habrían de otorgar, en su cumplimiento, la sistematicidad requerida por un trabajo teórico tan predispuesto a las digresiones y a la concomitancia de temas. Pese a lo sospechoso que se ha vuelto el discurso académico o demostrativo, se ha intentado establecer relaciones (a ser posible, causales) entre las numerosas variables que pueblan la temática estudiada.
Si bien, tal como ya se ha dicho, la finalidad principal de las lecciones orales impartidas en la Universidad de Lima fue la de comprender mejor la ética de Kant, esta obra pretende lograr un triple objetivo. En efecto, además de la explicación del formalismo moral kantiano, se abordará también, por contraposición, en qué consistió la filosofía social de SL y –como hilo conductor y, al mismo tiempo, deducible de todo lo anterior– cuál es la ética política que defiende y proclama MVLl. Esto último se halla en conexión con un antiguo proyecto (al parecer, incumplible) del autor: investigar en la obra –tanto novelística, como ensayística y periodística– de MVLl su relación con la filosofía, es decir, su teoría del conocimiento y su posición frente a los problemas de Dios, el hombre y el mundo, así como también algunas de las llamadas “filosofías del genitivo” (filosofía de la historia, filosofía de la religión, filosofía del arte), que él, tal vez sin intención académica ni propósito sistemático, defiende. Como puede verse, se trataba de un proyecto excesivamente ambicioso, igual al que presidía el objetivo final de su realización: un homenaje de agradecimiento al Perú, país donde nació mi padre, están enterrados mis bisabuelos, me he criado desde mi niñez y en el cual viven también muchos de mis familiares.
Puede parecer en extremo artificioso acomodar un texto kantiano a una realidad tan, a primera vista, distinta y distante de él, pero valió la pena intentarlo por, cuando menos, dos razones: por la convicción de que la filosofía de Kant, al situarse, en muchos aspectos, más allá de las coordenadas espacio-temporales, ha de ser adjetivada de “clásica” (es decir, sigue estando “viva”, como lo están los ideales de la Ilustración, de escasos recorrido y materialización aún en el Perú); y porque la concepción ética que se deduce de la ideología y de la praxis de SL se presta, como antítesis esclarecedora, para comprender mejor las posibilidades y límites de la aplicación del formalismo moral kantiano a un país como el nuestro, tan necesitado de racionalidad en la esfera pública. El tratamiento de la ética kantiana aquí desplegado oscilará entre lo que Wolfgang Stegmüller denominó “dar un sí a lo esencial de Kant” (Bejahung der kantischen Grundposition) y una posición de reacción polémica (polemische Reaktion), oscilación que, sin embargo, no ocultará el hecho de que Kant sigue siendo uno de los pensadores “vivos” más importantes de la actualidad.
No se pretende ser original ni exhaustivo. Es cierto que el principio del Qohelet 1,9: Nihil novum sub sole (“no hay nada nuevo bajo el sol”) también concierne al “sol” que, llamado Kant, alumbra el mundo de la filosofía. Su resplandor, empero, amplía las posibilidades de ver, a la vez, luces y sombras. La originalidad, en todo caso, ha de ponerla el lector mediante el recurso a un pensamiento crítico frente a lo expuesto. Tampoco hay, por otra parte, aspiración alguna hacia la exhaustividad, máxime si se toma en cuenta que, además de la exigua apelación a documentos procedentes de SL, se pondrá en juego, en lo tocante a Kant, casi exclusivamente la FMC, dejando de lado tanto la Crítica de la razón práctica (1788) como Sobre la paz perpetua (1795) y la Metafísica de las costumbres (1797), tres obras sin cuya consulta no puede aspirarse a ningún tratamiento sistemático de su ética. Pese a que, por ejemplo, Ernst Tugendhat (1997): considera la FMC como “quizá lo más grandioso que se ha escrito en la historia de la ética” (p. 97), ha de tenerse también presente que no le falta razón al crítico literario Gustavo Faverón Patriau (2012a) cuando sostiene que el tema referido a SL es “el más difícil de las ciencias sociales peruanas”. Moverse entre lo “grandioso” de los acantilados de Escila y lo “difícil” del remolino de Caribdis ha de interpretarse, en primer lugar, no como una captatio benevolentiae del lector, sino, ante todo, como constatación de lo arduo de su problemática.
En varios pasajes de la obra y en las reflexiones complementarias, aunque sin manifestarlo abiertamente, podrá notarse –en una suerte de ejercicio imaginativo que, interpretado ad pedem litterae, puede resultar frustrante– una doble intención dialógica: qué es lo que Kant pensaría de SL, y viceversa; y qué es lo que Kant pensaría de MVLl, y viceversa. Lo que MVLl testifica de SL no formará parte de dicho ejercicio, puesto que constituye un explícito nervus rerum de LA y materia reincidente en muchas de sus entrevistas y artículos periodísticos. De tan amplio panorama, descrito también desde fuentes bibliográficas secundarias y desde perspectivas que actualizan la compleja visión de la ética contemporánea, darán razón las partes 5 y 6 del presente trabajo. Todos los temas examinados en ellas constituyen, sin embargo, ejercicios iniciales de reflexión que merecerían, por separado, un tratamiento más sistemático y menos urgente.
No conviene perder de vista, finalmente, que –tal como le advertía Isaiah Berlin a Bryan Magee– los “filósofos menores” tienden a ocuparse minuciosamente de la simplicidad esencial contenida en las obras de los “grandes filósofos”. Ojalá que, en este caso, la secundariedad y las imperfecciones de dicha ocupación puedan ser atenuadas mediante el diálogo crítico que reclama, de por sí, la ética kantiana, en especial cuando es aplicada a una realidad como la que vivió el Perú en una etapa histórica dolorosamente cercana.