Para hacer una lectura pertinente, lo mejor es comenzar por la parte superior del Monte. El punto central de la cima está señalado por un círculo, símbolo de Dios. Este círculo está formado por un texto bíblico del profeta Jeremías: Introduxi vos in terram Carmeli ut comederetis fructum eius et bona illius, es decir, «Os introduje en la tierra del Carmelo para comer su fruto y sus bienes» (Jer 2,7). Dentro del círculo la gran sentencia, que orienta y gobierna los pasos de quienes se apresten a la escalada: Sólo mora en este monte honra y gloria de Dios[13].
Se sube para encontrarse con Dios y para intimar con él, honrándole y glorificándole y para «hacer de sí mismo altar en él, en que ofrezca a Dios sacrificio de amor puro y alabanza y reverencia pura» (1S 5,7). Por la cima del monte se encuentran repartidos los frutos y los bienes de la tierra del Carmelo, a la que se ha llegado: paz, gozo, alegría, deleite, sabiduría, justicia, fortaleza, caridad, piedad. El escalador manifiesta sus experiencias o sensaciones actuales con estas frases: no me da pena nada; no me da gloria nada. Hecha esta comprobación acerca de la nada, se pronuncia también acerca del todo, diciendo: cuando ya no lo quería, téngolo todo sin querer; cuando menos lo quería, téngolo todo sin querer. En lo más alto de la figura bordeando la línea o arco final se puede leer: ya por aquí no hay camino, porque para el justo no hay ley; él para sí se es ley. Es palabra bíblica formada de dos textos de san Pablo: 1Tim 1,9 y Rom 2,14. Es como el ideal alcanzado de libertad plena a que se aspiraba llegando a amar a Dios. «Las tablas de la ley han dejado de ser tablas. Han dejado paso a la libertad más auténtica de los hijos de Dios, para quienes la verdadera ley es el Espíritu Santo»[14].
Si dejamos ahora la cima del Monte y nos ponemos en el llano, podemos ver tres caminos: dos de ellos, laterales, etiquetados ambos de camino de espíritu de imperfección; el uno, el de la izquierda de quien mira, añade: del cielo gloria, gozo, saber, consuelo, descanso; el de la derecha de quien mira: del suelo, poseer, gozo, saber, consuelo, descanso.
Coronando con corona de desencanto el callejón sin salida en que se convierten ambos caminos hay dos lamentos, uno a la izquierda: cuanto más tenerlo quise, con tanto menos me hallé; otro a la derecha: cuanto más buscarlo quise con tanto menos me hallé.
El camino del medio se llama: senda del Monte Carmelo, espíritu de perfección, y como empedrando la senda corre una serie de preceptos que suenan a negación cruda y dura: nada-nada-nada-nada-nada-nada. Seis nadas descompuestas a derecha e izquierda en otros seis: ni eso-ni eso-ni eso-ni eso-ni eso-ni eso, y en esos, también seis: ni esotro-ni esotro-ni esotro-ni esotro-ni esotro-ni esotro.
Queda todavía un «nada», y aun en el monte nada, que es la clave interpretativa de tanta negación o renuncia evangélica a diestra y a siniestra, porque esa nada en el Monte significa paradójicamente, con las paradojas de las bienaventuranzas evangélicas, el todo que es Dios. Y donde está ese todo no hace falta nada, ni hay que angustiarse por nada, pues el Todo poseído y disfrutado hace inútil la nada, hace innecesaria cualquier otra cosa. No hay enigma ninguno en esta sentencia, sino plenitud de perspectivas alentadoras, horizontes infinitos y frutos y bienes sin cuento en lo más alto y más limpio del monte.
Mirando el bloque central erguido con todos esos preceptos grabados en él da la impresión de encontrarnos ante las tablas de la ley. Ley necesaria para ir subiendo y perseverar en la ascensión y llegar a la cumbre. Debajo de las tablas y como apoyándolas corren unas consignas o normas para escalar, el manual del escalador en su ascensión[15]. Escritas al pie del diseño verticalmente, de izquierda a derecha de quien lea, figuran once sentencias solemnes, en las que se barajan los sustantivos todo y nada, y los verbos gustar, saber, poseer y ser. Bastará ahora citar la primera:
«Para venir a gustarlo todo
no quieras tener gusto en nada».
Se pueden leer todas, con ligeras variantes, integradas por el santo en 1S 13,11-12. Versillos y preceptos que parecen tan adustos se iluminan con esta comprobación: «En esta desnudez halla el espíritu su descanso, porque no codiciando nada, nada le fatiga hacia arriba, y nada le oprime hacia abajo, porque está en el centro de su humildad». El centro de su humildad es el centro de su equilibrio humano y divino (2S 7,3).
La imagen del Monte por voluntad expresa de Juan de la Cruz figuraba al principio del libro Subida del Monte Carmelo (1S 13,10).
El ideal de la escalada es la cima del Monte; la ilusión de la salida nocturna es el encuentro con la persona amada. Lo arduo de la ascensión y las dificultades del itinerario nocturno se afrontan animosamente con la esperanza sostenida de llegar a la meta propuesta. El enamoramiento del Esposo Cristo es la clave del éxito. El amor mayor y mejor es el que hace triunfar en la empresa (1S 14,2). Desde la cima del Monte y desde la dichosa ventura del encuentro se entienden todas las contingencias del camino y las mil dificultades sobreañadidas, se valora mejor y definitivamente la huida de la propia casa, las luchas con los enemigos, las renuncias arrostradas, el entierro de los ídolos, la quema de las naves, etc. En una palabra: porque se amaba la cumbre, se ha ido subiendo y se han ido dejando atrás los tramos anteriores: nada, nada, nada...; y se comprende que esa nada, usada como escala o escalera y dejada como se dejan atrás los escalones, es al mismo tiempo camino para la cumbre y para el encuentro. Eran los escalones de la escala que empareja con Dios y que ha habido que ir dejando atrás después de servirse de ellos para poder disfrutar del reposo y del descanso.
10. Soporte simbólico
Estos esquemas, poéticos y pictóricos, son como el soporte simbólico de toda la obra.
En la poesía, a modo de pequeño drama, se canta la «salida nocturna de la Amada en busca de su amor (estrofas 1-3). La acción misma se desarrolla en seguida y casi se confunde con la exposición (estrofas 3-4). La marcha en la noche preserva la tensión dramática con las amenazas que parecen cercar a la protagonista»[16]. «En el medio se alza la canción 5ª como una atalaya que da a las dos vertientes, una voz ajena a la aventura, que tiene algo de coral»[17]. La acción se reanuda, «con un tempo y una tonalidad diferentes, en las estrofas 6 y 7. El desenlace está particularmente logrado, en la medida en que se conjuga lo acabado con lo inacabado. En efecto, la acción dramática termina con éxito, en la felicidad, la unión, el éxtasis. Pero en el momento mismo en que contempla una escena de plenitud, el lector contempla una escena vacía: los cuerpos de los amantes están ahí, abrazados e inertes, pero las personas (el alma, el espíritu) están en otro sitio: el Amado se ha dormido, la Amada se ha olvidado, se ha dejado a sí misma»[18].
Esta aventura nocturna en busca de la cita amorosa, tan corriente en nuestra literatura (recuérdese el caso de Calixto y Melibea de La Celestina) le viene a la mente a nuestro poeta de la vida ordinaria que conoce, de sus estudios literarios y especialmente desde su lectura del Cantar de los cantares, aunque en este libro de Subida cite sólo unas diez veces el epitalamio bíblico.
Por lo que se refiere a la simbología del monte, se da en el monte sanjuanista el simbolismo múltiple que encuentran los expertos en la montaña: «El de la altura y el del centro. En cuanto alta, vertical, elevada y próxima al cielo, participa el simbolismo de la trascendencia; en cuanto centro de las hierofanías atmosféricas y de numerosas teofanías, participa del simbolismo de la manifestación... Este doble simbolismo de la altura y del centro, propio de la montaña, se encuentra entre los autores espirituales. Las etapas de la vida mística son descritas por san Juan de la Cruz como la subida al Monte Carmelo y por santa Teresa de Jesús, como las moradas del alma o el Castillo interior»[19].
El monte sanjuanista es también considerado como símbolo del esfuerzo del hombre que quiera escalarlo: «Cuando san Juan de la Cruz representa el monte Carmelo, lo hace para inducir al lector a realizar el esfuerzo espiritual»[20].
A lo largo de la Subida hace Juan de la Cruz varias alusiones a su monte, señalando su altura encumbrada (argumento; prólogo 7), su verticalidad (2S 7,3), su ser lugar de encuentro