El dibujo o diseño que más fama le ha dado es el de Cristo crucificado hecho por fray Juan durante su estancia con santa Teresa en Ávila (1572-1577). En este diseño se inspiró Salvador Dalí para pintar su obra El Cristo de san Juan de la Cruz. Expuesto el cuadro en Nueva York en 1951 y en Roma en 1954 se encuentra actualmente en la Galería de Arte de Glasgow. Dalí hablaba de «mi Cristo de san Juan de la Cruz». Alguien acaba de llamar a este diseño el símbolo originario de Juan de la Cruz[5].
4. Geografía de Juan de la Cruz
Juan de la Cruz tuvo poca geografía: vivió sólo en España y algunos días en 1585 en Portugal. El punto más alto que tocó en el mapa de la península Ibérica fue Valladolid, adonde acompañó a santa Teresa en 1568 y adonde volvió en 1574 a declarar ante el tribunal de la Inquisición sobre su intervención en el caso de la posesa de Ávila, María de Olivares Guillamas, y una última vez llegó a la ciudad castellana en 1587 en un capítulo o reunión de religiosos de la Orden. El punto sur más extremo en que estuvo varias veces fue la ciudad de Málaga; en el oeste, la ciudad de Lisboa en 1585, negándose entonces a ir a visitar a la famosa monja de las llagas y falsa estigmatizada del convento de la Annunziata. La villa murciana de Caravaca es el punto extremo al este en que estuvo no pocas veces.
Dentro de esta geografía tan reducida recorrió 27.000 kilómetros, caminando más que nada a pie o a lomos de un humilde borriquillo, y llenando los aires de salmos y coplas, y de la recitación del capítulo 17 del evangelio de san Juan que le encantaba[6]. No le faltaron aventuras de todas clases en ventas y mesones, al vadear ríos, al subir colinas, al internarse en el bosque, al bajar pendientes. Sus delicias en estos desplazamientos era hacer su oración contemplando la corriente de los ríos, el manar de alguna fuentecilla, extasiarse ante la música de las estrellas, conversar con la gente humilde. Martín de la Asunción, algo así como el escudero de Juan de la Cruz en tantos viajes, certifica: «Y por los caminos a los arrieros y gente que encontraba les daba siempre documentos y modos de vivir en servicio de Dios nuestro Señor y les daba buenos consejos; y en las ventas y mesones donde estaba cuando caminaba, si había algunos que juraban o votaban, les reprendía, y se solían componer y enfrenarse con mucha humildad» (BMC = Biblioteca Mística Carmelitana 14, p. 88).
5. Su mundo histórico
Su geografía fue poco extensa. Los años de su vida y de su historia no fueron tampoco tantos: 49; y la totalidad de ellos se desenvolvió en el Siglo de Oro español; y todos ellos, menos los ocho primeros, en la segunda parte del XVI.
Juan de la Cruz no es un autor intemporal ni ahistórico, aunque no es tampoco ningún cronista o historiador de acontecimientos. «Fray Juan ni quiso ni pudo eludir su mundo. La impresión de un evadido, ante una lectura superficial de sus escritos, se enmienda tan pronto como se engarzan los hilos que sustentan la trama. Abundan en sus páginas ecos del ambiente circundante; la biografía recoge datos y episodios que testimonian protagonismo directo»[7].
Esto se verifica particularmente en su labor renovadora del Carmelo, como dejamos dicho al configurar su misión en el seno de su Orden religiosa.
Cualquier lector puede identificar en sus libros alusiones claras a hechos históricos de sus días; tales como el descubrimiento de América (CB 14-15,8); su confesión expresa y tan decidida de copernicanismo a favor del movimiento de la tierra, cuando aún se discutían por científicos y teólogos las tesis de Copérnico y su sistema heliocéntrico (LB B 4,4; LA 4); la ruptura de la cristiandad por el protestantismo y la dura crítica a alguna de sus doctrinas (3S 5,2); un tremendo alegato, dentro del momento reformista de la Iglesia, contra los obispos remisos en predicar la palabra de Dios, a quienes emplaza, por esta dejadez y por la quiebra en las buenas costumbres, ante el tribunal de Dios (2S 7,12). Alude también, como a algo conocido por él y por sus lectores, a quienes «para servir al demonio» han procurado «haber las cosas sagradas y aun lo que no se puede decir sin temblar, las divinas, como ya se ha visto haber sido usurpado el tremendo (=digno de respeto y reverencia) Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo para uso de sus maldades y abominaciones» (3S 31,5). En un paso de Llama alude al fenómeno del Alumbradismo, ironizando de esta manera: «Y vendrá un maestro espiritual que no sabe sino martillar y macear con las potencias como herrero, y porque él no enseña más que aquello y no sabe más que meditar, dirá: andá, dejaos de esos reposos, que es ociosidad y perder tiempo, sino tomá y meditá y haced actos interiores porque es menester que hagáis de vuestra parte lo que en vos es, que esotros son alumbramientos y cosas de bausanes» (LB 3,43).
Aunque en sus páginas se puedan rastrear otras alusiones de tipo histórico bien claras, tiene una sensibilidad particular por los problemas de orden más directamente espiritual y religioso, que son los que mejor le sitúan en su cuadro histórico y en su acción reformadora y renovadora del Carmelo y en su actividad de guía de almas.
En este su universo mental se puede configurar un mapa bastante preciso de temas que vienen a ser al mismo tiempo las denuncias proféticas bien pensadas de un místico:
a) Espíritu milagrero y visionario de muchas personas (3S 31,3.8-9). En este orden de cosas vibra de un modo incandescente y juntamente cargado de ironía: «Y espántome yo mucho de lo que pasa en estos tiempos y es que cualquiera alma de por ahí con cuatro maravedís de consideración, si siente algunas locuciones de éstas en algún recogimiento, luego lo bautizan todo por de Dios, y suponen que es así, diciendo: “Díjome Dios”, “respondióme Dios”; y no será así, sino que..., ellos las más veces se lo dicen» (2S 29,4).
b) Una denunciada gran carencia de guías idóneos y un exceso de inexpertos y presuntuosos (Subida del Monte Carmelo, prólogo; LB 3,30-62).
c) Superficialidad en el itinerario de tantas personas que no saben arriesgar ni morir a sí mismas y andan buscándose en Dios, en lugar de buscar a Dios en sí (2S 7,5); gente que se anda por las ramas y no aprovecha, aunque tenga «tan altas consideraciones y comunicaciones como los ángeles» (2S 7,8).
d) Ignorancia de tantos que se cargan de «extraordinarias penitencias y de otros muchos voluntarios ejercicios» y no saben negarse a sí mismos y deshacerse de sus apetitos desordenados (1S 8,4).
e) Un mundo variopinto en el tema de la religiosidad popular que Juan de la Cruz valora, pero que quiere verla libre y purificada de tantas adherencias extrañas (3S cc. 35-44).
f) Degradación sucesiva de quienes se dejan llevar por la avaricia (3S 19,2-11). Aquí su gran denuncia de la simonía, de «aquellos que no dudan de ordenar las cosas divinas y sobrenaturales a las temporales como a su dios» y puntualiza: «Y de este cuarto grado en otras muchas maneras hay muchos al día de hoy que, allá con sus razones oscurecidas con la codicia en las cosas espirituales, sirven al dinero y no a Dios y se mueven por el dinero y no por Dios, poniendo delante el precio y no el divino valor y premio, haciendo de muchas maneras al dinero su principal dios y fin, anteponiéndole al último fin, que es Dios» (3S 19,9).
g) Asco por los pobres y falta de caridad para con ellos (3S 25,4-5).
h) Desmantelamiento de posturas mentales y prácticas de quienes no entienden la vida religiosa y el beneficio de lo contemplativo en el seno de la Iglesia y de la humanidad (LB 3, 62; LA 3,53; CB 29,2-4).
Este mundo de denuncias no se queda en algo puramente negativo sino que, frente a ellas, fundamenta y eleva Juan de la Cruz su evangelio teologal que atraviesa, prácticamente, todo el libro, muy en concreto desde 2S c.6 hasta el final de la obra: 3S c.45. La solidez de la doctrina sanjuanista, no sólo en este libro de la Subida sino en todos los demás, es de un carácter teologal y cristologal insobornable (1S 13,3-4; 14,1; 2S c.6; 2N c.21).
6. Audiencia de Juan de la Cruz
Con tan poca geografía y con tan poca historia es seguramente fray Juan el doctor de la Iglesia más leído en la actualidad, existiendo traducciones de sus obras en todas las lenguas de Oriente y de Occidente, y multiplicándose continuamente las ediciones de sus libros en la lengua original, especialmente de sus poesías, de las que habrá actualmente una veintena de ediciones en el mercado.
Como poeta disfruta de una audiencia permanente y sin par en las letras españolas. «San Juan