La Vieja de los Chimangos. David Rodolfo Altonaga. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: David Rodolfo Altonaga
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789878724768
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en que Franco tenía un partido de tenis a las diez y Solange estalló de rabia.

      —¿A esta hora te vas a jugar? Está por llegar el pedido de ayer, con Raquel y Jennifer estamos agotadas de armar paquetes. Si aunque sea te los llevaras a Emi y a Fede que están metidos todo el día en su cuarto.

      —Es mi momento, Solange, ¡no me rompas las bolas, please! Es mi sesión de coaching, respetá mis tiempos —respondió Franco a los gritos, desde la habitación, aún en calzoncillos y buscando las raquetas, para luego vestirse con chomba, short y zapatillas de lona.

      —Rachel, mi campera de plumas de aves, ¿la viste?

      —Señor, está en el lavadero, ya se la traigo —respondió Raquel, una de las empleadas más antiguas que tuvieron. Trabajó de joven en la casa de Solange y la heredó junto con sus bienes. Considerada de extrema confianza de los Mancini, la emplearon desde muy chica, casi al borde de la ilegalidad. Sólo se llevaban 5 años de diferencia con Solange. Durante mucho tiempo vivió en un cuarto de la casa de los Mancini, en San Isidro, compartiendo la adolescencia con su actual patrona. Su vida fue como la de Cenicienta, pero sin final feliz.

      Con la salida del banco, el padre de Emilio encontró, de un día para el otro, la libertad de manejar sus tiempos y realmente lo disfrutaba. Toda su vida había trabajado en relación de dependencia. Al principio, con su padre, socio fundador y luego como empleado, cumpliendo horarios y objetivos de los nuevos accionistas. Ahora, se cuestionó toda la energía invertida en esos años y se sentía bendecido por la libertad ganada.

      Además, dentro del outplacement del banco, había un servicio de coaching, y la cancha de tenis le resultaba de diez para intercambiar ideas con su entrenador deportivo y espiritual.

      Mientras tanto, en el living del departamento, las empleadas contemplaban la escena de sus patrones sin decir una palabra de más. Estaban acostumbradas a presenciar discusiones entre el matrimonio y a resguardar a los hermanos adolescentes para que no fueran testigos de conversaciones difíciles.

      Cuando Franco salió del departamento, sonó el teléfono y Solange atendió de inmediato. Tomó una bocanada de aire y respondió:

      —¿Aló?

      Inmediatamente, observó que Raquel y Jennifer la miraban de un modo intrigante. Pidió disculpas a su interlocutor secreto, volvió y se dirigió a ambas…

      —¿Ustedes qué miran? ¿Les pagamos ayer? ¿O se nos pasó? —consultó Solange tapando el micrófono del iPhone.

      —Señora, discúlpenos, con todo respeto, pero nos quedamos sin bolsitas para armar el pedido de las nueces y las pasas de uva… —dijo temerosa y con voz baja Raquel.

      —Y la señora Martha está a punto de llegar a buscar la mercadería... —completó Jennifer.

      Al escucharlas, Solange abrió los ojos azules de par en par. Parecían desprendérseles de la cara. Con las pupilas estalladas, se dirigió hacia sus empleadas manteniendo una dicción paciente, pero muy sobreactuada:

      —¡Por favor, “Rachel”, avisame antes de estas cosas, please! Me van a matar de los nervios. Escuchame y prestá atención. Andá al kiosco de abajo, comprá caramelos y pedile que te los dé en varias bolsitas. Que te ponga de a cuatro o cinco en cada una. Así tenemos stock, hasta que llegue el pelotudo de Franco y se digne a comprar más bolsas. Pediles de miel y de menta, por favor, así organizo una promo, y porfa, pagales vos, porque no tengo efectivo y seguro tenés encima algo del pago que te hicimos ayer. ¿Dale? Andá... Sé buena… Andá ya mismo. Te presto un tapabocas que tengo ahí en la recepción. Ese de leopardo, ¿viste?, que te queda brutal...

      —Jenny, vos, please, haceme un té y despertame a Fede y a Emi que seguro están durmiendo y son las diez y media… son unos vagos igual que el padre…

      Las dos mujeres desocuparon la sala de estar, dejando sola a Solange con el enigmático llamado.

      Unos minutos más tarde “Rachel” regresó con el pedido de los caramelos en varias bolsitas y, como evidenció que Emilio no había salido de su habitación, aprovechó además para llevarle la encomienda de su amigo.

      —Emi, papito, ¿puedo entrar? —le susurró Raquel entreabriendo la puerta de su cuarto.

      —¿Qué pasa, “Rachel”? Adelante… —le respondió Emilio, feliz de verla aparecer.

      Raquel entró silenciosa al cuarto y cerró la puerta. Luego se arrimó a un puff firme y se sentó mientras observaba a Emilio jugar a la Play, pensando en cómo expresar lo que tenía para decirle. Se metió las manos curtidas en los bolsillos del uniforme y sacó unos caramelos de menta que le convidó.

      —Recién los compré, Emi, disfrutalos.

      Le extendió un puñado con la mano y le hizo seña para que se ponga el barbijo. Emilio peló el caramelo, se subió el barbijo y siguió concentrado en el juego con los ojos pegados al televisor...

      —Oíme, Emi, tengo la bolsita que te mandó Juanse.

      —Buenísimo, Rachel, dejala ahí en la mesita de noche, gracias.

      —Emi, quiero decirte algo…

      Emilio regresó su atención hacia Raquel y se puso tenso. No era la primera vez que Raquel le hablaba de manera tan directa e intrigante, pero el contexto lo preocupaba mucho. Pausó el juego, se sacó los auriculares y se reclinó en la silla gamer. Respiró hondo para escuchar una mala noticia que ya no podía esperar por saberse...

      —Por la cara que tenés, alguien se fue de este mundo… ¿Qué pasó?, ya me estoy acostumbrando...

      —No, hijo, no, por suerte no, nadie se fue a ningún lado. Oíme, Emi, yo te crie a vos y a tu hermano y los quiero como si fueran mis sobrinos. Pero la verdad es que ya sé qué es lo que te manda Juanse en la bolsita…

      Emilio sorprendido respiró aliviado al enterarse de lo que Raquel le quería decir…

      —Raquel, no te puedo creer que era eso, me vas a matar de un infarto… Son porros, Rachel. ¿Qué tanto misterio? ¿Querés uno? No digo nada, será nuestro secreto...

      —¡No! Dios me libre y me guarde. Escuchame bien, no me gusta ese chico, te lo tengo que decir, es un “drogadicto”. No sé, nunca me gustó, tiene actitudes raras. Cuando eran chicos me acuerdo que venía a jugar y te pegaba. Un día te agarró del cuello y los tuve que separar, no sé si te acordás…

      —Ja, ja, ja —rio Emilio—. Raquel, pero ¿qué te pasa? Teníamos 8 o 9 años...

      —No sé, tengo como un presentimiento, Emi, de que algo malo va a pasar. Además, vos no estás tomando las pastillas, y lo sé. Le estás dando a esto… —le reclamaba Raquel mientras tomaba un porro con la mano y le buscaba el principio y el final, achinando los ojos.

      —Tu mamá pregunta qué es ese olor. El otro día le tuve que decir que estábamos haciendo coliflor y suerte que nunca entra a la cocina, por eso que dice que los olores culinarios le dan mareos, y no sé qué corno. Yo no le puedo mentir todo el tiempo. Acá trabajamos con mi hija y me conoce desde que teníamos tu edad, Emi...

      —Las pastillas no sirven y esto me calma, Rachel —le respondió Emilio, gestionando las palabras de un alegato verosímil, pero corto de sustento.

      —Emi, tu mamá y tu papá las toman. En esta época es fundamental que las sigas tomando. Está todo dado vuelta. ¿O vos te creíste la del murciélago? Esto está creado, Emi, a propósito. Lo hicieron para exterminar a los viejos. No me mires así, mirá, yo seré empleada pero no bruta. Todas las mañanas escuchaba la radio cuando venía para tu casa con la Jenny en el tren. En 2018 las cajas de jubilaciones de Europa estaban en la miseria, los viejos no se morían, entonces no había un mango para pagar jubilaciones. Emi, esto fue creado y se les fue de las manos, vos y todos los que podemos, tenemos que estar sanos de cuerpo y mente. Necesitás tomar el remedio para estar atento a la vida, la cabeza se da vuelta en un santiamén...

      —Rachel, ¿vos ves a mis viejos? Mi