Sin embargo, de acuerdo con Rosa, ningún estudio se ha centrado suficientemente en la variable de la temporalidad para realizar una exploración más consistente sobre la denominada modernidad: “Característica universal de la modernidad, la experiencia de aceleración de la vida, cultural y/o historia desde el siglo xviii […] los mecanismos y efectos de la aceleración social aún son estudiados en las ciencias sociales de forma deficiente; ignorados penosamente en las teorías sobre la modernidad”.[1]
En la historia de la sociología, la modernización ha sido principalmente analizada desde cuatro perspectivas diferentes referidas a la cultura, la estructura social, los tipos de personalidad y la relación con la naturaleza (frecuentes en los trabajos de Weber, Durkheim, Simmel y Marx, respectivamente); el proceso de modernización es identificado como un proceso de racionalización, diferenciación, individualización o domesticación instrumental, respectivamente (véase fig. 1).[2]
Los sociólogos Anthony Giddens y Niklas Luhmann han señalado un descuido de la dimensión temporal en las teorías sociológicas del siglo xx, y con el advenimiento de la tercera revolución industrial en los albores del siglo xx, se imprime más la necesidad de introducir la variable de la temporalidad en sus estudios, pues las categorías de aceleración, como veremos más adelante, aumentaron la velocidad a la que se ha acostumbrado vivir en el mundo contemporáneo.
La dimensión temporal no pasa ni por encima ni por debajo de las cuatro perspectivas ya mencionadas, sino que las aborda de manera transversal: “La dimensión temporal se entrelaza con las cuatro dimensiones ‘materiales’ de la sociedad y no puede ser claramente separada de ellas en términos fenomenológicos; no existe un ‘tiempo social’ independiente de la estructura social, la cultura, etc.”.[3]
En los estudios sobre la modernidad, los cambios sociales se discuten como procesos que implican un tiempo pasivo o histórico y no como un continuum. Precisamente, lo que le falta a estos estudios sociales es comprender que son las personas las que tienen experiencia de esos cambios sociales y quienes se ven afectadas por ellos. El elemento antropológico en los estudios sociales es fundamental para la comprensión de sus fenómenos; muchos autores se han dado cuenta de ello, pero pocos han sentido la necesidad de investigarlo:[4]
A todas estas versiones les falta algo: autores y pensadores desde Shakespeare a Rousseau, Marx, Marinetti, Charles Baudelarire, Goethe, Proust, Thomas Mann, casi invariablemente observan (siempre con asombro, pero muy a menudo con gran preocupación) la decadencia de la vida social y la transformación acelerada del mundo material, social y espiritual.[5]
Figura 1. Proceso de modernización.
La sociología se ha convertido en una ciencia inerte que confía en conceptos estáticos, de manera que ha olvidado el dinamismo social existente, pues la sociedad está conformada por seres humanos. Los mismos autores que dieron forma a la sociología se dieron cuenta de ello; por ejemplo, Georg Simmel identificó, en sus estudios sobre la modernidad, el incremento de la vida nerviosa que se padece tanto entre los contemporáneos; a su vez, Émile Durkheim definió la anomia, una consecuencia probable de cambios sociales ocurridos con demasiada velocidad como para permitir el desarrollo de nuevas formas de moralidad y solidaridad en las sociedades; por otro lado, Max Weber define la ética protestante como la estructura moral de rigurosa disciplina temporal que considera la pérdida de tiempo “el más mortal de los pecados”; mientras que Marx y Engels criticaron la sociedad capitalista donde “todo lo sólido se desvanece en el aire”.
La promesa de la modernidad
Algunos filósofos como Jürgen Habermas, Charles Taylor y Johann Arnason hablan de un “proyecto de modernidad” centrado en la idea y promesa de una nueva autonomía, en el sentido de una autodeterminación ética.
El mundo de las familias, de la política, del trabajo, del arte, de la cultura, de la religión y demás […] debería dejarse en manos de los propios individuos. Habermas está estrechamente vinculado con el concepto político de participación democrática y autogobierno, porque las condiciones socioeconómicas ‘macro’ de nuestras acciones y vidas no pueden ser controladas por los individuos por sí solos. El proyecto de la modernidad es, necesariamente, un asunto político.[6]
La idea del proyecto de modernidad consiste en superar las restricciones impuestas por la naturaleza y todo aquello que impida a un individuo tener su propia autodeterminación; por ejemplo, la pobreza, escasez, enfermedad, discapacidad, ignorancia y cualquier forma de condición natural adversa. Así, no debe extrañarnos la aspiración contemporánea por modificar o mejorar nuestros cuerpos mediante el transhumanismo; tampoco puede extrañarnos la vanguardia del futurismo en las artes y la política en los albores del agitado siglo xx. Ésa es la razón por la que la modernidad se vuelve más atractiva y prometedora conforme se aceleran los procesos de la vida social, y el mejor ejemplo de ello se encuentra en la historia de los medios masivos de comunicación.
Heidegger en 1950 previó gran parte de esta aceleración de la vida social. Habla del ‘encogimiento’ de las distancias de tiempo y espacio, la importancia de la ‘información instantánea’ en la radio y la forma en que la televisión está aboliendo la lejanía y, por lo tanto, ‘desvirtuando’ a los humanos y las cosas.[7]
El proyecto de modernidad y la revisión de sus ambivalentes consecuencias se han estudiado a través de perspectivas diferentes, desde la estructura social, la cultural o la personalidad, pero nunca mediante un enfoque temporal. Las enormes aportaciones, expuestas en la fig. 1, no contemplaron esta posibilidad; sin embargo, desde el siglo xix con las tesis de Carl Marx, se observa la separación del espacio y la preponderancia del tiempo en los procesos de producción y consumo a principios del pasado siglo, a partir, por ejemplo, de los cambios en las operaciones industriales del giro automotriz: “El post-fordismo implica una nueva solución espacial y formas significativamente más nuevas en las que se representan el tiempo y el espacio. “La compresión del ‘espacio-tiempo’ es central como experiencia de los procesos humanos y físicos”.[8]
El capitalismo, como sistema preponderante económica y culturalmente, fue aceptado porque sus defensores, desde Adam Smith en el siglo xviii, hasta Milton Friedman en la década de los setenta del siglo xx, sostuvieron que la productividad del tiempo permitiría liberar a los seres humanos de sus labores y podrían llevar a cabo sus planes de vida sin preocuparse del tiempo ni del dinero; no obstante, ésta fue una promesa de la modernidad que no se puede cumplir. Tal vez a causa de esto, el paradigma cambió después de la bomba atómica y la teoría de la relatividad de Einstein, además del advenimiento del ser digital y la hipertextualidad en los años noventa, con lo cual el espacio y el tiempo se separaron; y quizá ésta sea la razón por la que se aceleró el tiempo, mientras que el espacio se convirtió en un lugar meramente.
A diferencia de la promesa de la modernidad, afirma Hartmut Rosa, el día de hoy: “Ya no se experimentan las fuerzas de aceleración como potencia liberadora, sino más bien como presiones esclavizadoras […] ahora resulta que la aceleración social es más poderosa que el proyecto de la modernidad: sigue delante imperturbablemente mientras su lógica se vuelve hoy contra la promesa de autonomía”.[9]
La aceleración social en sus efectos sociales representa a la vez una promesa y una necesidad; es decir, algunas necesidades humanas se verán cubiertas gracias a la tecnología, ésa es la promesa, pero muchas otras, en su propio afán por solucionarlas, terminarán por ser contraproductivas, como veremos